"No me gusta viajar en avión, pero aún me quedan fuerzas...", nos decía Eduardo Coutinho hace poco menos de un año desde su residencia en Rio de Janeiro, justo antes de viajar a España para asistir a las retrospectivas que le dedicaron el Festival Punto de Vista (Pamplona) y el Museo Reina Sofía (Madrid). Envejecido y debilitado, pero con el inquebrantable espíritu de resistencia que siempre le ha caracterizado, fue quizá su último viaje al extranjero para difundir un cuerpo creativo, su obra documental, que durante cinco décadas ha ido desentrañando la realidad sociopolítica de Brasil al tiempo que desafiaba los límites convencionales del formato documental. Obras maestras como Cabra marcado para morrer (1985), Santo Forte (1999), Edificio Master (2002) o Jogo de Cena (2007) se inscriben entre lo más valioso de su trabajo cinematográfico y representan verdaderos hitos del documental en la historia del cine.
Las causas de su fallecimiento están todavía por esclarecer, si bien los hechos que han trascendido han conmocionado al mundo del cine y a los medios de comunicación brasileños. El veterano cineasta apareció acuchillado en su domicilio y la primera hipótesis que se baraja es que fue asesinado a manos de su propio hijo, Daniel Coutinho, que padece de esquizofrenia. La esposa del director, Maria das Dores de Oliveira, se encuentra hospitalizada también tras haber recibido cinco puñaladas, mientras que el hijo probablemente intentó suicidarse sin éxito, pues se encuentra herido en el abdomen.
En la entrevista que le realicé para El Cultural nos adelantaba el nuevo trabajo en el que estaba implicado, y que seguramente verá la luz de forma póstuma. Se trataba de un extra para el DVD de Cabra marcado para morrer -cuya restauración por la Cinemateca Brasileira y su reposición en Cannes 2012 le había otorgado una nueva vida-, que probablemente se iba a convertir en un largometraje, y en el que investigaba el paradero de los protagonistas del mítico filme casi medio siglo después de los hechos que se describían en torno a la muerte de Joao Pedro Teixeira, un mítico líder campesino del siglo XX brasileño. El título provisional del filme, El precio de la militancia, bien podría valer como epitafio de la vida y obra de Coutinho, que también pagó un alto precio por mantenerse fiel a su concepción del cine. "Quien haga documentales sabe que no va a ganar dinero nunca, y además no es considerado un artista. Un documentalista es para el cine como un dentista o un veterinario para la medicina", afirmaba.
La herramienta principal del cine de Coutinho, que se definía como un "materialista mágico", era la entrevista. Pero no entendida ésta como generalmente se estila en los documentales y reportajes televisivos, sino concebida a partir de la conversación, como canal de conocimiento de las personas. En sus películas es frecuente la intervención del propio director frente a la cámara, bien sea con su voz o con su presencia física. "Si un documental no puede extraer la singularidad de una persona, no me interesa", decía. Sin embargo, canalizaba su presencia como detonador para extraer la verdad de las personas que entrevistaba, nunca para dar sus opiniones. "Mi gran sueño es transformarme en un niño de seis años que pregunta a su madre las cosas más obvias sin prejuicio alguno: ¿qué es la muerte?, ¿qué es Dios?, ¿qué es la vida?, etc.". Su filmografía emerge así como un gigante signo de interrogación en el que trataba de dar respuesta a infinidad de cuestiones relacionadas con su país y con las pasiones de la naturaleza humana, como hizo en su último filme, As Cançoes (2011), sobre la influencia de las canciones populares en las vidas de ciudadanos brasileños.
En su prolífica, extensa obra, que abarca más de treinta documentales y alguna incursión en la ficción, Coutinho ha plasmado las vidas de sertanejos, favelados, proletarios, inmigrantes, solitarios, creyentes, conformando uno de los retratos más conmovedores, y también complejos, de la clase popular brasileña. Sin recurrir a artificiones ni grandes despliegues técnicos, Coutihno supo capturar la esencia de su país propiciando encuentros entre la cámara y las personas que respiran una verdad esencial. "Pocos cineastas tienen la capacidad que él ha tenido para mirar tan de cerca a la gente, y pocos hay, como él, capaces de escuchar y extraer lo más profundo de las personas a través de la palabra", se lee en el magnífico ensayo que publicó María Campaña sobre su obra, El otro cine de Eduardo Coutinho (2012).
Coutinho creía a pies juntillas en la filosofía del encuentro y en el poder de la palabra, de ahí quizá que sus películas no se hayan podido ver y quizá comprender en toda su dimensión fuera de Brasil, al estar muy ancladas en la raíz lingüística y en la tradición oral. "Creo que tiene que ver con el lenguaje -decía-. Todas mis películas son muy habladas, y si se doblan pierden mucho, mientras que la mayoría de la gente no ve cine con subtítulos". Pero aparte de su capacidad para convertir la conversación en la forma dramática casi exclusiva de su cine, el maestro brasileño también desarrolló una extraordinaria habilidad para enfrentarse a los desafíos ontológicos del documental. "Hay verdad en la mentira y mentira en la verdad", le gustaba decir, planteando así uno de los objetivos primordiales de su cine, que pasaba por desenmascarar la ambigüedad y las fronteras que se diluyen entre lo real y la ficción.
Coutinho fue un verdadero maestro capaz de aunar el documental clásico con los desafíos y las preocupaciones a las que se viene enfrentando el documental moderno y contemporáneo. Su mirada y su visión del mundo queda recogida en su trabajo, que pide a gritos una revisión para ocupar el verdadero lugar que merece en la historia del documental. Según Coutinho, todas las personas comparten los mismos intereses universales, y tal y como trató de reflejar en su cine, el mundo de cada uno de nosotros se reduce a "dinero, amor, familia, salud, sexo, muerte y religión. Fuera de eso, no hay nada más. Ya puedes ser Teresa de Calcuta o Lenin".