ATENCIÓN: ¡Spoilers de la 4ª temporada de Juego de tronos!
–Aunque el ritmo de esta cuarta temporada se ha gestionado con más eficacia que en las dos temporadas precedentes, sigue habiendo un preocupante déficit de tiempo. Creo que nadie pondría pegas a que todos los episodios llegaran hasta los 66 minutos del 4.10, el más largo de la serie hasta el momento. Y no es que simplemente queramos pasar más tiempo con la populosa ficción o ver más episodios (al menos 13 por temporada, como Mad Men o Breaking Bad), es que esos minutos extra beneficiarían al desarrollo del arco narrativo de determinadas tramas con claro déficit, como la de la Madre de los Dragones.
–Nos hemos acostumbrado a que cada vez que la historia ralentiza su destino, deteniéndose más de la cuenta en una escena o situación, es que con seguridad ocurrirá poco después algo extraordinario, traumático, determinante. Lo experimentamos claramente en la dilatada boda de Joffrey (4.2), de manera que el homicidio casi pierde el efecto sorpresa: ya sabíamos que en algún momento la tensión debía liberarse. La estrategia ha funcionado mucho mejor en el 4.9: en un momento del capítulo, al principio, el relato se detiene en una larga conversación entre el Grand Maester Pycelle y el que se convertirá en inesperado héroe de la batalla.
–El penúltimo de la temporada, un año más, ha sido el capítulo espectáculo-sangriento-clímax (“The Watchers on the Wall”), y para mí su gran acierto ha sido concentrarse en una sola de las múltiples subtramas, de manera que el asalto de los salvajes a Castle Black ha podido disfrutarse con toda la artillería y la épica que ha ido prometiéndonos la serie. Pero más allá del espectáculo y el gigantismo del episodio, lo más interesante fue que en los pequeños detalles todo el capítulo giraba alrededor de dos conceptos: el sacrificio y el miedo. Sobre todo el miedo.
–Los fundamentalistas de la saga se ofenden cuando alguien se atreve a comparar Juego de tronos con El señor de los anillos. Pues bien, con esta cuarta temporada, los ecos son todavía más evidentes. A ver si es que ahora George R.R. Martin se lo ha inventado todo.
–La creciente aparición de lo fantástico, sin embargo, no es necesariamente negativo para la historia. Tampoco es caprichosa ni responde al recurso de la solución fácil. Aunque pueda expulsar a un sector de espectadores más interesados en las intrigas palaciegas y los campos de batalla, es, de hecho, una de las piedras angulares de Juego de tronos. La trama del tullido Bran Stark, especialmente en el último capítulo, abre una nueva mitología en la serie que jugará un papel esencial en próximas temporadas.
–La serie ha logrado por vez primera encontrar el equilibrio entre las tramas, que prácticamente todas tengan interés por sí mismas, exceptuando el bloque dedicado a Stannis Baratheon y la sacerdotisa Melisandre, todavía muy pobre. Creo que ese equilibrio debe mucho a la idea de alternar tramas sedentarias y nómadas, de modo que los saltos geográficos y la configuración de un mapa de territorios (cada vez más claro a medida que avanza la serie) determina el ritmo de la historia general. Es muy interesante la naturalidad con la que los guionistas han logrado que unas tramas desemboquen en otras, de manera que la fragmentación avanza hacia la unificación de historias.
–Al tiempo que resulta interesante el camino que ha tomado el bloque dedicado a Daenerys (poniendo en cuestión la eficacia de sus métodos para liberar esclavos), sigue muy descolgado respecto a lo que ocurre al otro lado del océano. La súbita desaparición de su (des)leal consejero tampoco ha ayudado mucho al respecto. Tanta contención con los dragones (literalmente “encadenados”) puede acabar disparando las expectativas hasta el punto de que sean incolmables.
–Lo íntimo y lo épico beben de la misma fuente. En el cuarto año, se ha llegado a un punto en el conocimiento de los personajes y el desarrollo de las historias en el que podemos realmente comprender el modo en que una decisión personal, llevada casi siempre por la emoción, puede tener consecuencias tan vastas.
–La estupidez de Joffrey dio paso a la inteligencia de Meñique. Un villano toma el relevo del otro. Echaré de menos la crueldad de Joffrey –el sadismo en estado puro le venía muy bien a la serie–, pero me intriga mucho la brutal ambición y la mente maquiavélica de Meñique.
–Un personaje que siempre me cayó mal, Sansa Stark, ha ganado muchos puntos. Si la transformación más interesante de la pasada temporada nos la proporcionó Jaime Lannister, este año habría que conceder esa mutación a Sansa.
–En términos de acción, Juego de tronos ha demostrado que es insuperable en el reino de la teleficción. Desde el combate cuerpo a cuerpo –el de Oberyn y Montaña, el de Perro y Brienne– hasta las batallas épicas, casi todas las secuencias de acción están concebidas y ejecutadas con la determinación de entrar directamente en los anales de la historia de la teleficción.
–Los personajes nuevos, en general, no han decepcionado. Especialmente el del príncipe Oberyn Martell (interpretado con diablura por el chileno Pedro Pascal), que a pesar de no haber disfrutado de un largo recorrido, ha ejercido la función que tenía que ejercer con sobrada convicción. Es una lástima que se marchara. Entre otras cosas porque su personaje ha concentrado toda la artillería sexual de esta temporada, mucho más rebajada de lo que hasta ahora acostumbraba la serie. La guerra ha debido de amortiguar la libido.
–En esta cuarta temporada, la serie ha perdido sentido del humor y ha ganado en gravedad y dramatismo. ¿De verdad ha sido el escudero Gendry el personaje con el que los guionistas han liberado tensiones? Parece que sí. Seguramente el hecho de que Tyrion se pase toda la temporada esperando a ser ejecutado tiene algo que ver al respecto, aunque incluso en situación tan complicada nos regala algunas líneas de humor.
–Junto a George R. R. Martin, las mentes creativas detrás de la serie de la HBO son David Benioff y D. B. Weiss, si bien no hay que perder de vista a la nómina de directores de los capítulos. Esta temporada, la estrella ha sido Alex Graves, que ha dirigido cuatro episodios, todo ellos relevantes: el del asesinato de Joffrey y posterior, el del combate por la vida de Tyrion y el último. El director del impresionante capítulo nueve de la temporada, “The Watchers on the Wall”, ha sido Neil Marshall, el mismo que dirigió “Blackwater”, el de la defensa de King’s Landing. Son sus dos colaboraciones hasta el momento en la serie. Es sin duda el director especializado en batallas. Advertidos quedan: cuando su nombre cierre los créditos iniciales, prepárense para el episodio épico.
–El principal problema de Westeros es que no deja espacio para el debate republicano.