Momento de la representación de la versión española de Sonrisas y lágrimas, en el Teatro Coliseum.
La representación del musical en Salzburgo, donde vivieron los personajes reales en que está inspirado, despertó en su día polémicas por reflejar el fervor con que la ciudad acogió a las tropas de Hitler | Cuatro años después es una terapia contra la posibilidad de repetir la pesadillaLa huella del nazismo escuece todavía en Austria, y mucho. El estreno del musical Sonrisas y lágrimas en Salzburgo, en 2011, generó una áspera polémica en la ciudad, donde estaba afincado el barón Von Trapp, figura a partir de la que Robert Wise levantó la célebre película, un clásico inexcusable para el público infantil. Hay un momento en que un general de la Gestapo, con sus botas y su arrogancia plantadas en la villa del barón, le afea la conducta: "Esta casa es la única de toda la ciudad en cuya fachada no luce la bandera nazi". Bajo la ocupación nacionalsocialista era una obligación, que, sin embargo, muchos de sus habitantes cumplieron con fervor. Y eso, visto desde hoy, avergüenza a sus descendientes, y mucho.
No lo soportan. Para más inri: Hitler nació en Braunau, a tan sólo 61 kilómetros de distancia. Y culturalmente Salzburgo pertenece a Baviera, región donde el nazismo siempre tuvo mucho empuje (recuerden el Putsch de la Cervecería). De ahí el revuelo que provoca rememorar aquella mancha en la historiografía de una urbe tan refinada y culta. Es muy significativo que una película mundialmente aclamada no esté doblada al alemán. Un dato muy esclarecedor del terreno tan movedizo que pisamos. Ha tenido que pasar un tiempo para que sus habitantes digieran la iniciativa del Salzburg Landestheater de programar Sonrisas y lágrimas (The Sound of Silence, título original. En Hispanoamérica, La novicia rebelde).
Aun así hay detalles que llaman la atención en el montaje austriaco. Es evidente la preocupación por atenuar el impacto de las cruces gamadas y las nacionalsocialistas. Estas últimas son de color verde en lugar de rojo. Y al final, en los saludos, todos aquellos actores que han encarnado soldados alemanes recogen la ovación ya desprovistos de los brazaletes con la esvástica. Es algo que contrasta con los metros y metros de tela bien colorada y con enormes cruces gamadas que engalanaban el Teatro Coliseum en la versión española, protagonizada por Carlos Hipólito, cuando los nazis toman Salzburgo, tras un paseo triunfal. Una versión que podrás verse en el Tivoli de Barcelona a partir de septiembre. Ah: los militares cuando se saludan brazo en alto tan sólo gritan: ¡Heil! El apellido en cuestión no se pronuncia. Vade retro.
El barón Von Trapp rodeado de su familia.
Ese es el reclamo que trae a miles de turistas que emulan, para inmortalizarlos con sus cámaras, gestos y escenas de la película. Es fácil encontrarles por sus parques y palacios. Sobre todo a norteamericanos y japoneses, que sienten devoción por el filme que consagró a Julia Andrews tras el éxito de Mary Poppins. Su inocencia ayuda a extirpar la pesadilla. También su representación. Para mirarla cara a cara. Perdonarse. Y no volver a repetirla.