Sí, lo vivimos cada día, la forma de vida que hemos conocido hasta ahora está en trance de desaparecer, el sistema ha colapsado. Las medidas que se toman desde Europa y el régimen de salvajes recortes y subidas de impuestos son de momento incapaces de volver a crear riqueza y empleo. La situación, de hecho, seguramente irá a peor, según previsiones de uno y otro color. Algunos expertos han comparado la salud del euro con la de un enfermo terminal con respiración asistida. En estos casos, los médicos sólo pueden alargar la agonía, retrasar algunos días el final, anestesiar hasta cierto punto el dolor y el sufrimiento. Pero el fin (de una era, de un ciclo histórico, de un mundo) se anuncia como inevitable. Por supuesto, siempre los hay con fe en los milagros.



El cine siempre ha jugado un doble papel de cierta trascendencia frente a las grandes transformaciones y miedos del siglo XX. En la Gran Guerra, en el Crack del 29, en la II Guerra Mundial, en la Guerra Fría... el cine básicamente ha tenido dos opciones: optar por el camino del escapismo o por el del compromiso. Parece lógico que las historias de atracciones o los grandes romances o los relatos íntimos concebidos para escapar de la asfixiante realidad sean los que abundan hoy en nuestras pantallas (de hecho algunas industrias audiovisuales, como la española sin ir más lejos, son incapaces de entrar en sintonía con los tiempos de hoy, bien porque no saben o bien porque no quieren), pero también hay toda una serie de creadores dedicados a una importante y necesaria labor de diagnóstico y reflexión, en ocasiones de pura militancia social, tratando de ordenar el caos y de ofrecer respuestas y explicaciones a la hecatombe que sufre el mundo occidental.



El principal motivo por el cual la depresión es tan profunda es que no se intuyen soluciones, no se vislumbran alternativas de vida y de actividad económica. El cine mainstream ha sido un fiel reflejo de ello. Cuando se ha propuesto tratar con cierta seriedad el desplome de la economía mundial, varias producciones como Inside Job (2010), Margin Call (2011), Capitalismo, una historia de amor (2009), The Girlfriend Experience (2010)..., etc. han ofrecido lecturas interesantes, pero en todo caso han mantenido todas ellas un discurso de moderación y de corrección política. A pesar de las evidencias, no se atreven a poner en duda la validez del sistema capitalista, a cuyo juego de hecho pertenecen. Como mucho señalan que ha fracasado por una pésima gestión, pero no por la propia naturaleza del sistema. Traducen un espíritu de indignación aterciopelada, insuficiente.



Hay sin duda un cine comprometido hecho a partir de ideas que merece la pena llevar al debate público, solo que este cine no es el que llega a las salas comerciales. Es muy manifiesto y peligroso el modo en que la crisis económica ha desplazado de los temores de la ciudadanía los peligros medioambientales que aún nos acechan, esos que Al Gore sintetizó (con alarmismo o sin él) en su película Una verdad incómoda (2006), y de los que ahora nadie habla, ni medios ni ciudadanos, como si se hubieran esfumado, cuando en verdad sólo se han agudizado. Un Apocalipsis ha sido sustituido por otro. Se agradece por tanto el ciclo que, del 27 al 30 de septiembre, tendrá lugar en La Casa Encendida de Madrid, titulado "Despierta, el planeta te necesita". Mostrará documentales recientes premiados en festivales con la capacidad de abrir los ojos sobre los grandes problemas medioambientales y, en paralelo, organizará debates y ponencias de expertos en la materia.



Pero volviendo al terreno financiero, a los temores frente a un futuro baldío y sin ideas de futuro hacia la sostenibilidad de nuestro mundo, me gustaría también llamar aquí la atención sobre dos películas. No tanto por su interés cinematográfico como temático. Una de ellas, Debtocracy, ha pasado bastante desapercibida en nuestro país, y adquiere hoy un especial atractivo porque reflexiona sobre la experiencia griega ahora que España sigue sus pasos en el entorno europeo. La otra, Four Horsemen, aún está pendiente de estreno internacional, pero he tenido la oportunidad de verla y merece la pena detenerse en ella porque, en contraste con lo que se ha visto hasta ahora, se propone mirar al futuro con un renovado (e infrecuente) optimismo, en lugar de generar rabia, melancolía y lamentos por el pasado.



