Irene Gracia.
La editorial Pre-Textos acaba de publicar su última novela, Anoche anduve sobre las aguas.
Pregunta.- Lo sobrenatural, lo místico, lo religioso, son constantes en su obra. ¿Cómo nació su interés por estos temas?
Respuesta.- Siempre me han interesado los mitos y además fui educada en un colegio de monjas. Era una niña muy creyente y me fascinaba la Biblia. Luego, en la edad de la duda, a los 14 años, perdí la fe pero tuve la suerte de que mi hermano me diera un ejemplar de Así habló Zaratustra, de Nietzsche, y se convirtió en mi libro de cabecera. Ambos libros han sido complementarios en mi vida. Tanto Nietzsche como el Jesús histórico fueron dos personajes llenos de ansia divina.
P.- Parece que nuestra sociedad ha perdido en buena medida el interés por esa búsqueda espiritual.
R.- Yo soy una agnóstica muy mística, aunque parezca una paradoja, y me da pena que se deje de estudiar en los colegios la historia de las religiones. Todos los mitos, paganos y cristianos, son literariamente bellísimos, son parte de nuestra cultura y hasta Freud los usaba para analizar la mente humana científicamente. Si uno va al Prado y no los conoce, no se entera de nada.
P.- Además de la literatura religiosa, ¿de qué otras fuentes bebe como escritora? ¿Realismo mágico, literatura fantástica...?
R.- Yo no hago distinciones de género, sino de calidad. Como me meto en territorios tan pantanosos, procuro que la técnica y el estilo de mis obras tengan calidad, para que cualquier lector valore mi obra como producto artesanal aunque no le interese mi universo. Para mí el oficio es sagrado. Por eso a mí, que provengo de la pintura, me apena que los artistas plásticos de hoy desprecien la técnica.
P.- En su novela se da un conflicto abierto entre las dos fuerzas antagonistas clásicas: el bien y el mal, pero en la vida real este enfrentamiento no es tan simple.
R.- En esta historia trato personajes y temas opuestos que luego convergen como la cara y la cruz de una misma moneda. Bruno, que representa el mal, practica la mística del vicio; Elisa, que encarna el bien, practica la mística de la virtud. Me di cuenta del dualismo mental y corpóreo de ambos: Bruno carece de tacto en la piel y persigue la corporeidad, mientras que Elisa, que tiene el poder de levitar, la rehúye. Son un paralelismo simbólico de las fueras opuestas que mueven el mundo. No es descabellado pensar que el Marqués de Sade y Santa Teresa de Jesús perseguían, de maneras opuestas, el mismo fin: la trascendencia del goce absoluto.
P.- La literatura fantástica no tiene las restricciones que impone el realismo, pero es necesaria una coherencia interna para que el relato no caiga en el sinsentido. ¿Cómo se consigue ese equilibrio?
R.- Yo no distingo entre literatura fantástica y realista. Para mí todo es ficción, hasta un diario. Ni siquiera A sangre fría de Truman Capote la considero literatura realista. Dicho esto, todo ha de tener sus normas y una coherencia. Cuando construyes un universo fantástico, las reglas las tienes que poner tú, pero han de tener una lógica que puede ser más creíble que la de la llamada literatura realista. Hay que seducir al lector para que se crea la mentira que le estás contando.
P.- Como persona interesada en la religión y la espiritualidad y a raíz de los trágicos ataques de París y las reacciones que están suscitando, ¿cómo ve las relaciones entre los distintos credos y entre estos y las sociedades laicas?
R.- Soy una agnóstica muy espiritual y respeto todas las religiones, pero aspiro a un mundo en el que los artistas abramos interrogantes para que los respondan los filósofos y los científicos, un mundo en el que el conocimiento sea la verdadera religión.