El Cultural

Las contradicciones de Poniente

14 junio, 2013 02:00

La gran contradicción de Juego de tronos es solo aparente, pero es una contradicción. ¿Cómo podemos echar en falta más capítulos si el ritmo general es lento? Por un lado, es manifiesto que apenas diez capítulos por temporada son incapaces de hacerle justicia (de recoger, aglutinar y desarrollar) a las tumultuosas tramas de la serie. Y no me refiero a las tramas literarias, que quienes han leído los libros aseguran que son muchas más (y no me cabe duda alguna), sino a las propias historias y personajes que la serie pone en escena. Harían falta varios capítulos más. Al menos los mismos que tienen Mad Men y Breaking Bad, es decir, tres más. Por otro lado, una de las protestas más comunes entre los aficionados a la serie es que, al menos en la segunda y tercera temporadas, los relatos y la evolución de los personajes se han cocido a fuego lento, como si todo hubiera avanzado a expensas de un penúltimo capítulo especialmente traumático por el que merecía la pena esperar: en la segunda temporada fue la defensa nocturna de King's Landing (2.9. Blackwater), en esta tercera ha sido la boda sangrienta (3.9. The Rains of Castamare). Es como si se jugaran el impacto y la celebridad de la serie a una sola secuencia, localizada además en el mismo punto. Pero en el fondo sabemos que no es así.

Digo que la contradicción es aparente porque en verdad tiene toda su lógica. Si echamos en falta más capítulos es precisamente porque el ritmo general es lento, las tramas necesitan tomarse su tiempo para coger forma y luego desencadenarse. Si no hay nada por lo que esperar, no hay nada que pueda ser traumático. El impacto de los capítulos 9 de ambas temporadas es el resultado de un largo proceso de inquietudes y promesas. Se establece un flujo narrativo, con sus pequeños golpes de emoción, sus sorpresas y traumas (casi todos relacionados con la violencia y el sexo), con la introducción de nuevos personajes y los múltiples cambios que generalmente de forma orgánica se operan en el desarrollo de los acontecimientos: la dosificada transformación de Jamie (para mí lo mejor de la tercera temporada), la cruel tortura de Theon, el inesperado matrimonio de Tyrion, el romanticismo de Jon Snow, las conquistas de Daenerys, los cuervos de Bran... En todo caso, el ritmo interno de las episodios ha sido mucho más embaucador en esta tercera temporada que en la anterior, así como la espectacularidad del despliegue de producción, especialmente en la trama de Daenerys. Bajo la regla de tres de que cuanto mayores sean las promesas y más pronunciada la dilatación del tiempo, debemos en consecencia esperar mucho del papel que jugarán los dragones, pues su promesa ha puesto punto y final a las tres temporadas, que acaban prácticamente del mismo modo. (Hay un evidente mimetismo en la estructuración de las temporadas).

Del análisis macroscópico de la serie, vista en su conjunto, podemos concluir dos constantes especialmente atractivas. Por un lado, la introducción de la magia y la fantasía en un mundo esencialmente descreído (el nihilismo de nuestra era es un rasgo común, si se fijan, en casi todas las series importantes) es cada vez más determinante, y hasta los personajes más escépticos tendrán que rendirse tarde o temprano a la evidencia. De otro lado, como en las mejores tragedias shakesperianas, en la guerra de los cinco reyes parece que cada vez hay menos lugar para los héroes (van cayendo uno a uno), de manera que la nobleza cede su espacio a la villanía del mismo modo que la oscuridad y el frío se ciernen poco a poco sobre la geografía de Poniente. El consenso entre los lectores de las novelas parece indicar que lo mejor ya ha ocurrido, que los mejores libros de la saga son los tres primeros. En consecuencia, aunque la fidelidad no sea exacta, podemos suponer que la cuarta y quinta temporada de Juego de tronos (el sexto y penúltimo libro aún no se ha editado) no tienen por qué superar a lo que ya hemos visto. Esperemos que en este aspecto la serie también contradiga sus propios plantemientos. Si algo nos ha demostrado Juego de tronos a lo largo de estos tres años es que no debemos confiar en lo que parece obvio. Las reglas (narrativas) siempre pueden romperse.