El Cultural

Confesiones de un serieadicto (y 3)

18 septiembre, 2014 16:55

Triple post por entregas en respuesta a “Las series son la droga caníbal”, publicado en el blog de Fotogramas, por el cual el redactor de la revista Philipp Engel anuncia que se “quita” de las series: “Ante la magnitud del desastre –un público de oficinistas obsesionados con las series, y la crítica que le apoya–, me he quitado de la ficcion televisiva. Para siempre jamás”.

[caption id="attachment_554" width="560"] Jon Hamm interpreta al publicista Don Draper en Mad Men[/caption]

Lo cierto es que los motivos de que expone Philipp Engel en su post para renunciar al placer de las series son más que razonables (creo que todo serieadicto puede sentirse identificado con ellos en menor o mayor medida: pérdida de control de uso, negación o autoengaño, daño o deterioro progresivo de la calidad de vida), pero creo también que, como todo adicto que se precie, ha llevado su decisión al extremo, y que tarde o temprano o bien se arrepentirá públicamente de ello o bien volverá secretamente a la vieja adicción, y verá series como si volviera a fumar a escondidas. Me pregunto si será realmente capaz de hacer como que el mundo de las series no va con él cuando se estrene la segunda temporada de True Detective, cuando regrese Mad Men con sus últimos capítulos, cuando Lars Von Trier estrene su “revolucionaria” serie o cuando haga el favor de entrar en el universo Louie de una vez por todas. ¿Será capaz de detenerse? Lo dudo.

Sospecho o quiero pensar, por lo tanto, que mi colega se ha dejado llevar por el acto de contrición inicial de todo adicto determinado a abandonar un mal hábito. Dicen que con las adicciones no hay más narices: o lo dejas o no lo dejas, no existe el término medio. Pero con las series, afortunadamente, sí existe. Se puede moderar el consumo. La campaña de vídeos auspiciada por la propia cadena Netflix –esa que, como bien señala Philipp, estimula la adicción al colgar temporadas enteras, del primer al último capítulo–, protagonizada por actores que recomiendan tomarse el asunto con calma, ha revelado más allá del chiste superficial que efectivamente la serieadicción es una preocupación social. En todo caso, se desprende del post al que doy respuesta una cierta demonización de la teleficción y sus efectos secundarios no por la series en sí (y todo lo que llevan dentro, que tanto nos revelan como visión del mundo que habitamos), sino por el consumo omnívoro, meramente escapista y a la postre perjudicial que se pueda hacer de ellas. 

Yo, repito, llevo mi adicción con orgullo.

Creo, además, que no puede ser de otro modo. Que quien consume series, debe en cierta manera, en mayor o menor medida, de forma permanete o temporal, ser un adicto. Sentir la adicción, participar de su mecanismo y del placer que genera. 

Y es que, no sé si mi estimado Philipp lo pensó alguna vez, o se dio cuenta, pero a mí me parece hermoso comprobar que el componente adictivo de las series es, en el fondo, la propia adición que retratan. Aquello que vemos se convierte en experiencia. Todas las teleficciones de calidad (y aquí no hay excepciones) tienen como motor a adictos de toda índole, verdaderos drogodependientes del poder, de la corrupción, de la violencia, del sexo, de las mujeres, de las drogas, del alchohol, del dinero, del movimiento perpetuo… Y sus adicciones son el motor, la razón de ser, de toda la ficción. O acaban con ellas o ellas acaban con ellos: con Tony Soprano, con Jimmy McNulty, con Walter White, con Don Draper, con Jack Bauer, con Vic Mackey, con Dexter Morgan… 

[caption id="attachment_555" width="562"] James Gandolfini es Tony Soprano en Los Soprano.[/caption]

Escribe Phillip Engel: “Más que por amor a los personajes, lo que considera una buena historia o su fascinación por una ambientación espectacular, el serieadicto ve, sobre todo, series para seguir cultivando, impunemente, su adicción. Lo único que importa es la siguiente dosis”.

Aunque encuentro un fondo de verdad en ello, debo negar la mayor. El estupefaciente indispensable de las series es el “personaje”. Sin él, sin ellos, no hay serie. Desde el clasicismo al manierismo formal, desde las lecturas del 11-S a las de la crisis financiera, desde Tony Soprano hasta Carrie Mathison, los hombres quebrados y las mujeres de acero de la pequeña pantalla han entrado en nuestras vidas y han cambiado para siempre nuestra relación con los personajes ficcionales y los grandes relatos. Ellos son los responsables.

Al final no sé si realmente he acabado dándole la razón a Philipp o lo contrario, si esto puede aportarle algo a alguien o no, pero no importa. Sé que, defensor a ultranza como es el señor Engel de los textos cortos, esta respuesta en tres actos le habrá parecido poco menos que una indecencia. Así al menos, pensando sobre ellas, le habré robado algo del tiempo de su vida que ya no dedica a ver series. Solo quería transmitirle la experiencia de un adicto, y acaso quitarle dramatismo.