Milena Busquets. Foto: Joan Manuel Baliellas

La escritora publica su segunda novela, También esto pasará (Anagrama), en la que traza su larga travesía por el duelo de su madre, la editora Esther Tusquets, en una narración autobiográfica tan conmovedora como divertida

La suya es una media melena rubia, que se atusa de vez en cuando con unos dedos larguísimos. Y eso, junto a una tez pecosa, una mirada azul clarito que pasa de la ironía a la ternura en una décima de segundo y una silueta estilizada de elegantes movimientos le confieren un cierto aire de extranjera de clase alta. Tanto que se hace fácil visualizarla como la hija rebelde y contestataria de una aristocrática familia británica con hermanos estudiando en Eton y un padre vestido en las sastrerías de Savile Row. Pero resulta que nada de eso es cierto. Milena nació en Barcelona en 1972 y es la hija mayor de la editora Esther Tusquets (una de las piezas clave de la gauchedivine) y de su segundo marido, Esteban Busquets. Publica su segunda novela, También esto pasará (Anagrama), tras Hoy he conocido a alguien.



Pregunta.- Supongo que su infancia fue algo especial.

Respuesta.- Sí, fue una infancia distinta a la de los niños de mi clase del Liceo Francés, porque para empezar mis padres se separaron cuando yo era pequeña. Además, mi madre no era como las demás, porque era editora y escritora, se bañaba desnuda en las playas de Cadaqués, tenía amigos como Carlos Barral, Ana María Matute, Terenci Moix, Juan Marsé o Jaime Gil de Biedma, a los que veía continuamente en mi casa, y poseía una personalidad muy intensa. Y encima yo estaba llena de pecas y era zurda y muy tímida, así es que me sentía como una outsider. Siempre me preocupó ser distinta, pero cuando empecé a madurar entendí lo que me decía mi madre: es bueno ser diferente. Eso te convierte en una persona libre.



P.- Y al año de perder a esa madre tan especial publica este libro, ¿qué le llevó a escribirlo?

R.- La relación con mi madre fue efectivamente muy estrecha, muy cómplice, muy cotidiana y muy asfixiante en ocasiones, y decidí escribir sobre mi duelo por esa pérdida que convirtió mi mundo en otro distinto.



P.- Dice que su madurez empezó a los 17 años.

R.- Cuando perdí a mi padre, al que adoraba. Se puso enfermo y al cabo de un mes murió. Entonces decidí irme a Londres a estudiar Arqueología, y allí me hice mayor. A mi regreso, le pedí trabajo a mi madre, por entonces directora de Lumen. Empecé yendo solo por las mañanas, para ocuparme de tener en orden el almacén. Luego me ofrecieron encargarme del departamento de prensa y así me enamoré perdidamente del mundillo editorial. Me fui implicando cada vez más hasta que pasé a ser editora y después directora editorial.



Pero las piruetas para conseguir sobrevivir provocaron la venta del sello al gigante Random House Mondadori, así es que madre e hija decidieron embarcarse en una excitante aventura al fundar conjuntamente en 2002 una nueva editorial, a la que llamaron R que R y de la que Milena sería directora durante los cinco años que duró la empresa.



P.- ¿Cuándo comenzó a escribir?

R.- He escrito desde siempre y desde muy joven fui una lectora voraz, porque en mi casa siempre hubo muchos libros y mi madre me inició en el apasionante mundo de la cultura enseñándome a descubrir autores, países, museos, películas, personas... Mi hermano y yo hemos sido unos privilegiados en ese sentido. Adoro la literatura francesa. La lectura de À la recherche du tempsperdu, naturalmente en francés, marcó un antes y un después en mi vida. También admiro a Colette, Flaubert, Marías, Dostoyevsky y, naturalmente, a Françoise Sagan, de la que algunos dicen encontrar cierto eco entre las páginas de También esto pasará.



P.- ¿Cuándo y por qué decidió convertir su duelo en literatura?

R.- La muerte de mi madre, tras dos años de una triste enfermedad, me dejó aniquilada. Hacíamos muchas cosas juntas: viajábamos, hablábamos, discutíamos y, sobre todo, nos reíamos mucho juntas, porque nos encantaba ser malvadas y compartíamos un sentido del humor muy similar. Recuerdo lo divertidas que eran sus reuniones en casa con Ana María Matute y Ana María Moix, sus grandes amigas. Era una delicia estar con ellas. Todo eso desapareció de un plumazo con su marcha. Hasta que un buen día decidí ponerme a escribir sobre lo que me estaba ocurriendo y me salió un primer capítulo prácticamente de corrido. Se lo mandé a Anna Soler-Pont, mi agente, y a las dos horas me contestó que le había entusiasmado y que de ahí tenía que salir una novela. Así es que me puse manos a la obra y en un año y medio la acabé. Soy muy cartesiana, y desde el principio supe cuál iba a ser la estructura y cómo iba a terminar. Es más, el último capítulo lo escribí al poco de empezar el proceso de escritura.



Un periodo difícil, reconoce, porque tuvo que ser valiente y registrar en los sótanos de su alma para escribir con honestidad y relatar sin tapujos la que había sido una de las relaciones más importantes de su vida. El resultado ha sido una novela intensa, de prosa delicada y tan enternecedora como profundamente divertida, que se convirtió en el libro caliente de la pasada Feria de Frankfurt, dónde despertó una gran expectación y del que se han firmado contratos de traducción en más de veinte países que van desde Francia hasta Brasil y Estados Unidos.



P.- ¿Cuánto hay de usted en la protagonista?

R.- Blanca es mi alter ego. He construido ese personaje basándome en la imagen que tengo de mí misma. Así es cómo yo me veo por dentro. Y, lamentablemente, tengo que confesar que no ha sido una escritura terapéutica porque sigo estando terriblemente cabreada por haber perdido a mi madre. He llorado mucho escribiendo estas páginas, pero también me he reído una barbaridad. Como si ella hubiera estado a mi lado...