Luis García Montero. Foto: Conchitina

Acaba de publicar el libro 'Una forma de resistencia' y la revista 'Entre ríos' le dedica un número monográfico

El mercado les otorga a los objetos un precio. Los hombres, en cambio, los revisten de aprecio. Luis García Montero (Granada, 1958) sabe que entre sus cosas anda enredada su autobiografía. Por eso las custodia con mimo en su casa. La pluma que le regaló Francisco Ayala (que no usa por miedo a perderla), la corbata que le 'legó' Rafael Alberti después de visitar juntos el barranco de Víznar, el paquete de tabaco Goya de su padre, el jersey andino que le regaló una novia con la que iba a los conciertos de canción protesta, la ramita flotante que rescató del río Danubio (eje de un continente hoy medio desleído por los sustos económicos)... Son memoria tangible de su vida. En Una forma de resistencia (Alfaguara) cuenta y recuenta estos pecios a los que se aferra los días difíciles, cuando todo, ahí afuera, parece ya naufragio.



Pregunta.-¿En qué consiste la resistencia de aferrarse a los objetos?

Respuesta.-El libro nace a partir de mis reflexiones sobre la realidad contemporánea. En mi búsqueda constante de metáforas para profundizar en ella la que más escuchaba era la de 'vertedero'. Sí, vivimos en una sociedad de usar y tirar. Es un vertedero no sólo provocado por el consumismo de bienes materiales, sino de personas. Lo vemos en los miles de despidos de cada día. Gente a la que se le arrebata el futuro de un plumazo. También me empujó a escribirlo la relectura de Las uvas de la ira. Hay un momento que me conmueve particularmente, cuando los jornaleros de Oklahoma se ven obligados a dejar sus casas por la recesión económica. Atrás deben dejar tantos objetos queridos en los que está prendida su propia memoria.



P.-¿Lo suyo podría describirse como una especie de "síndrome de Diógenes afectivo"?

R.- No soy un coleccionista ni tengo un especial afán por acumular objetos, pero es que en muchos de ellos está sedimentada nuestra autobiografía moral y cívica. En la corbata de Alberti, en la pluma de Ayala, en el paquete de tabaco de la marca Goya de mi padre, en la pequeña rama que recogí del río Danubio... Ahí, en todas estas cosas, está cifrado quién soy yo.



P.-Alberti le regaló la corbata tras una visita al barranco de Víznar. Tuvo que ser un paseo muy emotivo el de aquella tarde, ¿no?

R.-Yo he usado mucha ropa de mi padre o de mi tío. Era algo propio de los tiempos de escasez. Pero la corbata de Alberti la veo como un objeto heredado, lo único que he heredado en mi vida. Él vino a Granada para participar en un acto. Por la mañana me vio exprimir las naranjas a mano y se empeñó en comprarme un exprimidor eléctrico. Como le pareció un regalo demasiado frío, decidió regalarme también su corbata, llena de pájaros y muy colorida. Es una prenda que identifico con la vitalidad, y con la generosidad con los jóvenes escritores. La corbata me recuerda siempre que no debo convertirme en un viejo cascarrabias.



P.-Al móvil también le dedica una breve reflexión. Duda que sea un instrumento que nos sirva para 'hablar', en el sentido más edificante del término.

R.- La tecnología es maravillosa. El problema es que lo que se impone es la superstición tecnológica, que pierde de vista que ésta es un instrumento para facilitar la vida a las personas. Un ejemplo es el periodismo. Si la tecnología sirve para mejorar el periodismo, me parece muy bien. Pero si va a terminar con este oficio, llenando los periódicos de becarios que copian informaciones de aquí y allí y se dedican a meter teletipos de agencias, entonces me opongo a ella. Y los SMS no pueden tampoco convertirse en un sustituto del encuentro físico.



P.-Afirma también que a nuestros hijos, en vez de un móvil, una pluma o un reloj, deberíamos regalarles una butaca...

R.- Para mí mi butaca es símbolo de horas de lectura, de meditación y soledad. Sentado en ella me siento en el interior de mi conciencia. Leyendo he aprendido que para participar en cualquier ilusión colectiva conviene primero aprender a estar solo. Y que no puede haber ningún dictado ideológico o social que se encuentre por encima de mi conciencia. Las personas deben tener una butaca en su casa a la que regresar. Los que no la tienen se aferran a los sillones institucionales.



P.-Confiesa que tiene dos maneras de vestirse: de catedrático y de poeta. Y que cuando lo hace de catedrático, con la corbata y la chaqueta, es cuando le salen más versos. Paradójico, ¿no?

R.- La literatura y la vida las concibo como un territorio fronterizo, sobre él que está la conciencia vigilante. Cuando uno se ensimisma demasiado, es ella la que te advierte: "Tienes compromisos con la gente que debes atender". Y cuando estas demasiado metido en esos compromisos sociales, es la conciencia también la que te alerta de que tu individualidad puede disolverse en lo colectivo. El territorio intermedio es el más interesante. Así veo también mi condición de poeta y catedrático, el primero encendido con sus ilusiones y sus deseos, y el segundo levantándose por las mañanas para cumplir sus obligaciones como funcionario público.



P.-¿Y en el 15-M le siguen quedando esperanzas?

R.- Yo recibí este movimiento con mucha esperanza cuando vi las plazas llenas de tanta energía cívica. Vivimos un momento gravísimo, en el que hay mucha gente que está sufriendo pero a la que la política oficial no da ninguna respuesta. Creo que está muy justificada la protesta. Espero que los políticos se la tomen en serio, porque si no su descrédito seguirá creciendo. Y también espero que este movimiento aprenda que la rebeldía sin encauzarla políticamente se diluye. Está bien evitar unos cuantos desahucios pero lo que hay que hacer es modificar la ley hipotecaria y para eso hay que estar en las instituciones. Y es muy importante que no se confunda el 15 M con 50 personas dispuestas a enfrentarse a la policía y que se piensan que son los guardianes de la esencia del movimiento.



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