Miguel Ríos presenta estos días sus memorias, Cosas que siempre quise contarte (Planeta). Foto: Alberto di Lolli
El rockero, que se retiró de los escenarios hace dos años, presenta estos días sus memorias, 'Cosas que siempre quise contarte' (Planeta)
Pregunta.- ¿Por qué ha elegido este momento para pasar a limpio la vida?
Respuesta.- No es una caída del caballo. Hay una serie de circunstancias, primero que hayas tenido la desfachatez de firmar un contrato a los postres de una comida regada con mucho vino y que te lo reclamen diez años después. En el fondo de todo, la razón es que me gusta escribir. Había escrito artículos en prensa, cosas cortitas, y como tenía tiempo después de dejar las giras, pues me decidí.
P.- Hábleme de su pulsión como escritor, también como lector, porque el libro está lleno de referencias, citas...
R.- Empecé a leer tarde, los libros tenían mala prensa donde me crié. Simplemente, leer no era conveniente, a no ser que fuera la vida de un santo y en casa no era lo que se veía en las estanterías. Empiezas a leer por accidente, por algo que alguien te dice. Cuando llegué a Madrid salté de los tebeos a los libros y fui entrando en harina según fui creciendo. Sobre la escritura, cuando escribes canciones siempre hay una tentación de completarlas. Salvo que seas Bob Dylan, la canción es un poco tosca, uno hubiera querido más tiempo para desarrollar la idea. Ahora lo tengo, escribir es cuestión de sentarte todos los días cuatro o cinco horas e ir mejorando. De pronto te sale una frase que te sorprende; de pronto adjetivas, usas las metáforas y empiezas a galopar y no quieres parar porque temes que esa fuerza se escape.
P.- Le veo muy feliz con esta nueva vocación.
R.- Siempre se tienen muchas dudas escribiendo y la verdad es que hubiera gustado que fuera un libro más largo, pero en la literatura también hay corsés y yo me fío de mi editora, porque no lo he hecho nunca, no soy Almudena Grandes. Lo que sí estoy es contento de que a la gente le esté gustando y del año y medio que he echado escribiendo. Escribir es como vivir una vida paralela durante cuatro o cinco horas horas diarias que pasan volando.
P.- La autobiografía suele ser insincera, tramposilla, pero usted presume de que el libro trata de ser honesto.
R.- He pagado el peaje de la honestidad, hace falta ser poco valiente para pensar lo que digo al principio: "No cuentes tus penas a tus amigos, que los divierta su puta madre". Me quise parapetar en esa frase pero el striptease es inevitable. Estudiando tu vida te enteras de cosas, algunas dolorosas y otras súper cojonudas, como ver lo aclamado que fui en Estados Unidos mientras vivía en la inopia. Lo cierto es que pensé titularlo Cosas que siempre quise contarme, porque muchos han sido descubrimientos. No recordaba, por ejemplo, el contenido de la correspondencia con mi cuñado. Me acordaba de las 3.000 pesetas que gané por el primer disco pero no de la intrahistoria de contrataciones, de conciertos rana... regresar al día a día de las carreras de la gente de la música para mí fue una sorpresa. También he descubierto cómo me relacionaba entonces con Dios, el caso es que yo pensaba que era ateo desde hacía más tiempo.
P.- La honestidad le ha hecho transitar pasajes oscuros, como el encierro en prisión por posesión de drogas.
R.- Hay cosas que hice bien y otras que no. No trago con ser complaciente conmigo. En general esto me ha explicado que ahora sí soy decente, una persona a la que se puede mirar a los ojos. Por aquel entonces tenía algunos recovecos que son muy humanos, pero atravesé episodios muy sórdidos que no tenían que ver con mi alegría y mis ganas de vivir.
P.- Esa sinceridad pasa también por colgarse las medallas. La de pionero del rock sobre todo, ¿no?
R.- Nunca había olvidado lo del rock, sé que formo parte de la veta innovadora que contribuyó al desarrollo de la industria musical en España y sé lo que significaba ser artista en aquel momento, te lo tenías que buscar todo tú. Soy consciente de que a partir la gira que hicimos en el 68 se creó una empresa de sonido que propició que los músicos empezaran a tener equipos, presupuestos y espectáculos con más ingredientes para que la gente estuviera satisfecha.
P.- ¿Con qué se queda de toda su carrera?
R.- Con el conjunto de la propia vida. Si vienes de Granada sin saber si vas a grabar y luego acabas grabando lo que te dicen, y luego das un pasito y haces unas letras recauchutadas a golpe de cincel pero, a pesar de todo, sigues viviendo en la intrepidez más insospechada, siendo el mismo tío, si no reniegas de nada aunque adquieras nuevas pieles... eso te satisface. Lo que me gusta es que hoy podría ser un jubilado en Granada, con un barrigón y 30 nietos, pero en cambio hice todo esto y estoy así de bien. Pues genial.
P.- Hay una imagen tremenda al principio del libro. Se monta en la furgoneta tras el último concierto de su vida y cuando el vehículo arranca usted se está despidiendo no de una gira sino de décadas en la carretera. ¿La echa de menos?
R.- Mucho, e intento paliarlo con pildoritas. Por ejemplo, en Móstoles actúo ahora cantando cuatro o cinco temas con unos amigos para un banco de alimentos. Eso me gusta, me mantiene en forma y me obliga a devolver a la sociedad parte de lo que me ha dado. Pero tengo un contrasentido amargo, porque con actos así contribuyes a la caridad, que es maravillosa, pero que ayuda a que no se haga justicia y yo valoro más la justicia que la caridad.
P.- Se refiere a que hay una dejación de funciones por parte del Estado.
R.- Eso es, y lo peor es que no veo que el descalabro sea suficiente como para que la gente diga basta. Tenemos que buscar las fórmulas de que la sociedad esté por delante de sus empleados, que son los políticos y no al revés. Si nos dicen que no hay dinero para el Estado de bienestar pues cambiemos el paradigma y que el dinero salga de otros sitios. Hagámoslo más justo y no paguemos la indecencia, los paraísos fiscales... No es sólo España, lo siento igual cuando abro mi tablet y leo que ha habido una riada gigantesca en Acapulco. Habría que convencer a Europa para que dejara de ser tan cicatera y habría que meter en el saco a todos los que quieren estar, porque no me vale eso de decir que no eres corrupto cuando luego te mantienes al lado del que se ha demostrado que lo es. Y encima lo defiendes. Pues no, mire, lo lógico es irse. La clase política, que es la que nos tiene que sacar las castañas del fuego, se está desacreditando. Tendrá que haber unos mecanismos para tener una sociedad sana, con políticos honestos. Que son nuestros empleados, no nuestros jefes.