Ernesto Alterio. Foto: Sergio Enríquez-Nistal
El actor se marca retos a las órdenes de Chevi Muraday En el desierto, en cartel en la Sala 2 de las Naves del Español.
Pregunta.- ¿Cómo responde el público a una obra tan peculiar?
Respuesta.- Antes de llegar a Matadero teníamos ya la pauta de algunos pases que habíamos hecho con público, en concreto en Alcalá de Henares y en la Feria de Danza de Huesca, donde tuvo una muy buena repercusión. Estoy muy contento de todo el proceso de trabajo, que ha sido intenso. Llevamos casi todo este año trabajando en la obra. Ha sido un proceso muy rico, muy interesante, de mucho crecimiento y yo espero que la gente lo esté disfrutando.
P.- ¿Cómo le llegó el proyecto, en principio algo alejado de su espectro por el tema de la danza?
R.- Conocía a Chevi desde hace tiempo por amigos comunes y porque él también está vinculado a la escuela de Cristina Rota donde era profesor. A mí no me dio clases pero desde esa época lo conozco y soy un gran admirador de su trabajo y de su compañía, Losdedae. Todo comenzó en una fiesta de Nochevieja en mi casa a la que vino Chevi. Nos pusimos a bailar como en cualquier fiesta pero surgió una energía especial. Yo sentí algo y Chevi también y de ahí salimos convencidos de que teníamos que hacer algo juntos y seguimos ese impulso hasta el final.
P.- ¿Qué retos le planteaba la obra?
R.- Mi participación aquí tiene que ver con ese impulso que sentí como cierto y también tiene que ver con superar mis miedos, por ver adonde me llevaba. Chevi ha habilitado un espacio donde yo he podido volcar un montón de cosas que me interesan desde hace tiempo como la danza. Anteriormente ya me había interesado por la danza, he tomado clases y me he acercado a ella. Pero también la música tiene juego en En el desierto porque es uno de los recursos que utiliza el personaje para expresarse. Toco el piano en escena y me sirve para desarrollar mi rol físicamente y explorar distintas posibilidades.
P.- ¿Cómo definiría a su personaje?
R.- Para cada actor, de los siete que hay en escena, hemos partido de personajes clásicos de la literatura universal. Al menos de ciertos aspectos de estos personajes. En mi caso partimos de algunas características de El Quijote de Cervantes mezcladas con toques del Gregor Samsa de La metamorfosis de Kafka. El resultado de esta combinación es una especie de extraño insecto alucinado de soledad que busca sonidos para seguir vivo en ese desierto y a través de ellos comunicarse con otros seres y con las estrellas.
P.- ¿Qué significa para usted trabajar en una idea tan personal de Chevy Muraday?
R.- La obra ha sido, y es, un vehículo que me permite investigar y transitar un gran número de estancias diferentes que me interesan mucho como la música, el movimiento y, por supuesto, la actuación. Y después Chevi me ha brindado la oportunidad de poder profundizar en la interactuación entre todas ellas, en cómo se genera un fluir entre todas estas estancias. Es una suerte poder estar aquí, es un vehículo para desarrollarme maravilloso.
P.- Los personajes tienen que unir fuerzas para atravesar ese desierto al que han sido desterrados... ¿Tiene paralelismos la obra con el momento que atravesamos en la actualidad?
R.- Hay algo de eso pero no es una obra panfletaria, ni existe una intención concreta. Pero si puede llegar a abarcar esa lectura. Nosotros hablamos de un desierto como un manera de hablar de la nada, un lugar de la nada o el vacío. Un lugar adonde estos personajes han sido relegados, expulsados pero también hablamos de que, en la medida en que el desierto es habitado por un hombre, existe la posibilidad de la creación y de construir algo. A mí me gustaría sobre todo que incitara a jugar a la gente. A que unan fuerzas y hagan cosas.
P.- ¿Ese desierto puede ser la cultura?
R.- Sí, perfectamente podría ser ese lugar al que quieren expulsar la cultura de este país. Pero realmente cada uno puede sacar su propia lectura. No es algo tan marcado. Pero si hay una intención de hablar de lo que pasa en la sociedad española actual.
P.- ¿Qué peso tiene la escenografía?
R.- La pieza es una maquinaria donde todos, los siete interpretes, somos engranajes muy heterogéneos e interactuamos con la escenografía, la manipulamos creando diferentes espacios. Es un elemento fundamental.