Image: Borja Cobeaga

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El Cultural

Borja Cobeaga

Negociador responde a mi visión de la política como algo chusco y patético”

13 marzo, 2015 01:00

Borja Cobeaga

El cineasta estrena Negociador, una película que se viste de comedia para entregar un drama sobre la incomunicación, el absurdo y el patetismo de la naturaleza humana.

Tratando de tomar perspectiva del éxito de Ocho apellidos vascos, cuya secuela escribe en estos momentos, el guionista y director Borja Cobeaga estrena Negociador. En su tercer largometraje imagina y pone en escena el modo en que pudieron desarrollarse las conversaciones entre el Gobierno y ETA en el proceso de pacificación inciado en 2005. Con Ramón Barea, Carlos Areces y Josean Bengoetxea como trío protagonista, y para quienes Cobeaga escribió expresamente la película, Negociador se viste de comedia para entregar un drama sobre la incomunicación, el absurdo y el patetismo de la naturaleza humana. Un cine de la farsa y el costumbrismo, de la risa incómoda y hecho desde la lucidez, cuyo tono conecta con los primeros cortos del cineasta -Éramos pocos (2005), nominado al Oscar, y el aún reciente Democracia (2013)- antes que con sus anteriores largometrajes: Pagafantas (2009) y No controles (2010).

Pregunta.- Evidentemente, la clave de Negociador es el tono tan singular que tiene. ¿En qué momento lo encuentra?
Respuesta.- Es de hecho el origen de todo, incluso antes de escribir. Después de varias comedias locas me apetecía hacer algo de un estilo más contenido, con un tono más parecido a mis primeros cortos. Al dejar eso de lado estaba quitando de mí una parte que me gusta mucho hacer. Es verdad que me gustaría seguir haciendo comedias locas pero esto creo que tiene algo más personal, y si no lo pongo en práctica me sentiría muy insatisfecho. Pensando en Éramos pocos, que comparte ese tono de comedia agridulce o más melancólica, me fue muy bien. Y esto es lo primero que surge. Antes incluso de que aparezca la historia, ya tengo el tono. Cuando surge la idea de hacer una película sobre las negociaciones con ETA ya tenía claro qué tono iba a tener. Incluso había trabajado con algunos guiones antes de ponerme a escribir Negociador. Trabajé con Juan Cavestany en un guion que compartía mucho del tema, una película sobre Bartolín, un concejal andaluz que fingió un secuestro en la época de Miguel Ángel Blanco para ascender políticamente. Pero de momento el proyecto está parado.

P.- Es una película mucho más seria de lo que pueda aparentar. Es curioso que para tratar un tema tan político y relevante lo hagas desde el patetismo, el ridículo de la naturaleza humana...
R.- Yo creo que es la conciencia de la realidad, el contraste entre lo que se espera que sea muy solemne y grave y ceremonial, con lo que es más trivial, incluso chusco o cutre. Es mi visión de cómo veo yo la política, como algo cutre y patético. Nos imaginamos esos hombres de negro con gafas oscuras tomando decisiones trascendentes y dramáticas, y luego resulta que es todo lo contrario, que son tan cutres y patéticos como todos nosotros. Hablar de las negociaciones con ETA desde ese punto de vista surge por tanto de esa visión de las cosas, que puede parecer un poco cínica, pero que considero que está más cerca de la verdad. Tenemos la experiencia reciente de Ignacio González hablando con el comisario Villarejo, todos hemos escuchado las grabaciones, en la cafetería de la Puerta del Sol, y es todo tan cutre y de andar por casa... Todo eso es lo que trato de trasladar a la película. Lo que yo anuncio es que es una comedia, pero entendida como puede serlo la serie The Office o Nebraska, que para muchos espectadores no es exactamente comedia.

