En los años ochenta, yo era un adolescente que se aburría mortalmente en los veraneos familiares en Marbella. En lugar de bañarme, prefería leer bajo la sombrilla. Por una cuestión económica, un año compré Anna Karenina: mil páginas que, por un módico precio, me durarían todo el mes de agosto. Empecé las primeras líneas ("Todas las familias dichosas se parecen, pero las familias infelices lo son cada una a su manera") pensando que podían hablar de mi propia familia... y recuerdo haberme sumergido durante días enteros en una tortuosa historia rodeado de nieve rusa y trenes moscovitas que resultaban mucho más tangibles que el sudor y la arena reales que me rodeaban. Inauguré entonces una costumbre que he seguido practicando toda mi vida: los clásicos y los novelones son para el verano. Así, en playas y piscinas, he leído con la premura o la fruición que exigen las grandes novelas decimonónicas rusas, inglesas o francesas. Forma parte del placer del verano escoger con qué personajes del pasado transcurrirán mis vacaciones y saber que mientras conviva con ellos, nada podrá interrumpir la lectura, porque esos seres me exigen que no introduzca en su mundo algo tan anacrónico como un teléfono móvil.




Borja Ortiz de Gondra (Bilbao, 1965) es un dramaturgo español, considerado uno de los autores más destacados de su generación. Licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto en Bilbao y en Dirección Escénica en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Trabajó como ayudante de dirección en los teatros Comédie Française, el Théâtre de l´Odéon y el Théâthre de la Colline. En 1995 volvió a España donde fue galardonado con el Premio Marqués de Bradomín por su obra 'Dedos' y en el año 1997 obtuvo el Premio Nacional de Teatro Calderón de la Barca por su obra 'Mane, Techel, Phares'. Desde entonces trabaja en teatros españoles tanto estrenando sus obras como adaptándolas de los idiomas que traduce (francés e inglés).



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