Image: Una noche en el Museo del Prado, con Javier Sierra

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El Cultural

Una noche en el Museo del Prado, con Javier Sierra

Presentó su libro El maestro del Prado, editado por Planeta

5 febrero, 2013 23:00

Javier Sierra. Foto: José Manuel Miguel

La cita es al anochecer, ante las puertas de los Jerónimos del Museo del Prado. La invitación, llena de sugerencias, parece provenir de una de esas sociedades secretas tan queridas por el anfitrión, Javier Sierra (Teruel, 1971), pero no incluye más clave que el título del libro que va a presentar (El maestro del Prado, Planeta). Imagino, no sé por qué, que seremos pocos los conjurados pero pronto descubro mi error: somos casi medio centenar (televisiones y radios incluidas), y la contraseña para entrar es algo tan prosaico como el DNI, que recogen y devuelven las estrictas gobernantas de la editorial. Tras una larga espera, el autor nos explica el origen del libro: en 1991, un jovencísimo Sierra visitó el Prado y se quedó deslumbrado ante La perla, de Rafael. Junto a él, un misterioso anciano parecía también extasiado. Ese enigmático hombre, protagonista de la novela, le propuso iniciarle en el conocimiento de los símbolos secretos que ocultan algunos de los cuadros más admirados de la humanidad, y que están en algunas de las salas que visitamos. Nos detenemos en primer lugar ante El jardín de las delicias, de Jerónimo el Bosco, y mientras Sierra explica claves y símbolos ocultos, nos insiste también en el privilegio de estar solos, por la noche, en el Prado, sin miles de japoneses rodeando cada cuadro. Cada año, subraya, lo visitan tres millones de personas. Ahora sólo estamos nosotros, aunque yo, la verdad, rodeada de tantos colegas y conducida como puritito ganado entre las salas por las gentes de prensa de la editorial y el Museo, comienzo a sentir que, a pesar de todo, mis ojos se van achinando, y mi piel amarillea. Pero el tríptico del Bosco lo justifica todo: fue, según Sierra, una herramienta para los Hermanos del Espíritu Libre, los adamitas, que reivindicaban el cuerpo humano, y la esperanza en una vida futura. Tras El Jardín, el narrador nos lleva, como hizo con él Fovel, protagonista de su libro, ante El triunfo de la muerte, de Brueguel el Viejo, “una pesadilla de muerte y destrucción, un cuadro terrible que habla del terror del hombre de ese tiempo ante la muerte pero también ante la modernidad de las máquinas y que refleja un alfabeto secreto, el alfabeto de la muerte, que hace que el cuadro contenga un mensaje. Si queréis saber cuál, tenéis que leer el libro y también investigar un poco”, destaca. Nos detenemos de nuevo, pero no ante un cuadro: las teles tienen que hacer unos cortes y Sierra, con la paciencia de alguno de los santos cuyos retratos se multiplican en las salas del Prado, repite, incansable, desde distintos planos y con diversas palabras, lo del privilegio, los secretos, y sobre todo, cómo lo que propone con el libro es un viaje iniciático, “porque el hombre contemporáneo no entiende hoy el arte, que nació hace más de 40.000 años, en las cavernas, de la necesidad de explicar el mundo y de abrazar la trascendencia, y no por puro placer estético”. Acaban las grabaciones y pasamos a la sala italiana para descubrir el significado de los tres únicos paneles de Boticelli del Museo, donados por Francesc Cambó, que permiten que el autor nos recuerde un relato del Decameron sobre las consecuencias funestas que para la mujer puede tener rechazar el amor de un hombre, una terrorífica historia llena de violencia, fantasmas y muerte. La transfiguración de Rafael es la siguiente cita, inevitable porque, según Sierra, “es casi un tratado de cómo un mundo se relaciona con el otro, con el más allá. “Nada es casual. Piensen -destaca-, que quienes veían el cuadro no tenían demasiada cultura, pero sabían interpretar, sabían leer lo que significaba”. Más: La Perla, o La Sagrada Familia, también de Rafael, donde todo empezó. Ahora Sierra no habla de la posibilidad de que san Juan (o Juanito) fuese el gemelo de Jesús (una de las historias más curiosas de su relato), sino de cómo la mirada de Jesús se pierde más allá de su madre, de san José, y de lo que eso puede significar... Llegamos casi al final de la visita, pero hay una nueva interrupción: ahora las televisiones quieren grabar a Sierra paseando, como si tal cosa fuese posible en el día a día del Museo, en una sala desierta, haciendo como que lee el libro y se para ante el cuadro cuyos secretos nos va a desvelar. Se suceden las tomas: una, dos,... seis. Tras la séptima, Sierra susurra que después de esto le va a contratar Almodóvar, pero cuando llega, de improviso, la cámara de TVE porque no ha tomado (ay) la escena, Sierra inicia el paseillo de nuevo como si fuese la primera vez, leyendo el libro y repitiendo lo del privilegio, los secretos y demás. Seguimos. La sexta parada es La Gloria de Tiziano, en una sala de tránsito que muchos curiosos se pierden porque cerca están las salas imprescindible dedicadas a Velázquez y al Greco, y pasan de largo ante genialidades como ésta, que nos habla del terror de Carlos V a la muerte, y nos lo muestra envuelto en un sudario, junto a su difunta esposa, la reina Isabel (también con sudario), su madre, la reina Juana, y su hijo Felipe II, “porque en realidad el emperador trataba de retratar no su majestad sino su alma. Se dice que ante él, el Emperador entraba en trance y fue una de las pocas posesiones que le acompañaron a Yuste, antes de morir”. Pero las sorpresas no han llegado a su fin: la última cita es uno de los retratos más conocidos de Carlos V, el del emperador tras la victoria de Mühlberg, de Tiziano, lleno de símbolos como la lanza de Longinos (el centurión que, según la leyenda, atravesó a Jesús en su agonía y que se ha convertido, para muchos iniciados, en un símbolo de poder), el Toisón de Oro o la Laguna Estigia (que cruzaban los muertos para pasar al más allá)”. Y Sierra nos menciona más aún pistas de ese camino lleno de secretos: el primero, La última cena de Juan de Juanes, que según él esconde “un verdadero desafío intelectual y espiritual, porque el Grial pintado es para muchos el verdadero y se halla en la catedral de Valencia. Incluso lo han utilizado Juan Pablo II y Benedicto XVI en sus visitas a España” -¿Habrá una continuación, hay más secretos por desvelar?, le preguntamos. -Desde luego, este libro es el primero de lo que imagino como una serie, porque hay aún demasiados misterios por desvelar, tengo muchísimo que investigar. En realidad sólo espero que los lectores del libro se acerquen al Museo del Prado y al arte antiguo con ojos nuevos, dejando que las obras les susurren sus secretos.