"Pat está haciendo todos mis poemas en mi lugar.
Llega a un millón de personas. Es todo lo que yo quería
decir. Pat ha destilado el dolor, lo ha glorificado en una
cámara de ecos."
Leonard Cohen. El juego favorito
Los músicos han llegado todos juntos hace unas horas han pasado la mañana entre temblores
de apenas disimulada excitación y temor, bajo capas de bromas y chistes privados, anécdotas
mundanas y conversaciones sobre cosas ajenas al asunto. Cosas de los periódicos, chismorreos
o comentarios sobre la noche anterior con los que desviar la atención, o recordatorios más bien
serios y analíticos de cómo afrontar ésta o la otra canción. En realidad, qué raro es grabar un disco.
Consiste en exaltar un registro del dolor, el amor, el entusiasmo, la fugacidad, el baile, la poesía o
los asuntos frívolos de la existencia convertidos en canción para provecho de los otros. El músico,
cuando los que gobiernan el estudio encuentren la manera de hacerlo correctamente, colocará su
alma, sea ésta lo que quiera que sea, bajo un foco hasta que empiece a oler raro, a algo cocinado que
en realidad no se come, o a alguna cosa que sí se come pero debe pasar tanto tiempo en el horno
que al sacarla no es más que un amasijo de carbones y chorritos de grasa, de elementos retorcidos
hasta volverse irreconocibles, que puede ser quebrado igual que una caña seca. Podrá hacerlo con
ansiedad, intensidad o fiereza, con el sufrimiento de la perfección inalcanzada o con la mayor de
las ligerezas y desapasionamientos. Pero qué cosa tan extraña y tan natural a la vez, ese contumaz
deseo de apresar de una sola forma y engalanar hasta donde se deje esa criatura inconsciente que
se debate entre la vida y la muerte, esa idea de un edificio que jamás tendrá aspecto físico tangible,
que se quedará en el terreno universal de lo abstracto pero acabará convertido en un lugar público
que el resto del mundo pueda habitar, en la encarnación de una emoción y sensación o conjunto de
ellas. Una forma más de transcendencia y posteridad pero una forma peculiar, sin duda.A estas horas, pasado el primer rato de exploración, preguntas y curiosidades, los músicos parecen ya acostumbrados a esas habitaciones con algo de cámara de antiguo manicomio, algo de sala de estar de diseño futurista y mucho de cabina de control aéreo, tan acolchadas, con sus sofás y paneles acústicos y con sus pantallas y sus filas y columnas de aparatos de botones desconocidos. En realidad, qué extraño lugar el estudio de grabación, si no fuera por los instrumentos, los más conocidos y las curiosidades, la colección de guitarras, percusiones, teclados, la mesa de grabación y mezcla. Allí una especie de equipo de cazafantasmas trata de capturar tan intangible ectoplasma como el sonido peculiar producido por una serie de desconocidos que han desembarcado por unos días con sus propias normas de hacer y tocar la música. El experto en sonido encargado de registrar sólo lo más válido de los intentos, de momento no escucha las palabras que el cantante ha repetido veinte veces ya por cada uno de los diferentes micrófonos con que se intenta captar la mejor textura de la voz. Una grabación es un trasiego de luces que se encienden y brotan hasta un punto del que no deben pasar, de medidores de frecuencias, de pantallas donde los espectros son asimilados y transformados primero por la ciencia y luego por la tecnología. Es una mezcla como pocas de ingeniería y psicología, de música y tecnología, de error humano aceptados, orden consensuado, casualidad y muchas mediciones.
Hace cinco minutos que los músicos que no andan empantanados encontrando el sonido de su instrumento hablan de la hora en que se parará para comer. Se habla y durante días hablará de tipos de sonido de cada instrumento en cada pasaje de cada canción, del volumen, la claridad, el hilado entre el bajo y los tambores, la distinción de las dos guitarras, la dimensión de los coros, reverberación, caos, distorsión y crípticos códigos internos en lenguaje no verbal, se hablará entre risas o malos humos de tomas buenas o malas. Pero hasta el más disimulado sabe que está allí, trajinando con esa cámara de ecos que es el estudio de grabación, para conseguir convertir el ruido fallido en una expresión clara del desierto, el traqueteo cojo y caprichoso en un ritmo efectivo y persistente que nos conecte de pronto con el frustrado camino de lo primitivo, la incompetente imitación de los pájaros y el viento que se queda en aullido de animal herido, en un dulce o áspero sonido salido de una garganta encajando las palabras pensadas por escrito para ser cantadas. Cuánta turbación puede llegar a esconderse detrás de cada pista grabada, de cada acorde de la guitarra o golpe. Cuánto placer también, a veces, cuánto abandono.