El escritor y crítico literario ofrece en Miedo de ser dos las mil caras de una enfermedad que él mismo padece.
"El trastorno bipolar es un pasillo con dos puertas. Si abres una, te encontrarás a los hermanos Marx, encabalgando disparates o jugando con un trombón. Si abres la otra, te toparás con Christopher Walken apuntando a su cabeza con un revólver". Rafael Narbona (Madrid, 1963) es escritor, crítico literario en El Cultural y otras publicaciones y profesor de filosofía. Cada día convive con esta enfermedad, que afecta aproximadamente al 1% de la población. Miedo de ser dos (Minobitia) es su primera novela, autobiográfica casi en su totalidad. En ella guía al lector por las galerías subterráneas de la bipolaridad y le ofrece mil retratos distintos de su rostro siempre imprevisible. Pero en el largo pasillo también hay ventanas por las que se cuela la luz, un motivo para continuar la lucha.Pregunta.- En el libro no oculta el enorme esfuerzo que supone escribir sobre la enfermedad, de encontrar palabras para describirla. ¿Cómo ha sido el proceso?
Respuesta.- Empecé a escribir sobre el tema en 2012, cuando tuve una recaída depresiva y me dieron la baja laboral. Escribí algunos fragmentos sobre lo que me sucedía, quería combatir los estereotipos y el estigma que conlleva la bipolaridad. Luego vi que los fragmentos podían encajar y transformarse en libro. Mi propósito esencial es hacer visible la enfermedad, pero no como un manual de autoayuda, sino como un experimento literario que incluye experiencias personales y acontecimientos ficticios, como una supuesta carta de Marylin Monroe y mi paseo por Madrid con Audrey Hepburn, que pertenecen al terreno de la fantasía.
P.- ¿Escribir le ayuda a combatir la enfermedad?
R.- Hay un porcentaje muy alto de escritores bipolares que se han suicidado: Hemingway, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik... A ellos la literatura no les salvó. En mi caso, escribir ha sido un ancla con la vida. Ha desempeñado una función terapéutica, pero mi vocación de escribir es anterior a la enfermedad.
P.- Habla de la luz como un estímulo que mejora su ánimo e incluso como un motivo para vivir. ¿Su efecto es físico o simbólico?
R.- No es simbólico. La enfermedad tiene una base genética bioquímica. Se desconocen las causas, pero la luz tiene un efecto físico terapéutico. Hay algo en el cuerpo que hace que cuando recibes la luz entras en un estado de bienestar y reconciliación efímera contigo mismo.
P.- A pesar de la melancolía y las tragedias, hay un final abierto a la esperanza. ¿Es el estado en el que vive hoy?
R.- Ahora mismo estoy en un estado de equilibrio llamado eutimia. La primera versión tenía un desenlace desolador, pero luego experimenté una mejoría y lo rectifiqué. Es importante transmitir esperanza, ya que es una enfermedad que en el 30% de los casos acaba en suicidio.
P.- Describe la enfermedad de mil maneras distintas, como si fuera una olla de sentimientos y sensaciones en ebullición.
R.- El trastorno bipolar genera estados de alegría que se convierte en euforia incontenible, y en esos momentos pueden suceder calamidades porque experimentas una sensación de ebriedad y poder. Luego vienen los estados de tristeza y abatimiento, una caída sin fondo a un océano profundo y, a veces, autolesiones. Es algo parecido a los altibajos que experimenta todo el mundo, pero fuera de unas bandas de fluctuación normales.
P.- Parece que la proporción de bipolares es mayor entre artistas y escritores que en el resto de la gente. ¿Está relacionado con la creatividad?
R.- No lo sé. La llaman la enfermedad de los artistas. La padecían también Virginia Woolf, Van Gogh probablemente... Pero he conocido a muchos enfermos que son personas corrientes sin ningún don especial.
P.- El libro también navega por la trágica historia de España del siglo XX a través de la historia de su familia y la suya propia. Y transmite la sensación de que aún quedan muchas cuentas por ajustar.
R.- Soy de los que opino que la Transición no fue modélica, sino que dejó muchos cabos sueltos. En el libro reflejo las peripecias de mi familia durante la Guerra Civl. A mi madre le cayó una bomba de la aviación alemana en calle La Palma. Atravesó una claraboya y, misteriosamente, no explotó. Desde entonces ha arrastrado un cuadro de depresión y ansiedad. Todavía quedan 2.000 fosas sin exhumar, 114.000 personas pendientes de ser enterradas con dignidad. Nuestro caso es hoy una anomalía en Europa.
P.- En el libro también cobra mucha importancia su etapa escolar y cuenta terribles vejaciones sufridas por usted y otros niños. Hoy el panorama es muy distinto, pero ¿cuán lejos estamos todavía de tener un buen sistema educativo?
R.- El contraste con aquella época es brutal. Los castigos físicos estaban a la orden del día, lo llamábamos "la hostia flotante", porque en cualquier momento te podía caer un bofetón por cualquier cosa. Yo he sido profesor entre 1998 y 2012 y el maltrato a los alumnos es hoy impensable, pero creo que la enseñanza secundaria debería cumplir una función social, no ser sólo un sistema orientado a las calificaciones. Es un dato muy grave que el 30% abandone el instituto sin ningún título.
P.- Dice que "el arte de la lectura es una actividad no menos compleja que escribir". ¿Cómo lee un crítico literario?
R.- En mi caso, lo fundamental es la pasión. No leo siguiendo un método, no estoy adscrito a ninguna escuela. Necesito que el texto refleje el mérito, una prosa con vocación artística y que la historia sea creíble. Si el libro te produce indiferencia y distanciamiento, es evidente que el autor ha fracasado en su propósito. Para mí, Coetzee fue un descubrimiento. Quedé deslumbrado con Desgracia, el primero de sus libros que llegó a mis manos. Ser crítico literario no es un trabajo profesional, es una vocación que surge del amor a la literatura.
P.- ¿Qué escribe ahora?
R.- Tengo muchos cuentos heterogéneos que me gustaría reunir y publicar, y tengo una novela a medias inspirada en mi relación de amistad con un antiguo alumno, que es el autor del prólogo de Miedo de ser dos. Quiero que esta nueva novela recree la relación entre un profesor jubilado y un alumno joven en el marco del sufrimiento del bipolar. Los bipolares tenemos un contrato indefinido con el sufrimiento.