Image: Xavier Pericay

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El Cultural

Xavier Pericay

"Los jóvenes catalanes sólo aprenden el castellano en la calle y en la televisión"

21 marzo, 2013 01:00

Xavier Pericay

Presenta su libro 'Compañeros de viaje' en La Central de Madrid junto con Jon Juaristi, Félix de Azúa y Eduardo Riestra (19.30 h.)

En 1924, tras la decisión de Primo de Rivera de prohibir la enseñanza del catalán en las escuelas, varios intelectuales de este lado del Ebro firmaron un manifiesto para denunciar esa medida. En 1930, ya muerto el dictador, Francesc Cambó quiso agradecer ese gesto a los firmantes. Les invitó a Barcelona para homenajearles. Y allí fueron tratados con todas la deferencias. No sólo por la clase política y la intelectualidad catalana. También por el pueblo en general que los recibió con un afecto multitudinario. Entre los agasajados estaban Ortega y Gasset, Menédez Pidal, Azaña, Pérez de Ayala, Gómez de la Serna, Marañón, Américo Castro... Xavier Pericay (Barcelona, 1956), traductor de los dietarios de Pla al castellano y profesor de Periodismo hasta fechas recientes, ha documentado con todo detalle la intrahistoria de aquel llamativo evento en Compañeros de viaje (Ediciones del Viento). Eran otros tiempos en los que los prohombres de la cultura tenían todavía alguna influencia en los designios políticos en este país y podían, en cierta medida, avanzar soluciones para entuertos tan complejos como el encaje de Cataluña en el resto de España.

Pregunta.- ¿Cómo surge la idea dedicarle un libro a este curioso viaje?
Respuesta.- Yo tenía ya constancia de este homenaje desde hacía tiempo, pero de una manera poco detallada. Lo conocía de oídas. Hay otros encuentros de este tipo muy documentados, como el que se celebró en 1954, con Ridruejo como máxima figura y sobre el que Jordi Amat escribió Las voces del diálogo. Este libro surge a partir de un proyecto editorial que llevaba entre manos Jorge Martínez Reverte. Él me propuso escribir sobre el viaje. Luego aquel proyecto no cuajó pero el tema me pareció apasionante, así que decidí seguir adelante, con la suerte de que pude acceder al archivo personal de Joan Estelrich. Con este material pude reconstruir la intrahistoria del viaje, no sólo lo que apareció en los medios y los discursos pronunciados. La organización fue muy compleja, con gente que se resistía a ir, otra que tenía sus dudas... Porque, al fin y al cabo, fue un encuentro muy plural, en el que convergieron intelectuales de muy diversas ideologías.

P.- Cambó fue el impulsor. ¿Su iniciativa era del todo desinteresada?
R.- En política no hay nada del todo desinteresado. Cambó era un hombre culto, alguien que creía que los intelectuales debían ser la vanguardia de la regeneración de España, de esa "España grande" que él decía, en la que Cataluña podía tener encaje a partir de cierta autonomía y la opción de poder utilizar sus símbolos y su lengua. Ese horizonte quedó truncado con la dictadura de Primo de Rivera, que prohibió el catalán en la enseñanza. Contra esta medida, varios intelectuales del otro lado del Ebro firmaron un manifiesto para denunciarla. Cuando cayó la dictadura Cambó le ordenó a Estelrich, su hombre de confianza en temas de cultura, que organizara el evento como gesto de agradecimiento. Para ello puso dinero de su propio bolsillo. Era un hombre rico gracias a la venta de unas eléctricas. Pero aparte del agradecimiento buscaba proyectarse en toda España, defendiendo una monarquía constitucional. Cambó pensaba en clave española.

P.-- En cambio, luego se sintió traicionado por muchos de los participantes…
R.- Sí, porque muchos de ellos eran republicanos. De hecho, al día siguiente del homenaje celebrado en el Ritz quedaron en un restaurante para ir preparando el terreno a la II República. Fueron unos contactos que luego cristalizarían en la coalición de republicanos y socialistas que firmaron los Pactos de San Sebastián. En sus memorias Cambó se quejaba de que aprovecharan unos actos costeados con su propio patrimonio para impulsar sus propios objetivos.

P.- Aunque las jornadas se desarrollaron en un clima de camaradería surgieron también algunas rencillas, ¿no?
R.- Sí, todo transcurrió en ese clima. El pueblo catalán, porque no sólo fue una iniciativa de políticos, recibió con mucho afecto a los intelectuales castellanos (digo castellanos pero me refiero a españoles no catalanes). Hubo escenas que recordaban a las de los equipos de futbol de ahora cuando llegan a los estadios, envueltos en masas. Sólo que en aquella ocasión los que iban en el autobús eran intelectuales vestidos con sus rigurosos trajes grises y sus sombreros. Las rencillas estuvieron centradas sobre todo en la figura de Azorín, que no fue al homenaje porque no quiso. Él puso la excusa de que no se había invitado a algunos escritores jóvenes que lo merecían, como Alberti, Marichalar, Bergamín... Pero muchos piensan que hubo alguna presión del ABC, el periódico para el que colaboraba, para que no fuese. Este diario publicó luego alguna editorial criticando que el homenaje fue una tapadera para dar aliento a pretensiones separatistas, a la amnistía de presos políticos...

P.- ¿Qué paralelismos y contrastes se pueden trazar entre aquel llamativo acto y el contexto actual?
R.- Bueno, yo me guardo mucho de establecer paralelismo y contrastes en el libro. Espero que sea el lector el que lo haga. Pero es evidente que los hay. El primer contraste es la importancia que entonces tenían los intelectuales en la sociedad, muy atenuada en esta época. Además, muchos de los temas que se debatieron entonces, en relación al encaje de Cataluña en España, son los mismos que están tan de actualidad en el presente. Sólo que ahora Cataluña tiene un Estatuto de Autonomía que le otorga un nivel de autogobierno que no hubieran ni soñado los intelectuales catalanes de entonces. Y con el asunto de la lengua la situación es radicalmente la contraria: ahora la lengua proscrita en suelo catalán es la castellana. Todo esto demuestra el carácter insaciable del nacionalismo, que jamás precisa los límites de sus aspiraciones, porque una vez que consigue un objetivo va siempre a por más.

P.- Usted ha escrito Progresa adecuadamente, una radiografía del sistema educativo y lingüístico que rige en Cataluña. ¿Aprecia en las nuevas generaciones de catalanes dificultades para expresarse en castellano?
R.- La verdad es que las nuevas generaciones en España tienen dificultad para expresarse correctamente en cualquier lengua. En Cataluña el castellano sólo lo aprenden en la calle o en casa, y por televisión. Por supuesto que así no basta para dominarlo. Una cosa es comunicarte en una lengua y otra es dominarla. Para dominarla debes estudiar su gramática y leer mucho. En zonas no urbanas es un hecho esa deficiencia en la expresión en castellano. Es así, no invento nada.

P.- Y también acaba de publicar, como editor, La universidad cercada (Anagrama). En ese terreno retrocedemos adecuadamente, ¿no?
R.- Lo cierto es que mi aportación es mucho más modesta que la de los otros dos editores, Jesús Hernández Alonso y Álvaro Delgado-Gal. Es una compilación de testimonios de personas que conocen en profundidad las universidades españolas. La visión que ofrece es en general muy triste y desesperanzada. Los problemas que arrastraba la educación primaria y secundaria, donde lo que se prima por encima de la valoración del mérito y la transmisión del conocimiento es eso de aprender a aprender, han llegado también a la universidad desde hace tiempo. Y así nos va.

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