Image: Salvador Pániker

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El Cultural

Salvador Pániker: "En el arte de vivir uno tiene que ser el maestro de sí mismo"

15 noviembre, 2013 01:00

Salvador Pániker. Foto: Jordi Soteras

Lo cierto es que Salvador Pániker (Barcelona, 1927) es mucho más que eso. Filósofo de un misticismo sin dios, ingeniero, fundador de la editorial Kairós, presidente de la asociación Derecho Morir Dignamente (DMD), introductor del pensamiento oriental... Incluso llegó a ser el diputado más fugaz en la historia de la democracia, sólo veinticuatro horas en su escaño a comienzos de la Transición. Y hoy es un venerable maestro, aunque no quiera. A sus ochenta y seis años parece haber encontrado finalmente su kairós. “Estoy en la edad en la que uno se pregunta en qué cosas creer de verdad. Tocando madera, creo que un poco más sabio que antes lo soy, sólo un poco. Porque ya no tengo algunas servidumbres de juventud, cuando era más ambicioso o trepador”, confiesa.

Pániker se considera un tipo afortunado. Cree que su longevidad es una “cuestión de genes y de buena suerte”, ayudada por la “vida higiénica” sin alcohol ni tabaco que procura, para no seguir la senda de algunos “amigos de generación, como Carlos Barral o Gil de Biedma, que se autodestruyeron”. Cosa que le permite mantenerse activo, sigue escribiendo sus diarios y confía en publicar nuevas entregas. La de ahora se llama Diario de otoño (Mondadori), una suerte de culminación de su pensamiento forjado en la materia cotidiana, que iniciara con los anteriores Cuaderno amarillo (2001) y Variaciones 95.

-Más que el cierre o conclusión de un dietario, esta tercera entrega parece la continuación infatigable de una vieja senda...
-Llevo un diario desde que tengo 16 años y eso me ha servido para escribir otros libros de memorias y ensayos. Siempre he querido vivir y escribir a un tiempo. Otros grandes escritores como Pessoa o Borges no vivieron; a mí me interesaban las dos cosas. Y para eso la fórmula más pura del dietario, primera persona del singular en presente del indicativo, es muy buena. Yo la aconsejo, porque tiene unos efectos terapéuticos clarísimos. Generalmente no acertamos a verbalizar nuestras emociones ni nuestros sentimientos, que son emociones elaboradas ya conceptualmente. No siempre sentimos aquello que creemos sentir. Y el hábito de escribir un diario te brinda ese factor terapéutico de acertar. Esa es la base de la inteligencia emocional de la que hablaba Goleman, que trajimos a España con Kairós hace algunos años.

Curiosidad, fe, confianza

-Diario de otoño funcionaría como una buena introducción para el neófito. ¿Es también una summa o recapitulación de su pensamiento?
-También lo creo. Sí, hay bastante de recapitulación o lo que lo llamo escritura holográfica: que en cada fragmento esté todo tu pensamiento entero. No sigue una idea fija, sino una serie de flashes de mi paideia, en la que preconizo tres cosas que me parecen fundamentales: la curiosidad intelectual que te mantenga vivo el espíritu crítico; la fe o lo que defino como una confianza en la realidad que no te es hostil y, sobre todo, que te enseñen a aprender a aprender. Si tienes esas tres cosas, cualquier universidad es un trámite. Y como yo mismo a veces olvido algunos temas que ya he tratado en otros libros, repito e insisto en las cosas que siempre he predicado en la vida, como la retroprogresión, una religión a la carta, el hacer a cada momento lo que debes que hacer, el diluir el ego...

-Aunque rechace la figura del maestro, no puede impedir que muchos lo consideren como tal.
-Sí, la figura del gurú me es bastante antipática. Reclamo que cada uno haga su propia síntesis, no quiero ser maestro de nadie. Pero hay gente que necesita maestros, esto es inevitable. También hay cosas, como aprender a tocar el sitar, que requieren un maestro y un discípulo. Sin embargo, en lo realmente importante, como el arte de vivir, uno tiene que ser maestro de sí mismo. El propio Buda lo dijo: “Sed lámparas de vosotros mismos”. Yo no he tenido muchos maestros, de hecho soy un autodidacta. En mi época tan oscura de estudiante no había muchos. Aranguren y pare de contar. Sí he conocido algunos en California, como Alan Watts o Norman Brown, que me los traje como editor.

-En sus cavilaciones aboga por la superación de la dualidad sujeto-objeto, incluso en el lenguaje de matriz aristotélica. ¿Por qué se expresa entonces con esa sencillez?

Ego de ida y vuelta

-En la filosofía, que hoy es casi un género literario, no puedes hacer filigranas, tienes que ser transparente. Pero es verdad, reconozco en mí una tensión entre el rechazo del lenguaje dualista y la necesidad de expresarme con claridad. Para superar el dualismo me han influido las filosofías orientales. La no-dualidad es un concepto claramente hindú y yo lo recojo. También lo hacen algunos artistas y científicos como Schrödinger en la mecánica cuántica. Yo no acepto la distinción entre ciencia y arte, van por caminos distintos pero intuyen algo parecido.

