El Cultural

Las malas tierras de Yorkshire

7 junio, 2013 02:00

Para no perderle el pulso a la cartelera, que a veces nos sorprende con joyas secretas, recomiendo de entre los estrenos del viernes que no se pierdan Turistas. Es uno de esos filmes que en un mundo ideal no pasaría desapercido. Su apariencia inofensiva esconde una película tan divertida como sorprendente, tan macabra como inteligente. Una propuesta admirable por su humor sin restricciones. Se presentó en Cannes el año pasado y recibió el aplauso del público de Sitges, probablemente el más agradecido de entre los espectadores que celebran el cine fantástico, las historias de género con un punto de vista singular, la violencia lúdica y la comedia bizarra, las películas, en definitiva, con una genética propia. Eso y mucho más es Turistas, del británico Ben Wheatley, que estila la comedia negra y el drama criminal con un aliento tremendamente embaucador, como ya hiciera en sus anteriores filmes Down Terrace (2009) y Kill List (2011). En Turistas se supera a sí mismo.

Es una road-movie y un romance vacacional y una crónica de asesinos en serie. Todo en uno. Tina (Alice Lowe) y su novio Chris (Steve Oran) son dos turistas de caravana y camping-gas que devienen asesinos en serie en su ruta de descubrimientos por los paisajes y museos de Yorkshire. Entienden que en el nombre del amor todo es justificable. También el asesinato. Así lo entendieron Bonnie y Clyde, o los homicidas sedientos de violencia de Natural Born Killers (1994, Oliver Stone), o Los asesinos de la luna de miel (1969) de Leonard Kastle, o la pareja de proscritos Kit y Holly de Malas tierras (1973, Terrence Malick). La diferencia es que donde otros vieron el drama, Wheatley encuentra la comedia. Tina y Chris vendrían a ser una versión en chándal de todos aquellos proscritos inspirados en sucesos reales, con su misma concepción de la banalidad del mal, pero con el humor macabro por delante. Quieren lo mismo que ellos, ser temidos y respetados. Son el espejo deforme y reflectante de nuestra propia vulgaridad.

"Nunca pensé en matar a una persona inocente", comenta Tina cuando Chris golpea sin piedad a un vigilante del Patrimonio Nacional que la ha reprendido por no recoger los excrementos de su perro. "No es una persona. Es un lector del Daily Mirror", comenta Chris. En un proceso de simbiosis que avanza hacia la colisión de egos, Tina va dando rienda suelta a sus psicopatías homicidas a lo largo del viaje, impulsado por la presencia musical de François Hardy, de The Enigma Variations, del Power of Love de Frankie Goes to Hollywood o del Tainted Love de Ed Cobb. El método de Chris, carcomido por el resentimiento, pasa por eliminar a todo aquel que le resulta irritante, que no le caiga bien, del que sienta envidia o ilumine sus complejos y frustraciones. Wheatley extrae su humor de la miseria y el absurdo. La carcajada es a veces histérica, pues surge de retratar lo más oscuro y miserable de la naturaleza humana o, en este caso, de la clase media. La incongruencia de la trama, que destila una sana poética del absurdo, se funda en la perversión macabra, y eso es lo que hace la película divertida y amarga al mismo tiempo, tan disfrutable como incómoda. Lo que debería asustarnos estimula la risa. No en vano, Tina y Chris se parecen mucho a tantas personas que conocemos. Probablemente a nosotros mismos.