P.- ¿La cercanía de tono con el cine de Alexander Payne es entonces intencionada?
R.- Desde luego. Cuando vi A propósito de Schmidt me dije que quería hacer una película así. Me fascinó el tono. Y cuando empecé a escribir el guion de Negociador vi Nebraska, así que hice de mi película una especie de Nebraska con el conflicto vasco. Incluso el papel de Ramón Barea nos puede recordar al de Bruce Dern.

P.- Negociador trata en gran parte sobre los límites y efectos del lenguaje, que aparece como un elemento de separación. ¿Cómo desarrolla esto?
R.- Sobre todo desde el hecho de haber crecido en Euskadi, donde se te conoce por cómo hablas. Durante muchos años el lenguaje era como un scanner, cada palabra o expresión se utilizaba para encasillarte políticamente, si pertenecías o apoyabas a un bando o al otro, con muchas palabras tabú que eran inarticulables, y otras palabras que escondían significados secretos...

P.- El humor y el absurdo que surgen de este fenómeno ya lo desarrolló en el programa Vaya semanita de ETB...
Respuesta.- Efectivamente. Me acuerdo de un sketch que hicimos sobre un locutor de radio que empleaba la palabra España, y en la radio vasca decir España era como un tabú, había que decir el Estado o algo así.

P.- Ha convertido el lenguaje en un elemento vertebrador de la película, que al fin y al cabo apuesta por el entendimiento...
R.- Es que creo que en este proceso de negociación en particular, y en la vida en general, los equívocos y malentendidos con el lenguaje generan toda una serie de circunstancias absurdas y extrañas, de muy difícil solución, que pueden conducir a la incomunicación absoluta. Nunca hemos tenido tantos medios para comunicarnos y nunca ha habido más malentenidos. Uno se puede meter en un berenjenal en twitter si no tiene cuidado, si está fuera de contexto, o con un wassup enviado a la persona inapropiada. Lo clave de la película para mí es el factor humano. Negociador no es una película ideológica, sino que expone el factor humano detrás del conflicto.

P.- Creo que escribió este guion al mismo tiempo que escribía Ocho apellidos vascos. No sé si surge la película como una reacción a la otra o se equilibran. ¿Cómo lo ve usted?
R.- Creo que más bien lo segundo, que se equilibran. Es verdad que el proceso de escritura de una película más industrial como Ocho apellidos vascos responde a unos impases, a que el guion se revise una y otra vez, a esperar al reparto, etc. Así que creo que escribiendo Negociador buscaba el equilibrio, hacer algo más personal. Me gustaría acentuar esto. Me gustaría hacer películas de enredo, pero seguir haciendo películas más pequeñas de este estilo, porque se complementan muy bien.

P.- Su próximo proyecto de guion es la secuela de Ocho apellidos vascos, ¿pero tiene algo en marcha para dirigir?
R.- La verdad es que este año entre la secuela y la escritura de Superlópez, que hemos retomado hace poco, queda muy poco espacio para pensar en un proyecto de dirección, pero sí me gustaría dirigir una comedia en la línea de Pagafantas y No controles. Me gustaría retomar el proyecto con Juan Cavestany sobre Bartolín, pero es una comedia bastante complicada de financiar.

P.- El prólogo y el epílogo de la película transcurren en una taberna, y creo que resumen muy bien el espíritu de la película. Por curiosidad, ¿podría comentarme de dónde procede esa analogía entre un filete a la plancha y el protagonista con la que arranca el filme?
R.- Bueno, hace referencia a su estado mental, cómo su mente también está en plena ebullición. Creo que es una película en la que el contraste está muy presente. El primer negociador de ETA parece un tipo duro pero luego es sensato, y el que parece más simpático, interpretado por Carlos Areces, luego tiene brotes y cambios de humor. Siempre me había apetecido hacer una secuencia de inicio tipo Sidney Lumet, su capacidad para definir a los personajes. Como por ejemplo con Paul Newman en Veredicto (1982) jugando a la maquinita y bebiendo cerveza por la mañana, que directamente nos da la medida del personaje. Así que la secuencia de arranque de Negociador vendría a ser mi tributo a Lumet.