-Dice que sin ego la angustia ante la muerte desaparece, y aquí hay un constante despojamiento del ego, ¿es acaso una preparación?
-Jung decía que la primera mitad de tu vida la tenías que dedicar a construirte un ego fuerte, y la segunda mitad, a deshacerte de él. Yo lo he intentado, ahora tengo menos ego que antes. No quiero ser brillante ni original, sino real y originario. Se dice que filosofar es prepararse para la muerte, y yo no lo entiendo así. Como decía Epicuro, cuando yo estoy, la muerte no está y cuando la muerte está, yo no soy. Eso te inmuniza contra la muerte. El que teme a la muerte es el ego; se puede superar ese miedo superando el ego. Yo no le temo a la muerte, le temo a la vejez y a la decrepitud.

-Diario de otoño está plagado de funerales de compañeros generacionales, pero hay una muerte que lo cambia todo...
-He corregido muchos pasajes, pero ahí no he alterado ni una coma. Así es exactamente como lo escribí y me ha condicionado muchísimo. Antes me definía como un agnóstico con cierto oído para la transcendencia, pero la muerte de mi hija Mónica me ha vuelto todavía más agnóstico que melómano. La muerte ha sido para mí un trasfondo de despedida permanente.

Suicidio racional

-¿Y cómo imagina la suya?
-Me gustaría morirme de repente y a solas, como los elefantes o los japoneses que se iban al monte. Y luego que me incineren.

-Después de veinticinco años batallando al frente de la asociación DND, ¿siente que se ha avanzado algo en ese terreno?
-Fue un avance el código penal del 95 que despenalizaba la eutanasia pasiva, pero la despenalización de la eutanasia activa y voluntaria aún está muy verde, y con el PP en le gobierno todavía más. Al principio teníamos en contra a la Iglesia, a los médicos y a los juristas. Ahora sólo a la Iglesia y los médicos en un 50%. Es muy importante su posición. Holanda consiguió la ley de eutanasia porque el 80% de los médicos estaban a favor. Es uno de los derechos humanos de primera generación, para mí lo deseo si algún día estoy decrépito o inhabilitado. El suicidio racional es una herencia estoica que incluso dentro del catolicismo ya lo predicaba Tomás Moro.

-Pero el Vaticano jamás lo aceptará. ¿Espera alguna apertura en la Iglesia con la llegada de Bergoglio?
-El nuevo Papa me parece una figura apreciable, solo tiene un defecto: es católico (risas). Sería bueno que la Iglesia se abstuviera de hablar sobre algunos temas secularizados en los que ya no tiene competencia; al parecer es lo que está haciendo Francisco. La confianza en la realidad o el sentido del misterio podría ser el mensaje religioso profundo de la Iglesia, en lugar de meterse en camisas de once varas, que si condón sí o no… Es grotesco.

-¿La posmodernidad lo ha vuelto un tanto más nihilista? ¿Cómo valora la actual situación política y social?
-Sí, hay un nihilismo latente en mi pensamiento, como lo hay en toda mi generación que se aferraba al arte o la poesía para superarlo, como Castellets. Pero yo intento aplicarle el antídoto del Taoísmo, que es un misticismo materialista. Vivo la situación actual con cierta preocupación. Soy un defensor de la Transición, creo que fue una obra que se hizo con bastante sabiduría, pero ahora noto, además del deterioro económico, también el institucional y político y no veo grandes figuras.

-La pregunta obligada para un filósofo que tiene tanto de hindú como de catalán es ¿qué opina del proceso soberanista?
-Soy políticamente moderado, de centro izquierda, partidario del pacto y del consenso. He aprendido que cuando vienen las palabras con mayúscula: Patria, Partido, Revolución… empiezan los crímenes. No soy fanático de nada y, como cosmopolita, las identidades nacionales me cogen de una manera muy penúltima. En un momento en el que las fronteras caen, no tiene sentido levantar nuevas. Estoy convencido de la necesidad de un pacto y creo que vendrá. Así la cosa no puede seguir, hay mucha visceralidad que hay que encausar, aunque reconozco que el café para todos, lo más criticable de la Transición, no fue una buena fórmula.

-Para terminar, usted dice que en el fondo de nuestro corazón no hay ninguna ley moral como creía Kant, solo perplejidad y vértigo. No me lo creo, o por lo menos no en el suyo...
-Perplejidad, desde luego, sí. ¿Quién no está perplejo frente a la realidad? Digo en algún lado que realidad produce estrés. Más aún para los que tenemos el sistema neurovegetativo averiado, como es mi caso, para los que somos más perceptivos, hipersensibles y soportamos peor el dolor. Pero es verdad que he sustituido el vértigo por una cierta serenidad. El Taoísmo y, sobre todo, el Zen me han ayudado mucho en esto. Una serenidad que debería estar al alcance de todas las fortunas. Porque qué es el Zen: una nube en el cielo y una jarra de agua. Alan Watts decía que la vida no es un problema a resolver, sino una realidad a experimentar. El que vive plenamente no se pregunta por el sentido de la vida, ni se preocupa por lo que le pase después de muerto. Los existencialistas como Sartre o Camus decían que el sentido hay que crearlo o inventarlo; yo en cambio creo que hay que experimentarlo de una manera no verbal. La música de Juan Sebastian Bach, que es una de mis grandes pasiones, no tiene ningún mensaje ni sentido alguno, va más allá.

-Pero entonces, ¿la trascendencia en la que aguza el oído y en la que cree es la pura inmanencia del aquí y el ahora?
-Quizá no lo formularía en esos términos, pero lo puede decir así, es correcto. La trascendencia también es inmanencia.