Ilustración: Luis Parejo

¿Qué libro tiene entre manos?

Desfile de ciervos, de Manuel Vicent.

¿Qué libro abandonó por imposible?

Muchos. Más de los que he llegado a terminar. La lectura es algo hipnótico, y si no consigues ese estado de enajenación en las primeras páginas, puede ser una tortura.

¿Con qué artista le gustaría tomar un café mañana?

Café, copa y puro con Caravaggio.

¿Recuerda el primer libro que leyó en su vida? ¿Y qué película fue la primera?

No lo recuerdo bien. Pudo ser Mary Poppins o alguna otra de Disney. Mis padres abrieron la primera librería en Durango y nuestra casa se fue llenando de libros hasta desahuciarnos. Recuerdo con especial interés los libros de arte con sus ilustraciones tan bonitas. De lo que también me acuerdo es del primer libro que compré con mis propios medios. Fue La ciudad y los perros de Vargas Llosa.

¿Cuántas veces va al teatro al año?

Dos o tres veces. Menos de las que quisiera.

Cuéntenos la experiencia cultural que le cambió su manera de ver la vida.

Seguramente, la lectura de Shakespeare y, sin duda, el cine, esa gran escuela de la vida real e imaginaria.

¿Cómo leer el arte antiguo en clave contemporánea?

No tenemos otra forma de hacerlo. La única perspectiva posible de relación con el pasado es desde nuestro presente. Resulta extraordinario comprobar que en el actual imperio de la cultura visual sigamos interesados por las formas de representación del arte antiguo.

¿Cuál ha sido la última exposición que ha visitado? Ejerza por favor de crítico, en dos o tres líneas.

La bella exposición organizada por João Fernandes sobre Carl Andre en el Palacio de Velázquez y el Reina. El arte después de la guerra se defiende poniéndose “cuerpo a tierra”. Sólo un artista norteamericano puede ser tan irrespetuoso con la tradición como radical en la forma.

¿Qué cambiaría del mundo del arte si pudiera?

Su sumisión al imperio de la moda, que no es más ni menos que la sumisión al mercado.

¿Se ve dirigiendo otra pinacoteca, más allá del Prado?

Después de 13 años, aspiro a seguir dirigiendo el Museo del Prado, que para mí es “el más allá”.

¿Si existiera de nuevo el Salón des refusés, a qué artistas invitaría?

Haría hueco a los “antimodernos”, a Miquel Barceló y algunos otros artistas resistentes que siguen pensando que la pintura y la escultura tienen algún futuro. Los veo como unos auténticos maquis.

¿Qué música está escuchando? ¿Es de iPod o de vinilo?

La lastimosa voz de Bob Dylan en ese noctámbulo homenaje a Sinatra que es Shadows in the night. En CD. Uno de mis hijos me dijo que el disco estaba estropeado, que sonaba fatal. ¡Forever young!

¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?

Sí, claro. Me gusta mucho leer a la gente que es independiente y escribe bien sobre arte. Da igual que sean expertos o no. La crítica especializada es otra cosa, demasiado gremialista y muchas veces pedante. Para mí, el mejor crítico de arte español de todos los tiempos sigue siendo el Padre Sigüenza.

¿Es usted de los que recela del cine español?

No. Hace poco repusieron en televisión Surcos. Me quedé con la boca abierta.

Una obra de teatro que le dejara clavado en la butaca...

Al final de mi infancia, Esperando a Godot interpretada por un grupo de teatro independiente que vino a mi pueblo. Pasar de Disney al absurdo fue realmente impactante.

¿Cuál es la película que más veces ha visto?

El Padrino I y II de Coppola. Alguien dijo que es la Capilla Sixtina del siglo XX.

¿Qué libro debe leer el presidente del Gobierno?

El Quijote. Sigue estando todo allí.

Regálenos una idea para mejorar la situación cultural de nuestro país.

Reformar la Constitución para que diga que el acceso a la cultura, además de un derecho, es una responsabilidad de todos los españoles. Mientras la sociedad no sienta esa responsabilidad, la cultura seguirá siendo algo prescindible y cuestionable entre las prioridades de los políticos.