Javier Rodríguez Marcos.

El poeta y periodista publica su cuarto poemario, Vida secreta, donde confirma su visión materialista de la literatura.

Dice Javier Rodríguez Marcos (Nuñomoral, Cáceres, 1970) que hay dos tipos de poetas: los que deslumbran (San Juan de la Cruz, Lorca, Claudio Rodríguez) y los que alumbran (Fray Luis de León, Cernuda, Gil de Biedma). "Los primeros forman parte de una tradición de trapecistas; los segundos, de peatones", opina. El periodista y poeta, que acaba de publicar su cuarto poemario, Vida secreta (Tusquets), los admira a todos, pero prefiere caminar por las aceras de lo tangible, como los segundos. Quizá por eso escribió en la colección Poética y poesía de la Fundación Juan March que cada vez le daba más vergüenza usar en los poemas palabras que nunca usaría en una conversación. Su objetivo es acercar el lenguaje de la literatura al de la oralidad. Y, de paso -explica al otro lado del teléfono-, dar valor a lo que el italiano Umberto Saba llamaba palabras trilladas: la rima "flor-amor" y similares.



Pregunta.- La reflexión sobre el lenguaje es recurrente en su poesía y la encontramos de nuevo en poemas como "Zoología". Escribe en él que las palabras "lo tiñen todo / con sus colores pardos, / con su mascar nervioso".

Respuesta.- Este afán metapoético es una manera de estar alerta para que no se cuelen demasiados lugares comunes, tópicos y ciertos adjetivos eternamente pegados a los mismos sustantivos. Es deformación profesional de poeta y periodista, en el pecado va la penitencia.



P.- Vida secreta es la revisión de su pasado. Por una parte está su infancia rural en Extremadura y por otra, una vida adulta en grandes ciudades como Roma, Barcelona y Madrid.

R.- Sí, en este poemario es muy importante el contraste entre un mundo rural que está desapareciendo tal y como lo conocí y una modernidad urbana mucho más vertiginosa y descarnada.



P.- ¿La manifestación de ese contraste es un llanto por la tradición perdida?

R.- La cultura siempre se ha movido a favor o en contra de la tradición, pero ahora se mueve al margen de ella. Esto es muy interesante, pero también produce mucho frío. Cuando se va contra ella, al menos se le da un valor. Ahora ni eso.



P.- No obstante, hay en Vida secreta más ironía que nostalgia, y con ella aborda la estetización del campo, el tópico del locus amoenus, la novela pastoril, y hasta la Arcadia, uno de los mitos en los que se basa nuestra cultura y cuya llanura hoy preside "la chimenea grávida / de una esbelta y rotunda / central térmica: ejemplo / de proporción. Ahora / les toca a los poetas / sacar sus conclusiones".

R.- Volviendo al símil del principio, los poetas que deslumbran podrían identificarse también como los poetas de la analogía, es decir, los que piensan que entre las palabras y las cosas hay una relación natural, mientras que los que alumbran son poetas de la ironía, los que creen que la relación existente entre las palabras y las cosas son fruto de una convención artificial. Y en esta corriente me sitúo yo.



P.- Se confiesa un poeta materialista. ¿Descreído, quizá?

R.- No creo en la trascendencia. La poesía ha heredado muchos tics de la religión e incluso poetas ateos manejan conceptos como creencia, fe e iluminación. Yo reivindico el realismo, por muy difícil que sea trasvasar la realidad a la literatura. El reto está en encontrar lo poético en cuestiones prosaicas:



"Es así, la belleza

se mide por milímetros.

Igual que el hielo quiere

ser sólo agua corriente,

la belleza se mide por milésimas

de segundo, por micras.

No por eternidades.

No en toneladas, grandes

cumbres, espacios

que sobrecogen. Siempre

se resuelve en la foto

finish, no en lo sublime. Nunca."



@FDQuijano