Dieciocho minutos en tren
El metro en Dublín se llama DART, el acrónimo de Dublin Area Rapid Transport. Lo de rapid transport es un decir pues se trata de un transporte verdaderamente lento, cosa que redunda en beneficio del viajero al tiempo que desquicia la vida de los pobres dublineses.
Dubliners, justamente, se titula el libro de James Joyce donde la señorita Emily Sinico pierde la vida al ser arrollada por el DART en la estación Sidney Parade, en el ecuador del cuento A painful case.
Mi sitio literario predilecto es un asiento de este tren, para ir viendo pasar por la ventanilla, justamente después de la Estación Sidney Parade, la escenografía con la que empieza la novela Ulysses, también de Joyce. A la altura de la estación Booterstown, el DART sale de la ciudad y empieza a correr por la orilla del mar, por Sandymount Strand, una larga playa donde la marea baja deja al descubierto un kilómetro y medio de fondo marino. Esa playa aparece en las primeras páginas y por ahí camina el joven Stephen Dedalus, pisando caracoles, conchas y corazas de crustáceos que, al ser despedazados por sus zapatos, hacen esta música: crush, crack, crick, Crick. Mientras camina va sintiéndose expuesto al inmenso vacío que ha dejado el mar, a ese desierto cíclico y efímero que, en muy poco tiempo, estará otra vez cubierto de agua. Stephen Dedalus se dice a sí mismo, signatures of all things I am here to read, estoy aquí para leer la signatura de todas las cosas; una certera sentencia que le hace justicia al lugar, porque a medida que uno se adentra en esa extensión de arena momentáneamente abandonada por el agua, va mirando, va leyendo en las criaturas vivas, plantas, crustáceos y algunos peces, que han quedado suspendidos en una charca, en una hondonada de la que el agua no ha podido irse.
Todo esto se ve desde la ventanilla del DART y la idea es hacer el trayecto, con esas vistas sobrecogedoras, hasta el principio mismo de la novela que es la Martello tower, ahí donde Buck Mulligan aparece en la estrecha escalera de la torre, sosteniendo un cuenco de crema de afeitar. Para hacer este viaje de dieciocho minutos al corazón de la literatura irlandesa, es imprescindible ir dando sorbitos a un botellín de vino blanco, esa bebida que Joyce llamaba "electricidad".
Jordi Soler es escritor (La Portuguesa, Veracruz, 1963). Entre 2000 y 2003 fue agregado cultural de la embajada de México en Dublín. En 2011 publicó 'Dile que son cadáveres'