El Cultural

La realidad del reflejo

8 mayo, 2015 10:23

Uno de los aforismos más gastados del cine de Godard, que escuchamos en La chinoise (1967), asegura que el cine “no es el reflejo de la realidad sino la realidad de un reflejo”. El protagonista de Las altas presiones, Miguel, bien puede conocer la frase, pues es un hombre de cine, que se ofrece además como alter-ego o trasunto del director de la película, Ángel Santos, quien probablemente esté familiarizado con el cine de Godard.

Miguel deambula por escenarios semiderruidos de Pontevedra filmando posibles localizaciones para una película cuyo guion no ha leído, y que seguramente detesta. Miguel ve el mundo a través de su pequeña cámara, se resiste a interactuar con lo que le rodea. Algo le carcome por dentro. No sabemos, y quizá él tampoco, si el visor de la cámara le acerca o le aleja del mundo, al que sentimos que le cuesta pertenecer, pero en determinado momento, cuando la mujer por la que empieza a sentir algo se tumba seductoramente en la cama de una habitacion de hotel en la que se han quedado solos, él lo que hace es filmarla. Su primer impulso es mirarla a través de la cámara. Justo después, una elipsis.

Nunca sabremos qué ha ocurrido en esa habitación porque la película prefiere hurtar ese momento de intimidad al espectador y que solo los personajes (y los actores, porque la escena, asegura el director, sí se rodó) lo sepan. La elipsis propulsa la película hacia otra dirección.

Las altas presiones interpela constantemente al espectador a adivinar qué ocurre en la mente de Miguel. Es una película construida desde el silencio y las ausencias. Afortunadamente, los ojos y gestos del actor Andrés Gertrúdix son lo suficientemente expresivos como para disparar nuestras especulaciones, rellenando los huecos emocionales de la morosidad narrativa del filme, una pequeña odisea (el imposible regreso al hogar) cuya progresión dramática es mínima, acaso tan frágil y escuálida como los horizontes vitales de su protagonista. Santos muestra la desazón interior de Miguel con un par de arrebatos de furia y sobre todo con los espacios que graba y le rodean (los que registra el personaje en digital y el director en 16mm), lugares en ruinas y grises que se ofrecen como vestigios de otros tiempos, los de la crisis individual y los de la crisis colectiva. Sin alzar la voz más de lo necesario, el filme encuentra las herramientas cinematográficas necesarias para hurgar en la herida.

El segundo largometraje de Ángel Santos –que firma el guion junto a Miguel Gil, y que ha montado Fernando Franco–, se espeja claramente en el cortometraje que filmó en 2009, Sara y Juan (Los amores jóvenes). Inspirado en La obra maestra desconocida de Balzac –relato que también sirvió de inspiración a Jacques Rivette para filmar La bella mentirosa, un monumento sobre los secretos de la creación y el cuerpo de Emmanuelle Béart–, el corto ponía en escena el aislamiento emocional de un joven que también se protegía del mundo, de sus sentimientos hacia Sara, con la mediación de una cámara fotográfica.

El aislamiento de Miguel en Las altas presiones, que también se ofrece como una crónica generacional, no es en todo caso inmutable. Con estudiada sutileza y con la profunda comprensión de los tiempos del relato (la escena del durum kebab es un magnífico ejemplo), sentimos a partir de cierto punto cómo después de cada corte y cada elipsis algo se va transformando en Miguel, cómo el interés y la curiosidad hacia el mundo se van apropiando de su carácter, incluso cómo el brillo en su mirada (he ahí un gran actor) se esfuerza por alumbrar el centro del plano. La secuencia central en un concierto, un travelling circular que recorre dos veces la sala, resulta crucial en este punto de giro, que arranca con una escapada a Portugal. Es ahí donde Miguel va abandonando su apatía, acaso donde empieza a cruzar el “río del olvido” que la joven interpretada por Diana Gómez le muestra en un momento de la película.

Es también ahí en un caserón de Portugal, visitando a una vieja amiga, donde se desvela el pasado oculto de Miguel, la llaga de su malestar. No hay necesidad de inventarse escenas explicativas o molestos flashbacks. Con inteligencia, un teatrito de títeres “pone en escena”, ocupando todo el plano, la historia del hombre abandonado. El reflejo de la realidad o la realidad del reflejo. En ese limbo por el que transita la existencia de Miguel es donde se disputa el misterio y la magia de Las altas presiones.