El escritor Luis García Montero. Foto: Sergio Enríquez Nistal
El poeta presenta hoy su segunda novela, 'No me cuentes tu vida' (Planeta), en la que aborda, desde su propia experiencia, la historia reciente de España y el momento de crispación en el que vivimos
P.- El "no me cuentes tu vida" que da título a su libro son muchas cosas. En primer lugar, la vida que ha vivido España desde la guerra a la actualidad.
R.- Sí, intento contar la historia de España a través de varias generaciones de una familia que tiene que ver con la guerra civil, la posguerra más dura, la época de la transición y finalmente la generación de los hijos que están viviendo la crisis que se nos viene encima. Tienen un protagonismo especial los abuelos que militaron en el Partido Comunista y vivieron durante mucho tiempo fuera del país, en Rumanía. Por otro lado están el padre y la madre, que fueron jóvenes de la transición, de la militancia estudiantil, y finalmente los hijos, los jóvenes de hoy. La novela se desencadena cuando el padre se encuentra a su hijo en la cama con la empleada del hogar, una chica rumana, y se establece una discusión llena de malentendidos. Es el hijo el que le dice al padre "no me cuentes tu vida", cuando el padre tiene justo la necesidad contraria. Así que empieza a escribirle una larga carta que articula el libro.
P.- ¿Cree que falta comunicación entre las generaciones? ¿Más hoy de lo habitual?
R.- He querido utilizar a la familia como una metáfora del país, porque hasta ahora las banderas de la familia se han utilizado en España para defender pensamientos muy reaccionarios y ahora me parece que hay que usarla de otra manera. Una comunidad se crea en torno a los cuidados y a los vínculos. Formamos una familia porque hemos sido cuidados por nuestros padres y cuidaremos a nuestros hijos porque ellos nos cuidarán cuando seamos ancianos. El "no me cuentes tu vida" alude a un estado social en el que impera la ley del más fuerte, el sálvese quien pueda, la competición más devoradora y donde se está perdiendo el respeto a los cuidados. En ese sentido, la metáfora que defiende la novela es la de una sociedad en la que, como no nos organicemos en torno a los cuidados y a los vínculos, será imposible la convivencia. Hay que hacer un esfuerzo por entenderse, por ponerse en el lugar del otro. La conclusión de la vida de los personajes es que no va a haber una reforma económica, política y tecnológica si no va acompañada de los valores del amor.
P.- Apoyarse en personas de distintas edades le ha servido para tocar muchos temas pasados y presentes. La novela tiene un fuerte contenido social.
R.- Sí, hay una historia de amor entre el hijo y la chica rumana que permite entrar en el análisis de la inmigración y de los barrios más populares, muchas veces al margen de la literatura española hoy; hay una historia de amor muy fuerte entre el padre y la madre, que se conocieron en un congreso en Bucarest y que tuvieron un amor muy fuerte en medio de la movida de los ochenta; y hay también un amor muy fuerte en la historia de los abuelos, una profesora de Literatura Española y un ingeniero que entran a trabajar en Radio Pirenaica, en la radio del Partido Comunista que había en Bucarest. Además, hay una necesidad de amor de los padres a los hijos, porque el debate de las grandes utopías políticas se encarna con fuerza en la pregunta ¿qué va a ser de mis hijos?
P.- Es cierto, las letras debieran ahora de ocuparse de esta Europa que camina hacia atrás.
R.- La historia de España ha vivido un relato a partir de la guerra civil que ha podido ser duro pero donde había una seguridad y era que los hijos vivían mejor que los padres. Ahora ese relato se ha quebrado. La gente de mi edad tiene la preocupación seria de que sus hijos vivirán en un mundo peor, con menos seguridad laboral, con menos servicios, donde todo es más frágil y más inseguro. Ese diálogo generacional también define al amor en esta novela en la que también hay un sentimiento de amor de tipo social relacionado con la capacidad de compasión, con la necesidad de pensar que no hay ningún valor que no se base en el amor por el otro. No hay un compromiso político que deba nacer de algo que no sea dignificar la vida de la gente. El protagonista acaba teniendo claro que en una situación de desorientación y de caos la única guía ética es ponerse siempre del lado de los que sufren, de las víctimas de una dictadura, de una situación marcada por la pobreza, de cualquier tipo de trabajo donde se explote a la gente... cuando uno se pone de parte de las víctimas, los errores no son demasiado graves. La capacidad de compasión humana no protagoniza una renuncia a la política sino el deseo de devolverle su carácter de entrega y su compromiso con la sociedad y alejarla del trabajo institucional oscuro, espeso, corrupto que es lo que ha generalizado el desprecio por la política estos días.
