Hace tiempo que Juan Marsé (Barcelona, 1933) escribe en un despacho con ventanas a la calle, entre fotos de amigos, de estrellas de cine, cachivaches, bolis y cuadernos. Es su refugio, una suerte de trinchera en tiempos hostiles para un autor “ni nacionalista ni independentista”.
Faltan muy pocos días para que el libro, una novela breve ilustrada por María Hergueta, rompa un silencio narrativo que ha durado tres años, desde que el barcelonés publicase Caligrafía de los sueños. Ahora, Marsé parece feliz pero sin euforias, y con ganas de hablar.
Pregunta- Como en tantas obras suyas, el protagonista del relato es un adolescente, aprendiz, en este caso de pastelería, y en un pasado-presente más reciente de lo habitual. ¿Qué tiene esa etapa para ser un elemento esencial de su narrativa?
Respuesta- No lo sé muy bien. Lo único que puedo decir es que, en el ámbito de la ficción literaria, cualquier asunto que tenga que ver con la formación de la personalidad me ha interesado siempre. Y es algo vinculado a la adolescencia, claro está. Si eso es una constante en mi obra, que no lo sé, debo suponer que mis años de formación en la Barcelona de la postguerra pesan lo suyo. Más o menos del mismo modo que ocurre con las demás personas, sean conscientes de ello o no. Y ocasionalmente se convierte en materia literaria. En realidad, Noticias felices en aviones de papel no pretende ser más que eso, una experiencia iniciática hacia la edad adulta, un primer conocimiento de la compasión y la solidaridad, un aprendizaje que incluye el valor de creer en algo más que lo que se ve.
P- “Quizá hemos acabado con el pasado, pero el pasado no ha acabado con nosotros”, afirma la cita que abre la novela, pero ¿tenemos medios para vencerlo o es una lucha imposible?
R- Por supuesto. Sobre todo en España, donde parece que nunca acabamos de ajustar cuentas con el pasado. Sospecho que por eso el pasado nos sigue incordiando y agraviando, a causa de tantos persistentes errores y problemas sin resolver. La única manera de ajustar cuentas con el pasado y constituir un país moderno es afrontar los problemas pendientes, pero yo no veo a los responsables políticos, ni de un color ni de otro, con muchas ganas de ponerse a ello.
Relación con la actualidad
P- El padre del protagonista es un tarambana que no hace otra cosa que soñar, uno de esos que en los 70 querían dinamitar el sistema y hoy lo fortalecen: ¿el tiempo es el gran corruptor?
R- Bueno, no he pretendido establecer ninguna semejanza entre el personaje, un cantamañanas fantasioso y gorrón, y la insidiosa corrupción que nos agobia. Eso es la actualidad, la rabiosa actualidad, como se encargan de recordarnos diariamente los informativos televisivos, los gritones debates-gallinero y los programas carroñeros de la telebasura con la Pantoja y el asunto de si entra o no entra llorando en la cárcel... Vale. Pero ocurre que la actualidad y su posible eco en una trama novelesca, a la hora de escribir no cuenta para nada, más bien me estorba. Si surgen semejanzas, la crítica lo celebra y lo bendice, pero con frecuencia tiene poco que ver con la literatura. Si una obra se sostiene, no es por su relación con la actualidad, sino por la naturaleza de su lenguaje en relación con cierta realidad estrictamente inventada, o sea, un soberano artificio. Y es que, siempre me gustó dejarlo bien claro, entre tanta variedad de gustos y tendencias, yo soy partidario de la ficción.
"Ocurre que la actualidad y su posible eco, en una trama novelesca, más bien me estorba"
P- Hablando de idealismo y populismo, ¿qué opinión le merece Podemos, puede ser una solución o parte del problema?
R- Puede ser una solución, por supuesto. Yo diría que el inoperante bipartidismo del PP y el PSOE, secundados por una izquierda sumisa y carroza que me avergüenza, ¡mi izquierda que se enorgullecía de ser la defensa de los trabajadores, hay que ver!, se lo han puesto a huevo. A ver cómo sortean los riesgos del populismo, y cuál es su programa. Pero poder, se puede.
Un panorama desolador
P- De todas formas, Bruno, el protagonista, y no digamos el Pijoaparte, tienen poco que ver con los niños de hoy, obsesionados con el móvil, el ipad. Ya no sufren la posguerra, pero muchos están acosados por la miseria. ¿Estamos forjando una juventud mejor, más feliz?
