Mo Yan. Foto: AFP



Mo Yan (Shandong, 1955) significa "No hables". Es el apodo que escogió Guan Moye después de vivir de cerca el clima de represión de la Revolución Cultural. Hijo de una familia de campesinos, su padre le aconsejó no hablar y cultivar la discreción. La prudencia se convirtió en un rasgo de carácter del joven Guan Moye y, años más tarde, influyó de forma decisiva en la configuración de su orbe literario, donde se advierte una disidencia discreta, pero no una confrontación directa con el régimen comunista.



Mientras los guardias rojos intentaban imponer una utopía rural, liquidando cualquier símbolo o actividad contrarrevolucionaria, Guan Moye abandonó la escuela y comenzó a trabajar en una planta petrolífera. Poco después, se enroló en las fuerzas armadas, huyendo de una existencia con escasos horizontes, y en 1984 logró una plaza como profesor en el Departamento de la Academia Cultural del Ejército Popular. Adicto a la escritura desde muy temprano, Mo Yan escribió dos novelas en esa época: El rábano transparente y Sorgo Rojo, donde se apreciaba la huella de Kafka al abordar las relaciones entre el individuo y el poder. Sorgo Rojo recreaba la violencia que soportaba China en los años 30, cuando la guerra civil y la invasión japonesa propagaban un sufrimiento sin límites.



Influido por Faulkner y García Márquez
, su relato se internaba en una comunidad rural, mostrando los prejuicios, mitos y ritos de una sociedad, donde la razón claudica ante el instinto y lo real parece más inverosímil que lo fantástico. Aunque la prosa carecía de la complejidad de sus modelos, la trama discurría con morosidad y notable intensidad, mostrando de forma trágica y convincente el drama de una joven obligada a casarse con un anciano enfermo de lepra. Adaptada al cine por el director chino Zhang Yimou, la película obtuvo el Oso de Oro del Festival Internacional de Cine de Berlín. En Sorgo Rojo, Mo Yan ya manifestaba una especial sensibilidad hacia la situación de la mujer en China y recurría a lo metafórico para denunciar la ausencia de libertades. La lepra podía interpretarse como el símbolo de una sociedad que menosprecia el anhelo individual de felicidad, alegando que los derechos sólo pueden ser colectivos y comunitarios.



En 1989, Mo Yan consolida su carrera literaria con Las baladas de ajo, que relata la catástrofe provocada por los experimentos políticos de una economía dirigida. Incitados a cultivar ajo en grandes extensiones de terreno, los agricultores obtienen una producción gigantesca que desborda la demanda y las posibilidades de almacenamiento. Las familias arruinadas se rebelan y las autoridades, lejos de admitir su error, responden con brutales represalias. La trama se enriquece con la desdicha Gao Ma y Crisantemo Dorado, una pareja de enamorados que no podrán desposarse por culpa de un matrimonio concertado en la niñez. Al igual que en Sorgo Rojo, Mo Yan no escatima crudeza y desgarro, relatando minuciosamente los actos de violencia contra los que se atreven a manifestar su descontento e intentan promover un cambio social.



En 1996, Mo Yan chocha con las autoridades. Su novela Grandes pechos, amplias caderas es prohibida por el gobierno comunista. La obra abarca un siglo de la historia de China, con la perspectiva de una mujer que ha vivido en su propia carne el drama de los matrimonios forzosos y el rechazo hacia las niñas recién nacidas en las zonas rurales, donde sólo son bienvenidos los hijos varones. A pesar de los problemas con la censura, Mo Yan no se plantea el exilio y continúa escribiendo. En 2008, publica La vida y la muerte me están desgastando. Explotando la fórmula del realismo mágico, relata el viaje de Ximen Nao a los infiernos. Ximen es un terrateniente ejecutado por el régimen comunista. El Señor Yama, una figura equivalente al Demonio, permitirá que regrese a la tierra con forma de burro. Se inicia de ese modo un ciclo de transformaciones, que le convertirán en cerdo, buey, perro y mono. Sólo recuperará la condición humana cuando al fin su corazón logra superar cualquier forma de vanidad y el egoísmo, pero su aspecto ya no será el de un hombre adulto, sino el de un niño que aún no ha perdido su inocencia original.



En 2010, aparece Rana, que reincide en las penalidades de la mujer china bajo la política del hijo único. Wan Zu, un joven que sueña con ser autor dramático, relata la historia de su tía Wan Xin, ginecóloga y comadrona que ayudará a nacer a infinidad de niños. Compasiva y llena de ternura, se deshumanizará poco a poco al someterse a las consignas del gobierno, participando activamente en una campaña de abortos orientada a evitar que las familias engendren un segundo hijo. Su fanatismo evoca las políticas eugenésicas del nazismo. Pese a todo, la esperanza se impone al final del relato con un giro fantástico, donde se celebra la maternidad y el nacimiento.



Mo Yan ha escrito diez novelas en su propio idioma. No es un disidente, pero sí un reformista que no esconde su deseo de un cambio hacia un escenario de tolerancia y libertad. La concesión del Premio Nobel de 2012 es un justo reconocimiento a su labor literaria, pero también un espaldarazo de la comunidad internacional a los artistas y creadores que sueñan con una China moderna y plenamente democrática.