Una de las referencias históricas de Sevilla, el Castillo de San Jorge, ha sido recuperado como un punto de primer orden dentro del Plan Turístico de Sevilla. Situado en la ribera del Guadalquivir, su visita nos descubre el pasado, el presente y el futuro de la ciudad.
Hace algunos años, el antiguo Castillo de la Inquisición en Sevilla era apenas una sombra, los restos de una cripta oscura sobre la que se levantaba el popular mercado de abastos de Triana. Un lugar olvidado, maldito, apartado con intención de las rutas culturales y turísticas de la ciudad. Sin embargo, aún era posible reconocer el pasado en el pavimento original y algunos lienzos de paredes que separaban las estancias. La cercanía del Guadalquivir imprimía a las ruinas una humedad insana y los siglos habían criado un bosque de helechos en las grietas de las piedras. Un vapor de bruma o de tiniebla recorría un lugar suspendido en el tiempo, en una niebla sonámbula.Sin embargo, las piedras seguían hablando. En el suelo quedaban restos de la torre llamada de San Jerónimo, donde estaba la cámara de los tormentos. Y muy cerca, bajando por unas estrechas escaleras se llegaba hasta la Sala del Secreto, donde se tomaban macabras decisiones sobre el futuro de los reos condenados.
Luego, se atravesaba el segundo de los patios y se entraba en la oscuridad de las cárceles bajas que siempre quedaban inundadas tras las riadas del Guadalquivir. De estas cárceles secretas, divididas en las celdas altas y las bajas, no queda nada. Sólo humedad, sombras y la vaga intuición de las últimas noches de miles de personas a lo largo de los siglos.
Máquina del tiempo
Hay paisajes que no son inocentes. Y el Castillo de San Jorge -ahora un museo dedicado a la reflexión sobre la tolerancia- se encarga de recordarlo con una visita que se convierte inevitablemente en una máquina del tiempo. Se atraviesa el puente de Triana, en un escenario para postales costumbristas y frívolamente alegres, y se llega al museo, instalado donde se levantaba el antiguo Castillo de San Jorge, sede de la Inquisición. El Castillo de Triana o de San Jorge era una vieja fortaleza defensiva de tiempos almohades que se aprovechó como sede del Santo Oficio. De aquí partió la procesión de herejes para el primer auto de fe de España celebrado el 6 de febrero de 1481. Un cortejo de reos con las corozas, sambenitos y capotillos que atraviesa la crónica de España, esas páginas ennegrecidas con olorcillo de grasa y cuero que agonizan en los quemaderos de la Historia.El tiempo dejó sólo los cimientos, pero aún es posible pasear por estos restos marcados por la Historia que se han aprovechado de forma original para una museografía contemporánea a base de videoinstalaciones, recreaciones virtuales y efectos sensoriales. El visitante recorre ruinas del pasado, pero los efectos digitales provocan la sugestión y catarsis asumiendo como propia la tragedia de indefensión de las víctimas y el abuso de poder de todas las épocas. También de hoy, porque la intolerancia y la represión no es sólo un asunto del pasado y en las hogueras simbólicas sigue ardiendo el librepensamiento.
Por aquí pasó una extensa galería de herejes: judaizantes, moriscos, protestantes, alumbrados o víctimas de delitos de costumbres como bígamos, blasfemos o sodomitas. Y para sumergirse en la biografía de las víctimas, el museo apuesta por la microhistoria para reconstruir la gran Historia como hizo Carlos Ginzburg en su clásico El queso y los gusanos con aquel molinero del Friuli, Doménico Scandella, llamado Menocchio, que fue quemado por la Inquisición en el siglo XVI. Así, en las pantallas digitales se suceden personajes elegidos del memorial de las víctimas. Por ejemplo, los reos condenados en los pavorosos autos de fe sucedidos entre 1559 y 1562 cuando se descubre un foco erasmista formado por nobles, doctos eclesiásticos y la comunidad de clérigos del monasterio de San Isidoro del Campo junto a la ciudad romana de Itálica. La semilla de la herejía erasmista en Sevilla fue aniquilada en las celdas de este castillo y sus cenizas aventadas en el viejo quemadero del Prado de San Sebastián, en un lugar que curiosamente acogió durante un siglo la famosa Feria de Abril.