Carme Riera. Foto: Santi Cogolludo

Acaba de publicar 'Tiempo de inocencia' (Alfaguara).

Cuenta Carme Riera (Palma de Mallorca, 1948) que de pequeña era una niña feíta y poco espabilada. Que se parecía tanto a su padre que le daba miedo que le creciera bigote, y que pensaba que sólo era hija suya, porque su madre era muy guapa (y lo sigue siendo). También que, en un arrebato de celos fraternales, tiró a uno de sus hermanos por el balcón. Tiempo de inocencia es un paseo por los miedos, emociones y contratiempos de una infancia transcurrida en una Mallorca todavía casi virgen, antes de que ocurriera "la catástrofe", cuando las cadenas hoteleras y los apartamentos arrasaron con la costa para que colonias de turistas que no saben pronunciar el nombre de la isla se relajen a pie de playa. El libro es también la razón por la que esta académica, la sexta mujer en ocupar actualmente un sillón de la RAE, haya ido posponiendo su discurso de ingreso.



Pregunta.- ¿A qué se debe este ejercicio de introspección, de mirar atrás?

Respuesta.- A los años que tengo, que son muchos. Cuando te queda más vida por detrás que por delante, te pones a rememorar para afianzar, para traer el tiempo que se ha ido, porque todavía cuenta. Además, acaba de nacer mi primera nieta, y me hacía mucha ilusión contarle mi infancia.



P.- ¿Le da pudor revelar una parte tan íntima de usted?

R.- La verdad es que sí. Estoy horrorizada. Podría haber optado por no contar, pero eso hubiera sido falso. El hecho de que todo el mundo pueda asomarse a mis sensaciones, a mis miedos de cuando era niña, me produce rubor.



P.- Escribe que la Mallorca de su infancia ha cambiado mucho, más para mal que para bien. ¿No queda nada del lugar donde creció?

R.- Queda muy poco. Yo viví en una Mallorca con playas maravillosas, con lirios, con pinos que se extendían hasta el mar. Ahora hay un cordón horrible de casas. Los asesinos de paisajes no tienen límite.



P.- Dice que en su infancia primaba la sensualidad. ¿A qué se refiere?

R.- Me refiero a los olores, a los sonidos... También un poco en relación con Los trabajos y los días, con esa sensualidad primigenia, que se conservó hasta la llegada masiva de los turistas, una catástrofe. Unos sonidos pautados por las campanas no se pueden comparar a unos pautados por el tráfico infernal.



P.- Retrata a una generación que creció con la mano dura y a la que se trató de inculcar una profunda religiosidad. ¿Hasta qué punto tuvo éxito esta educación?

R.- Éxito tuvo, porque consiguieron inculcarnos lo rígido, el temor al infierno, en vez de decirnos que el cristianismo es amor. Pero era normal, porque estábamos en pleno franquismo, en los momentos más duros de la dictadura.



P.- Su infancia no fue feliz, y sin embargo quiere volver a ser niña. ¿Cómo se explica eso?

R.- No fue feliz, porque todo estaba impuesto. Lo pasé muy mal por el miedo al infierno. Pero cuando eres niño tienes toda la vida por delante, la magia y la ilusión están ahí.



P.- ¿Sintió que se coartaba su libertad por ser niña, al contrario que a sus hermanos?

R.- Sí. Ser niña era muy distinto a ser niño. Ellos tenían más libertad, podían jugar en la calle, se les dejaba llegar más tarde a casa... Eran más libres.



P.- Habla de su relación con su madre, una mujer muy guapa. "Al mirarla me siento triste, porque no me parezco a ella". ¿Es una especie de trauma?

R.- No, es algo que sentía en mi infancia. Yo era feíta, me parecía tanto a mi padre que me daba miedo que me saliera bigote. Lo pasé mal. Mi madre sigue siendo una mujer muy guapa a sus 92 años. Creo que quizá se ha magnificado ese hecho, en algunos reportajes se ha mostrado esto de modo equivocado. Tenía envidia de lo guapa que era.



P.- ¿Qué ha quedado de esa niña en su literatura?

R.- Mi interés por mirar, escrutar, espiar, observar... Todo eso está ahí desde la infancia. Cualquiera que escribe debe tener los ojos abiertos.



P.- Es curioso que precisamente una académica como usted tardara tanto en aprender a leer.

R.- Quizá sí. No era muy espabilada de pequeña, las monjas estaban desesperadas. Luego me reciclé. Pero descubrir la lectura es de lo mejor que me ha pasado en la vida. Fue gracias a mi padre, que me leyó la Sonatina de Rubén Darío: "La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?". La princesa estaba triste porque era tonta del bote. Fue así como me llegó el interés por los libros.



P.- Es la octava mujer en ocupar un sillón en la Real Academia. ¿Qué opinión le merecen las cuotas?

R.- No me gustan, lo he dicho siempre. Las mujeres estamos tan capacitadas como los hombres, y creo que es esa capacitación lo que se tiene que medir.



P.-Está preparando su discurso de ingreso. ¿Nos puede avanzar algo?

R.- Quiero leerlo cuanto antes, pero he estado muy ocupada con el libro. Del discurso puedo adelantar poco. Tiene como referente a mi isla, a Mallorca en relación con una serie de escritories. Los isleños somos el producto de la gente que viene de fuera. Y, por supuesto, habrá una referencia a Rubén Darío.



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