Fotograma de El gatopardo
Y quién más indicado para plasmar esa decadencia que Luchino Visconti, el aristócrata del cine italiano. Procedente de una familia noble, no ocultaba sin embargo sus convicciones marxistas y su homosexualidad. Se inició en el cine como asistente de Jean Renoir, y pronto engrosó las filas del neorrealismo italiano, hombro con hombro con Roberto Rossellini, Federico Fellini y Vittorio De Sica. La miserable realidad italiana, consecuencia de la II Guerra Mundial, quedó recogida en sus primeros trabajos, La terra trema y Ossesione, una adaptación de la novela El cartero siempre llama dos veces. Sus películas terminaron por alejarse de este movimiento, para abrazar el brillo y la opulencia de los salones imperiales en El gatopardo y Luis II de Baviera, el rey loco. Pero su obsesión por el realismo permaneció intacto, hasta el punto que, en la primera, Claudia Cardinale llevaba en el bolso un pañuelo de época que nunca llegó a mostrarse ante la cámara.
Visconti necesitó 3 millones de dólares de la 20th-Century Fox, y como compensación el estudio le impuso a Burt Lancaster como Príncipe de Salina. Que una estrella de Hollywood encarnara a un italiano en una película eminentemente italiana que contaba una historia italiana fue un escándalo. Sus intervenciones se grabaron en inglés, y fueron dobladas posteriormente. El montaje final duraba 205 minutos, algo excesivo para su distribución en Estados Unidos, en opinión de la productora, a pesar de su aclamación en Europa. Hubo que esperar veinte años hasta que se pudo ver la versión íntegra, libre de cortes y doblajes. Después de que la Fox cortara sin piedad cuarenta minutos de la proyección original, Visconti declaró que no reconocía la paternidad de esa obra, y que Hollywood trataba al público americano como a un niño. La cinta ganó la Palma de Oro en Cannes, pero en los Oscars tan sólo recibió una nominación a Mejor Vestuario. Alain Delon fue candidato al Globo de Oro a Mejor Actor Revelación.
La historia se basaba en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y contó con una banda sonora de Nino Rota y una fotografía de Giuseppe Rotunno, rodada en un evocador Technicolor. El material podría haber dado fruto a un melodrama, pero Visconti lo convirtió en una historia épica y sofisticada, en la que batallas, bailes y fiestas confluyen como un mismo vals. Una de sus obras maestras, en definitiva, de la que se cumplen 50 años.