P.- Como el padre de su libro, ¿usted también tenía la necesidad de poner en orden sus propios miedos? Porque en la novela hay mucho de su biografía. Están sus maestros, sus lugares, sus ideas...
R.- Quería poner en orden mis preocupaciones y condensar mi experiencia en la vida y mi experiencia intelectual. El protagonista siendo muy joven empieza a hacer su tesis sobre un poeta de la generación del 27 y establece una amistad muy íntima con él. Ahí hay mucho de mi relación con Rafael Alberti. Para él es muy importante también la lección de algunos escritores como Albert Camus o de Pier Paolo Pasolini, que fueron fundamentales en mi formación, gente dispuesta a defender unos valores y a no comulgar con ningún dogma y que, desde luego, estuvieron dispuestos a poner en duda esa idea de que el fin justifica los medios, que defendieron que la vida de las personas es única y que en nombre de ningún paraíso puedes degradar y mortificar la vida de una persona. Todo eso está ahí, como está mi manera de ser como persona y como escritor, los enemigos que me he granjeado y las ilusiones que tengo. Al final el protagonista define su vida por el desprecio que siente ante la avaricia capitalista y por el odio que le tiene a los estalinistas. Y eso lo deja siempre en un terreno fronterizo. La novela me ha servido para contar mi estado de ánimo, por qué sigo defendiendo muchos valores y por qué critico muchas consignas que me parece que han hecho naufragar las consignas más serias de la izquierda.
P.- El libro es honesto en el sentido de que admite algunas contradicciones de la izquierda, por ejemplo. O aquellas en las que a menudo caen los padres.
R.- La meditación es el lugar de la responsabilidad. No hay que separar el mundo entre buenos y malos y vivir con la conciencia del sí y del no. He pretendido eso empezando por mí mismo, tomando conciencia de mis limitaciones, inseguridades e injusticias y al mismo tiempo también de las virtudes, porque en el fondo esa es la historia de los seres humanos. La de un padre y un hijo es una relación por un lado de generosidad y por otro de egoísmo. Los padres intentamos que los hijos vivan nuestra vida, que no se equivoquen, que no tropiecen donde nosotros lo hicimos. Es un acto de generosidad pero también de egoísmo porque acabamos forzándolos a que vivan nuestra vida. Hay que buscar los pros, los contras, las tentaciones y las virtudes para llegar a un diálogo en el que el hijo no rechace el discurso del padre y los padres no invaliden el derecho del hijo a buscarse su propia vida. En ese sentido, el lugar de la meditación es el de la cara y la cruz, la responsabilidad de mirar en ti mismo para saber cuál es tu compromiso con la sociedad, qué debes defender de ti mismo que no se diluya en ningún totalitarismo, consigna o moda social. Por ello es una novela ética que ha pretendido tomarse la literatura como algo más que una forma de entretenimiento, que invita a la meditación y que juega con una ilusión imprudente, porque pienso que los tiempos de dificultad que vivimos nos pueden devolver a una literatura seria que sea compleja y que permita un ejercicio de conocimiento en profundidad y que sea algo más que un divertimento banal.
P.- ¿La poesía era insuficiente para abordar estos temas?
R.- Han coincidido dos cuestiones. Llevo años dedicado a la poesía y tengo la sensación de que muchas de las cosas que tenía que decir ya las he dicho. Escribir por obligación significa escribir con receta o repetirte y rebajar la calidad de los poemas. Tengo el ejemplo de muchos poetas que han hinchado mucho su obra o que a cierta edad han publicado cosas ciertamente ridículas. Me he impuesto un sentido de vigilancia que implica escribir cada vez más despacio y retrasar mucho los libros para publicar los poemas que tenga que publicar sin rebajarme. Pero, además, he pedido la excedencia en la universidad, tengo mucho tiempo, quiero seguir dedicándome a la literatura y la mejor manera es ensayar otros géneros. En poesía esto me resultaba difícil porque habría sido mi mirada y podía desembocar en el dogmatismo. La novela me permite mostrar distintos personajes con distintas historias y edades, abrir el libro a distintas perspectivas, mostrar vidas. Para dar respuesta a esta situación de caos que vivimos me ha resultado más fácil la novela. La he escrito con honradez literaria y eso para un escritor siempre está bien, se lo pasa uno bien escribiendo y corrigiendo.