El Cultural

Más esperanza que gloria

29 mayo, 2013 02:00

Debería extrañarnos que el debut cinematográfico de David Chase haya pasado completamente desapercibido. Ninguna distribuidora española se ha interesado por Not Fade Away, escrita y dirigida por el creador de Los Soprano, y en la que de hecho participa el actor James Galdonfini. Se estrenó en Estados Unidos en las Navidades de 2012, pero su fracaso en la taquilla norteamericana (su recaudación apenas cubrió una vigésima parte de los 20 millones de dólares de presupuesto) bloqueó su posible distribución internacional. En el mercado sueco se ha anunciado para el mes que viene su salida directa en DVD, y ese será el modo en que la película entre en territorio europeo (si excluimos la bahía pirata). No se trata únicamente del primer largometraje que realiza David Chase, sino su primera señal de vida creativa desde que terminó Los Soprano, hace ya cinco años. Las expectativas, claro, eran altas.



Rodada en su nativa Nueva Jersey, Not Fade Away sigue el destino de cuatro amigos de instituto que forman una banda de rock durante el seísmo cultural de los años sesenta, la década en la que Chase vivió su propia adolescencia empapándose de música, televisión, política y cine. Desde su presentación en el Festival de Nueva York, de hecho, la película ha sido etiquetada como un relato semi-autobiográfico, y es cierto que, como el joven italoamericano Douglas Damiano (John Magaro, adoptando un aire dylanesco), Chase tocaba la batería y cantaba, pero sus inquietudes musicales nunca salieron del garaje de su casa. Hay mucha esperanza pero muy poca gloria en el periplo de Douglas y sus compañeros de banda. Y también en la película, que no deja de ser un relato amable y bien interpretado, pero sin jugo emocional ni cinemático. De hecho, su aspecto es más bien televisual. Lo más destacable del filme es la producción musical, a cargo de Steve Van Zandt, el miembro de la E Street Band de Bruce Springsteen que interpretaba al carismático Silvio en Los Soprano.

En cierto modo, Not Fade Away comparte con Inside Llewyn Davis, la última película de los hermanos Coen, su determinación por ofrecer una visión alternativa y antiheroica del pedegroso camino hacia el estrellato que se fraguó en los sesenta. Es decir, por mostrarnos el rostro del fracaso, una más de las múltiples historias de los músicos y las "bandas de las que nunca hemos oído hablar", como de hecho nos advierte la hermana pequeña de Douglas, narradora en voice over de esta crónica. De hecho, el Greenwich Village neoyorquino, escenario urbano de Inside Llewyn Davis, toma cierto protagonismo en el filme, si bien la acción de Not Fade Away (un tema de Bo Didley popularizado por los Rolling Stones) transcurre la mayor parte del tiempo en Nueva Jersey, donde el grupo adquiere cierta notoriedad local con versiones de los Stones y Buddy Holly y crea temas propios (genitleza de Van Zandt) con el propósito de conquistar la celebridad nacional. En su recorrido por el hype, la moda y la excitación musical de los años sesenta, el relato va tiñéndose de oscuridad, hasta que Douglas se traslada a Los Angeles y tiene un extraño encuentro con una tipa tan siniestra como Charles Manson. Es el final del sueño.

La historia de Douglas nos recuerda que la actitud contestataria del rock, y su influencia en las generaciones jóvenes, representó en aquel tiempo un shock cultural que puso en crisis los valores conservadores de la familia prototípica de la era Eisenhower, sometidos al despertar liberal de JFK, las reacciones contra Vietnam y los derechos sociales. Como tantas otras películas que retratan ese periodo crucial en el siglo XX norteamericano, Not Fade Away destila la distancia generacional a través de la relación de Douglas con su padre (Gandolfini), que no es lo mejor de la película, pero en la que Chase concentra el curso emocional del relato, por encima incluso de la historia de amor de Douglas con la bella Grace (Bella Heatchcote), una joven de buena familia que no cesa de remitirnos a la Katherine Ross de El graduado. Las referencias culturales (musicales, televisivas y cinematográficas) de la adolescencia de Chase, de hecho, se explicitan claramente en el film, mediante apropiaciones y citas directas: The Beatles, The Rolling Stones (en el Hollywood Palace, 1964), Bo Didley, Robert Johnson, The Twilight Zone, Michelangelo Antonioni, Elvis Presley, Sex Pistols...

Probablemente se le puede pedir mucho más al salto cinematográfico del creador más trascendental de la teleficción norteamericana. Not Fade Away no es una película especialmente memorable, parece condenada a disolverse en la maleza de toda una serie de filmes que han abordado la explosiva fusión del rock y la adolescencia, muy alejada en sus conquistas de American Graffiti (1973) o de Quadrophenia (1979), incluso de Back Beat (1994), de Casi famosos (2000) o de Nowhere Boy (2009). Aún y con todo, el trabajo musical es extraordinario, no solo por la selección de temas que electrifican la banda sonora (dando cuenta da la british invasion que resucitó el blues americano), también por las canciones originales y el modo naturalista, aparentemente crudo pero cuidado al detalle, de las grabaciones en directo y en estudio que Chase pone en escena. Fue a través del rock y la televisión el modo en que el creador de Los Soprano, como gran parte de su generación, encontró su fuga creativa, y en este sentido Not Fade Away no deja de ser la particular carta de amor de David Chase a su formación cultural. Unas memorias ficcionadas con encanto y desencanto, y aunque estén libres de nostalgia, nos recuerdan que, a pesar de los Rolling, todo se acabó esfumando como se desvanecen los sueños.