La semana pasada visité el rodaje de La herida en un piso de Madrid. Es el debut en el largometraje de Fernando Franco, uno de los montadores más activos y talentosos del cine español, quien en justicia tendría que haberse llevado el Goya por su trabajo de edición en Blancanieves, solo si los académicos no se hubieran cegado con el tsunami de Lo imposible. Franco, nacido en Sevilla en los años setenta, editó también el año pasado una de las películas más extroardinarias que ha dado el cine español en los últimos tiempos (no exagero, búsquenla, no se la pierdan), el cortometraje Una historia para los Modlin, de Sergio Oksman (que sí recogió en justicia el premio Goya), y anteriormente ha editado filmes como No tengas miedo, de Montxo Armendáriz o Bon Appétit, de David Pinillos.



Sigo su trabajo desde que debutó en el cortometraje con Mensajes de voz (2007), una magnífica pieza que narraba con destreza y emoción -descontextualizando imagen y audio- la historia de un amor convertida en desamor. En la misma senda, pero con mayor sofisticación formal, escribió y dirigió otra ruptura sentimental en Tu(a)amor (2009), donde también lograba armonizar dos tonos casi antagónicos en un mismo discurso: la crisis de una pareja y el informe clínico de sus corazones. El exitoso recorrido de sus cortometrajes por festivales nacionales y extranjeros, a los que habría que sumar Les variations Dielman (2010), Room (2010) y La media vuelta (2012), le posicionan en un lugar de privilegio entre los jóvenes directores españoles que resulta obligado seguir de cerca. Ha construido su trabajo a partir de arriesgadas decisiones formales, algunas de carácter experimental, y sus cortos no dejan de llamar la atención sobre el lugar que ocupan las imágenes hoy en día, pues, en esencia, el trabajo de un montador (que muchas veces es el que está detrás de las buenas películas, aunque sea el diector quien se lleve los méritos) no es otro que el de reflexionar y dar sentido a cada plano mientras los pone en orden.



En el rodaje de La herida, que ha tenido lugar durante cinco semanas en San Sebastián, Zumárraga y Madrid, y que dio su último claquetazo el sábado, Fernando Franco se mostraba exultante y, al menos en apariencia (porque, suponemos, la procesión va por dentro), muy relajado y confiado. Posiblemente porque ya tiene una idea muy clara de cuál será el resultado final de la película: ha podido ir montándola prácticamente al mismo tiempo que la rodaba, debido a una concepción del relato en bloques de planos-secuencia que no exigirán después mucho trabajo de edición (del que se encarga David Pinillos), una estrategia no en vano que Franco ya adoptó en su cortometraje Room, consistente en un inquietante plano secuencia (con truco, es decir, cortes imperceptibles) desde el punto de vista estático de una web-cam. En gran medida, los desafíos que se plantea en La herida no dejan de ser el resultado de una progresión natural ya presente en sus cortometrajes.



Franco concibió la idea de La herida hace varios años: tratar de sumergir al espectador en la mente de una joven de conducta 'borderline', aquello que los psiquiatras llaman "Trastorno límite de la personalidad". La joven se llama Ana y la encarna la actriz Marian Álvarez (Lo mejor de mí), que por lo tanto está presente en todos los planos de la película. "Sé que es una gran responsabilidad, pero también es una gozada, porque el trabajo en plano secuencia te permite un mayor control de tu trabajo, como en el teatro, y también un acercamiento más realista a las escenas". Uno de los objetivos de La herida pasa precisamente por reforzar el sentido de realismo de la historia apelando al tiempo real de las escenas, estableciendo una serie de limitaciones que no contemplan el acostumbrado plano-contraplano ni el montaje convencional, buscando una identificación plena entre espectador y protagonista. "Dentro de los límites que nos hemos impuesto, en verdad hay mucha libertad, y he evitado en todo momento que sea un rodaje encorsetado. Nos hemos dado mucha espacio y todo el rodaje ha transcurrido de forma muy fluida", explica Franco.



Otra de las particularidades del filme es que se ha rodado en 16mm, algo realmente insólito en estos tiempos, quizá buscando las texturas de películas como "Keane de Lodge Kerrigan o sobre todo del cine de los Dardenne [Rosseta, El hijo, El niño, etc.]", en palabras de Santiago Racaj, el director de fotografía, que también ha iluminado las últimas películas de Javier Rebollo y Jonás Trueba. Comenta Racaj que, según les han indicado, La herida será la última película en 16mm que se va a imprimir en los laboratorios DeLuxe. "Antes de filmar en película, hacemos pruebas in situ con una cámara digital, de manera que podemos hacer las modificiaciones que determine la localización", explica Racaj.



Franco celebra que, de modo infrecuente en el cine español, haya podido trabajar sin estrecheces de tiempo y dinero [el presupuesto es de 900.000 euros], con la posibilidad de ensayar con Marian Álvarez a lo largo de cinco semanas antes del rodaje. "Aunque mi investigación del personaje comenzó realmente en verano", explica la actriz, a quien le acompañan en el reparto Rosana Pastar (en el papel de su madre), Ramón Barea, Manolo Solo, Andrés Gertrudiz y Ramón Agirre. "Los ensayos han sido cruciales, y no me hubiera planteado rodar si no hubiera dispuesto de un largo tiempo de preparación -sostiene el director-. A lo largo de la película, Ana se enfrenta a serios problemas para relacionarse con las personas, se vuelve agresiva con los que la rodean, pero sobre todo hay que tener en cuenta que ella no es consciente del trastorno que padece, ni tampoco puede controlar su comportamiento".



A pesar de las dificultades que atraviesa el cine español, y que su futuro en gran medida parece hipotecado por los estrangulamientos institucionales, hay motivos de sobra para permanecer expectantes y optimistas ante el cine que se avecina, sobre todo procedente de directores que, como Fernando Franco, están dispuestos a colocar el cine español en el mapa de las inquietudes contemporáneas. Es cierto que, desde Fritz Lang a nuestros días, los trastornos mentales y las enfermedades neurológicas han ocupado el centro de atención de la gran pantalla, quizá por su alcance metafórico, por la capacidad que tiene el cine para reflejar las ansiedades y perturbaciones del hombre moderno. Uno de los últimos ejemplos del cine español es el extraordinario filme Cabeza de perro, que dirigió Santi Amodeo en 2006 (también un director sevillano), y que no fue debidamente valorado en toda su dimensión. Habrá que esperar al otoño, cuando esté previsto el estreno, para ver si no ocurre lo mismo con "la herida" que Fernando Franco está dispuesto a abrir en la piel de nuestro cine.