Chantal Maillard

La escritora publica un nuevo poemario, La herida en la lengua (Tusquets).

Chantal Maillard (Bruselas, 1951) retoma el camino emprendido en Hilos en un nuevo poemario, La herida en la lengua (Tusquets), que llega tras siete años en los que la escritora no había publicada nada de poesía aunque sí diarios (Bélgica), ensayos (Contra el arte y otras imposturas y La baba del caracol) y el libro India, una recopilación de escritos sobre su experiencia en ese continente. Premio Nacional de Poesía por Matar a Platón en 2004, la Maillard demuestra una vez más una voz única y radical que no deja indiferente y que tiene en el desamparo su punto de partida.



Pregunta.- ¿De dónde emana la inspiración para esta nueva colección de poemas?

Respuesta.- Probablemente del desamparo. La herida de la que hablo no es la mía propia. O no sólo. Lo mío es sólo un punto más dentro de un universo que se sostiene sobre la violencia. Todo nacimiento es una violencia, para la madre tanto como para el hijo. Luego entramos en el círculo del Hambre. Toda vida se sostiene sobre la muerte de otros. Pero nuestra especie es redundante: a la violencia necesaria añade otras incontables violencias. ¿Cómo contemplar todo esto sin que la lengua se ponga a tiritar?



P.- ¿Por qué ha tardado siete años en publicar un nuevo libro de poesía?

R.- Me había quedado sin hilo.



P.- ¿Hacia dónde nos conducen los caminos visibles e invisibles de este libro?

R.- No lo sé. Los poemas conducen a cada cual a lugares insospechados. Los túneles de cada uno son distintos: compartimos la herida, pero no la forma con la que ésta se manifiesta. La sorpresa es que el poema a veces resulta ser bálsamo.



P.- ¿Por qué ese título tan fuerte, tan expresivo?

R.- Cuando una herida puede expresarse es que aún tiene remedio. Cuando supera los límites de lo expresable se nos queda en la lengua, y ésta sólo acierta a balbucear.

P.- En el libro aparece Hadewjich. ¿Qué le interesa de ella?

R.- Hadewijch es un nombre bastante común en Flandes, y que se utiliza todavía ahora. Podría haber escogido cualquier otro en realidad. El poema no tiene que ver con la conocida Hadewijch de Amberes, aunque no me molesta en absoluto que se la relacione, y no tanto porque era mística y poeta como porque, de haber vivido en la Europa del siglo XIII, el de beguina es sin duda el estado civil al que me habría apuntado...



P.- ¿Hay algo nuevo, de ruptura respecto a su anterior poesía, o cree que es una continuación?

R.- La ruptura fue Hilos, realmente. Al final me quedé con el cabo de aquel hilo en la boca -o más bien se lo quedó Cual (el personaje que aparece al final)- y parecía que allí se había acabado para mí todo decir. Por eso tardé tantos años en sacar otro poemario. Y no es que me pusiese de nuevo a escribir después de siete años, no, sino que iban saliendo tan sólo balbuceos, a los que luego fui dando forma legible.



P.- ¿Se siente una referencia para las nuevas generaciones de poetas?

R.- Ésa es una pregunta trampa... La verdad es que no puedo saber eso.



P.- ¿Podemos encontrar aquí influencias de su relación con la India aunque sea a nivel subterráneo?

R.- Todo lo que vivimos queda fluyendo, como los ríos cuando entran en la tierra. No podría desprenderme de aquella India que he vivido. Forma parte de mí. Pero no es desde luego un libro en el que se marque esa influencia.



P.- ¿Cómo ve la situación de la poesía en la actualidad?

R.- De forma muy optimista -y ésta no es una palabra que emplee a menudo. Este tipo de escritura parece proporcionar respuestas a las preguntas que ya ni la filosofía ni los demás discursos institucionalizados pueden ofrecernos. Parece que la desconfianza hacia ellos ha hecho que busquemos modos más veraces, más personales, de sabernos entre todos, y que el poema cumple esa función.