A través del espejo
I. Por estas fechas, el año pasado publiqué un post sobre Black Mirror, la impactante mini-serie de la BBC que no dejó a nadie indiferente, en torno a las distopías y rutinas capaces de generar la sociedad tecnológica que hemos creado. El éxito de los tres capítulos -que funcionaban como mediometrajes independientes de 40 minutos cada uno- ha deparado una segunda temporada, que ya se ha emitido en la televisión británica (el 11 de febrero) y que llegará a las pantallas españolas, a través del canal TNT, el próximo 4 de marzo, a las 22.15 horas.
Para muchos, las tramas de los episodios eran más predecibles y tramposas de lo que algunos espectadores quisieron ver, probablemente seducidos por la calidad de las producciones y su capacidad de impacto, pero sin duda Black Mirror entraba en perfecta sintonía con los nuevos temores sociales ante las mutaciones tecnológicas. Enfrentados a un futuro que llega demasiado pronto, porque todo avanza demasiado rápido, desconocemos el alcance de las transformaciones que estos profundos cambios están ejerciendo en la naturaleza del ser humano, pero podemos intuirlos con horror. El primer episodio, Be Right Back, dirigido por Owen Harris (director de algunos capítulos de Misfits) y escrito por Charlie Brooker -el autor de The National Anthem, el primer episodio de la pasada temporada, aquel en que el Primer Ministro británico era forzado a mantener relaciones sexuales con un porcino en una emisión televisiva en directo-, mantiene la atmósfera enfermiza de sus predecesoras, ese toque de ciencia-ficción que nos coloca en un futuro no muy lejano, en el que los dispositivos tecnológicos del presente, bien reconocibles, han evolucionado hacia una perfección de consecuencias fatales y aterradoras, convirtiendo al hombre en un perfecto esclavo de las máquinas.
Fotograma del primer capítulo de 'Black Mirror'
[A partir de aquí, spoilers]
En la fantasía de Be Right Back sólo cabe la misma clase de pesimismo y alienación que empapaba los capítulos precedentes. El episodio narra la historia de la viuda Martha (Hayley Atwell, actriz también en la reciente serie española Falcón), quien pierde a su joven marido Ash en un accidente y no puede soportar el duelo de su ausencia. En el funeral, su amiga Sarah le informa sobre un nuevo "servicio" que permite a las personas comunicarse con los seres queridos que han desaparecido. Aunque al principio la idea le espanta, Martha cada vez se aísla más del mundo y, tras conocer que está embarazada de Ash, acaba cediendo a la tentación. Quiere comunicarle la noticia. El "servicio teconológico" proporciona varias fases. La primera consiste en establecer contacto con los seres de ultratumba por chat y por teléfono. ¿Cómo? No se trata de ninguna sesión de espiritismo ni nada por el estilo, sino de un desarrollo tecnológico perfectamente imaginable, que podemos proyectar en nuestras mentes. La empresa suministradora crea un avatar de la persona deseada a partir del registro de todos sus mails, comunicaciones on-line, llamadas telefónicas y demás registros sonoros y escritos que permiten realizar una verídica reconstrucción de la personalidad del fallecido. Martha entrará en contacto con una máquina perfecta, que sin embargo es capaz de razonar, reaccionar, hablar y ¿sentir? como lo haría Ash si estuviera vivo.
La tecnología es tan perfecta, la comunicación es tan real y creíble, que Martha llena la ausencia de su marido desarrollando una adicción a sus contactos con el avatar virtual de Ash. Aparte, éste dispone de un sistema de aprendizaje (¡como la aplicación "Siri" del sistema operativo de iPhones y iPads!) que va perfeccionando con cada comunicación, planteando la posibilidad de que con el tiempo desarrolle una replica perfecta, indistinguible, del finado. Hasta este punto, el episodio es impecable, verosímil, lúgubre y pavoroso. Experimentamos la sensación de que ese futuro sombrío está muy cerca, y de que además es perfectamente viable, que puede que ya sea posible en cierto modo. Las tornas cambian cuando Martha decide adentrarse en la siguiente fase de la resurrección virtual de Ash, determinada por la reconstruccion física, la réplica exacta, que también es posible mediante el procesado de todas las imágenes videográficas y fotográficas de Ash existentes. El drama entra entonces en los territorios más familiares del 'cyborg', con referencias explícitas a IA: Inteligencia Artifical, con la que no en vano comparte argumento: recordemos que en el filme de Spielberg una madre sustitutía a su hijo en coma con un niño-robot.
II. Es una lástima que un episodio con tantas promesas en su interior, sobre todo en los primeros veinte minutos, acabe encharcándose en lugares comunes y resulte, a la postre, tan irregular. El escenario que plantea es convincente, pero no tanto sus resultados. La sustitución plena del marco real por contenidos virtuales, la apropiación de lo físico por lo artificial encuentra plenas correspondencias con nuestro inquietante presente y nuestro incierto futuro, en el que quién sabe si amigos, familiares y parejas podrán ser algún día reemplazados por máquinas. Si hoy resulta más fácil que nunca cruzar ese espejo que separa lo real de lo virtual, no es disparatado imaginar que algún día podremos virtualmente romper las líneas fronterizas que separan la vida de la muerte. De una premisa similar parte también el director Álex Mendíbil en su largometraje Undo infinito, que a su modo bien podría ser un capítulo de Black Mirror. Se ha estrenado en el marco on-line de littlesecretfilm, una iniciativa que ha dado a conocer un modelo de producción, distribución y consumo cinematográfico inédito en España. Hablaré con más detenimiento de esta interesante ventana cuando me haya pueso al día viendo algunas de sus propuestas, entre ellas el largometraje de Jordi Costa Piccolo Grande Amore (que podrá verse también en Cineteca).
Fotograma del largo 'Undo Infinite'
De momento recomiendo ver el filme de Mendíbil que, en clave de thriller de misterio, nos advierte también sobre los vampirismos que ejerce la dimensión virtual en nuestro cotidiano. Llevado al extremo, en forma de parábola fantástica, de raíces cronenbergianas, Mendíbil aboca también a su protagonista, una joven editora de vídeos, a una enfermiza obsesión que anula su capacidad de discernimiento entre una dimensión y otra. Nuestros sentidos de la percepción se han visto sin duda alterados por la confluencia del digital en nuestras vidas, y Undo infinito emplea diversos códigos que van de la estética 'grindhouse' a los registros experimentales y metalingüísticos para llevar estas anomalías perceptivas al extremo, a una poética de la desaparición (lo irreal es real) extremadamente inquietante. Salvando ese fragmento en el que comparto cameo con Gonzalo de Pedro y Rubén García debatiendo en torno a algunas problemáticas que plantea el cine digital, encuentro estimulante y digno de celebrar todo lo demás en esta película: su cualidad atmosférica, el excelente trabajo de sus intérpretes (Marta Suárez, Antonio Villa y Jesús Calvo) y sobre todo el modo en que el profundo sustrato filosófico (diría que espiritual, casi metafísico) del filme no anula, más bien ilumina, los desvíos cinefílicos (como si fuera una suerte de Arrebato en la era digital) y los rastros de emoción que propone la historia.