DEBTOCRACY (2011). Los periodistas griegos Katerina Kitidi y Aris Chatzistefanou realizaron el años pasado una película documental que colgaron on-line (www.debtocracy.gr) para que pudiera verse gratuitamente. Es un documental que trata de ayudar al espectador a comprender gran parte de los problemas de la deuda griega y la crisis del euro. Viene a relatar que las raíces de la deuda griega se originó en la revolución de 1821, con los préstamos emitidos por los británicos, y durante los dos últimos siglos Grecia siempre ha vivido de prestado. La originalidad del filme es que analiza un término del que seguramente oiremos hablar mucho en los próximos meses: la "deuda odiosa o ilegítima", contraída para la creación de una plutocracia, es decir, el gobierno de los ricos y para los ricos, y bajo condiciones de manifiesta ilegalidad y corrupción. Recogida en el derecho internacional, la "deuda odiosa" ha sido contraída, creada y utilizada contra los intereses de los ciudadanos para el enriquecimiento de dictaduras, monarquías absolutas o gobiernos no elegidos democráticamente.



Este concepto fue inventado por Estados Unidos en 1898 contra España, para evitar el pago de las indemnizaciones que exigía Primo de Rivera por su derrota en Cuba. En períodos recientes Estados Unidos ha seguido aplicando este concepto de "deuda odiosa", y el caso más emblemático es el de Irak: se consideró que la deuda externa de Irak la había contraído el dictador Sadam Hussein, y que por tanto no correspondía pagar. Y de hecho EEUU no la pagó, a pesar de las exigencias de Alemania, Francia y Rusia. La película aglutina las opiniones de varios economistas y pensadores que consideran que la deuda europea es una deuda ilegítima, y que por tanto el pueblo debe exigir una auditoría para determinar su la naturaleza. Si su naturaleza es corrupta o ilegal, como aseguran, entonces el pueblo griego está amparado legítimamente para no pagarla. Su aportación a la historia de las imágenes es que se han atrevido, con mayor o menor fortuna, a trasladar el debate en los medios de comunicación y en la literatura de ensayo político y económico a unos códigos audiovisuales de carácter divulgativo. Desde luego no han transformado las cosas, pero han tenido éxito en su aspiración de abrir los ojos a gran parte de la sociedad.







FOUR HORSEMEN (2012). Es una producción independiente que adopta la estética de Inside Job. Parte del principio de que nunca volveremos al mundo que tuvimos antes, que los parámetros económicos han cambiado completamente si queremos sobrevivir. El prólogo de la película configura un mapa histórico y filosófico de la decadencia occidental, y desde su aparente seriedad elabora una teoría según la cual David Beckham es como una decadente deidad romana. Un síntoma del final, como también lo son las adulaciones que las sociedades occidentales reservan en estos tiempos a los chefs de cocina, otro paralelismo con el fin del imperio romano. La película asegura que estamos inmersos en una fase de reconstrucción y de emergencia. Nada menos que 23 pensadores, asesores gubernamentales y hombres de Wall Street con la conciencia renovada ponen algunas ideas en común y explican cómo establecer una sociedad moral y justa, cómo aprender de los errores del pasado y dar la vuelta a las tendencias destructivas de la civilización.



El director, el británico Ross Ashcrott, sostiene que ha hecho esta película a partir del sentimiento de indignación y de incredulidad, y también desde una necesidad de articular un plan de reacción social. Para él, todas las películas de la crisis hablan de todo y de nada al mismo tiempo, porque el pesimismo no conduce a ningún lado. Cree que la mayor parte del mundo sabe intuitivamente que algo muy grave ha ocurrido, pero que simplemente no disponemos ni del tiempo ni de las herramientas necesarias para articularlo con claridad. El filme reúne a pensadores como Noam Chomsky (ensayista político), Joseph Stiglitz (economista), Philip Blond (pensador político y teólogo británico), Ha-Joon Chang (uno de los economistas heterodoxos más destacados del mundo), John Perkins (economista y activista americano), y entre todos plantean nuevas formas de organización social para crear una tendencia de equilibrio social, capaz en los años de recortar las abismales distancias entre ricos y pobres, capaces acaso de volver a empezar con ciertas garantías de éxito.







Después de todo, puede el cine siga siendo un arma cargada de futuro. Démosle una oportunidad.