R- Si nos atenemos al interés que los responsables políticos demuestran en fomentar la educación y la cultura en nuestros jóvenes, el panorama es desolador. Ciertamente, la oferta que presentan las últimas tecnologías parece que es lo que más atrae hoy a los chicos, pero está claro que, detrás de eso, que puede ser útil o no en su formación, persisten los problemas de siempre. Bruno los vivió ayer a su manera, y hoy los vivirá a su manera un adolescente de hoy, con o sin móvil, con ipad o videojuegos. Mi primera novela, publicada en 1960, trataba de unos jóvenes de 1949 encerrados con un solo juguete, y ese juguete era el sexo. Hoy los jóvenes manejan otros juguetes, además del sexo, pero les veo todavía encerrados. En fin, yo no soy sociólogo ni experto en educación, y desde luego no pretendo servirme de la ficción literaria para indagar en estos asuntos. Imagino una experiencia, invento una trama en un jardín de verdad con ranas de cartón, y hago lo posible porque resulte verosímil y conmueva.
P- Por cierto, ¿se imagina cómo sería el Pijoaparte hoy, seguiría con sus aventis, sus invenciones, para superar la realidad?
R- Este personaje andará hoy por los ochenta y pico años, pero no se ha jubilado, le veo detrás de su tenderete en la plaza de Sant Jaume, enfrente de la Generalitat, vendiendo un surtido colosal de camisetas del Barça, botellines con Aromas de Montserrat y figuritas del pesebre, caganers, barretinas y senyeres, y es saludado y respetado por los consellers que van y vienen de sus reuniones y asambleas, y que le recuerdan de la época en que era chófer de la Generalitat y con su coche oficial trasladaba a Andorra, disfrazado de Pilar Rahola, a la esposa del ex president Jordi Pujol. Todo un personaje, este charnego irredento. Nunca fue de fiar.
Aviones sobre...
Juan Marsé. Foto: Quique García
P- Uno de los ejes de la novela es la señora Pauli, y de nuevo nos encontramos otro de sus personajes conmovedores: una polaca superviviente del nazismo que fue bailarina del Paralelo y que arrastra un pasado de amores imposibles. ¿Qué importancia tienen en su obra estos seres románticos?
R- Si se refiere a ciertas similitudes entre esta señora Pauli y la señora Mir de Caligrafía de los sueños y la Montse de La oscura historia…, sin olvidar a la Pelirroja, habría que matizar ciertos aspectos de la personalidad de cada cuál, pero sería un discurso engorroso y aburrido. Me gusta suponer que cada una importa en el relato en la medida que la acción gira a su alrededor. En el caso que nos ocupa, el de la extravagante señora Pauli, para su joven vecino encarna el desvarío más insondable, lo atrabiliario, lo imposible de creer, todo lo que él rechaza y repudia debido a la mala experiencia vivida con su padre, un fantasmón vendedor de imposturas y patrañas. Digamos que el chico tendrá que aprender a distinguir entre la realidad y la ensoñación.
"Hoy el Pijoaparte sería respetado por los consellers, que le recuerdan de la época en que era chófer de la Generalitat"
Precisamente la clave del libro es una de las excentricidades de la anciana Pauli: de pronto comienza a arrojar desde el balcón centenares de aviones de papel con palabras subrayadas a modo de misteriosos mensajes. Los que arrojaría ahora Marsé, en cambio,serían menos esperanzadores, y estarían dirigidos a la cabeza del señor Wert “con noticias sobre la rampante incultura nacional y la no menos nacional y rampante engañifa educacional futbolera, y sobre la cabeza de la señora Cospedal y sus insufribles y mofletudos embustes, y sobre Oriol Junqueras y su llorosa cabezonería identitaria, sobre TV-3 y su desvergüenza informativa, sobre el caricato portavoz de CIU Francesc Homs y su titiritera gesticulación vendiendo humo, sobre Rajoy y su insostenible tancredismo, sobre el corrupto ex president Jordi Pujol por envolverse en la senyera y mearse en ella, sobre el nacionalismo español que aspira a ser imperial y el nacionalismo catalán que aspira a ser provinciano, sobre los jerarcas de la cavernícola Iglesia católica española, etc. No habría papel para tantos aviones sobre tantos políticos, juristas y clérigos hipócritas, ineptos, incultos y corruptos, o simplemente bobos”.
P- En la novela, esos aviones de papel hacen que el pasado se haga presente: ¿qué puertas con el ayer le gustaría abrir y cuáles cerrar para siempre?
R- No cerraría ninguna puerta, salvo aquellas que muchos dejarían abiertas para que todo siga igual: el paro, la corrupción, la mala educación, la impunidad de la casta, las todopoderosas leyes del Mercado, etc. Sin duda, la que hay que cerrar con más urgencia es la del paro.
P- Si en otras obras nos descubrió las calles de Guinardó, ahora paseamos con Bruno por Las Ramblas en busca de periódicos: ¿reconoce hoy Barcelona cuando callejea por esa meca del turismo que es hoy?
R- Depende de qué barrios visitemos. Los de mi infancia y juventud, La Salud, Gracia, el Guinardó, han cambiado, pero no mucho. La Barcelona del diseño y el turismo sí ha cambiado, y sigue cambiando, en algunos casos para bien, no en todos. Superado el estallido eufórico que suscitó las repentinas avalanchas de turistas, hay cierta sensación de caos y cunde el desconcierto. ¿Acabaremos algún día de querer ponernos al día entregando la ciudad a los turistas? Se han hecho cosas necesarias. Pero cuando una ciudad se pone de moda, se emputece. La Rambla ya no es un paseo, tampoco el Paseig de Gràcia. Son escaparates, vitrinas. Barcelona ofrece relaxing de pa amb tomàquet en el Park Güell. Fantástico.
P- En realidad, amanecemos cada día con un nuevo escándalo de corrupción, pero parece que en Cataluña esas miserias se ocultan con banderas: ¿no es una forma de menospreciar al resto de ciudadanos?
R- Sí, el escándalo de cada día. Permítame que no añada nada más sobre el asunto, estoy saturado de estupor y no sabría qué añadir, ya me he despachado a gusto hace un rato.
"Tiraría aviones de papel sobre Cospedal, Junqueras y sobre el corrupto Pujol por envolverse en la senyera y mearse en ella"
P- Hace un año denunciaba en El Cultural la inercia que arrastraba a España y Cataluña a un divorcio traumático. ¿Cómo hemos llegado a esto?
R- Creo que se debe a la conjunción de varios hechos. De un lado la crisis económica y el fulminante descrédito de la clase política, y de otro la fiebre identitaria y el auge del nacionalismo, fagocitado por la indiferencia y el inmovilismo suicida de Rajoy y su pandilla en el gobierno. Y la ignorancia y el desdén generales en el ejercicio de la democracia en un Estado de derecho. Con respecto al nacionalismo y al soberanismo, en lo que me toca como catalán, pues parece que no me toca lo que me debería tocar. No soy nacionalista ni independentista, y la tan llevada y traída identidad nacional me importa un bledo. Me da lo mismo sentirme español que catalán, ninguna de las dos cosas me llena de entusiasmo y mucho menos de fervor patriótico. La patria es un peligroso artefacto sentimental que me tiene ya muy harto.
Saturado de estupor
P- ¿Qué va a pasar ahora?
R- No sé lo que va a pasar a partir de ahora, no sé lo que nos espera. Mi percepción de la realidad es limitada, tanto en lo que veo como en lo que escribo. Y a veces creo que ha empezado a pasarme lo que al personaje aquel de Zelig, la película de Woody Allen. Rodeado de chinos, mis facciones se están transformando en las de un sonriente chino. Mi nombre es Yo-Han-Fan-Eka.
Pero no, sus rasgos de repente achinados, recuperan su esencia. Imposible imaginar a Juan Marsé (seudónimo de Juan Faneca), como uno más del rebaño. Afortunadamente.
Un fragmento de Noticias felices en aviones de papel
- Y nunca olvides que el amor verdadero que puedas merecer de una mujer no será el que estás buscando, sino el que no sabías que estabas buscando.
Fue el último consejo que Bruno recibió de su padre tres días antes de cumplir los quince años, cuando esperaba no volver a verle nunca más en la vida. Después de pensarlo unos segundos, el chico respondió con voz casi inaudible:
-Ya.
Bruno era un adolescente silencioso y esquivo, agazapado detrás de una timidez estratégica elaborada precozmente.
Sus padres, Amador y Ruth, se separaron cuando él tenía nueve años. Se habían conocido en una comuna hippy de Ibiza a mediados de los años setenta, ya talluditos ambos, él con treinta y cinco años y Ruth con treinta y dos, y fue un amor a primera vista, entrañado en la vorágine de los cambios y las incertidumbres que vivía el país por aquellas fechas. Amador Cano Raciocinio había nacido en Mugía, un pueblo de La Coruña, y se crió en Barcelona, adonde emigraron sus padres en los primeros años cuarenta. Exseminarista y exvendedor ambulante de colchones y de una marca de chocolatinas, en la comuna presumía de unos cursos seminales en la Universidad de Berkeley, daba clases de yoga y de solfeo y tocaba el clarinete. Era un tipo rubicundo, besucón y ocurrente, el colega que cae bien a casi todo el mundo antes de hacer involuntariamente desgraciado a casi todo el mundo. Experto en liturgias pacifistas y mermeladas caseras, las mujeres veían ráfagas de viento y libertad en sus ojos azules, y él propiciaba ese espejismo.