Image: Gregory Kunde

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El Cultural

Gregory Kunde

"La ópera no es cine, ha de primar la voz sobre la imagen"

22 septiembre, 2015 02:00

Gregory Kunde en los ensayos de Roberto Devereux. Foto: Javier del Real

El tenor estrena hoy en el Teatro Real Roberto Devereux, de Donizetti

Tras dos resurrecciones, Gregory Kunde ha alcanzado la cúspide de su carrera, con 61 años. La primera fue vital: en el 94 se rehízo de un cáncer de testículos. La segunda fue profesional: hace una década se dio cuenta de que su voz ya no estaba en condiciones para afrontar el bel canto, su registro habitual. Buscaba un retiro en alguna universidad como profesor. Pero entonces vino Verdi a darle una nueva oportunidad. Aupado sobre el compositor italiano mutó en tenor spinto y ahora campea en los escenarios líricos de mayor alcurnia. En España, esta temporada, no se dejará ninguno sin hollar: Teatro Real, Liceo, Maestranza, Palau de les Arts... Hoy estrena en el primero Roberto Devereux, de Donizetti.

Pregunta.- ¿Qué destacaría de esta producción de Roberto Devereux?
Respuesta.- Alessandro Talevi es uno de los jóvenes directores de escena que realmente se preocupa y entiende de música. Se conoce el libreto de memoria, cada palabra. No plantea un montaje tradicional o historicista. De hecho, el vestuario es ambiguo. No puede adscribirse a ningún periodo, ni moderno ni de época. Y la puesta en escena es límpida y directa.

P.- Es curioso que el papel del Conde de Essex se lo reparta con Ismael Jordi, una voz muy dispar de la suya.
R.- Tenemos un color diferente, sí. También es mucho más joven (ríe). Le he estado escuchando en los ensayos y su voz es muy bella. Son dos modelos de Devereux que funcionan.

P.- ¿Siente que cantando como tenor spinto fuerza más la 'máquinaria' vocal?
R.- No ya. Me he aclimatado a mi nueva tesitura con naturalidad. Estoy muy cómodo en Verdi y pronto acometeré Manon Lescaut, mi primer gran Puccini de verdad. He esperado 30 años para llegar a este repertorio. Reconozco también que cantar Puccini o Donizetti me agota mucho más que Verdi. Son muy exigentes vocalmente. Te obligan a mantenerte más tiempo en zona alta de tu voz. Pero, por ejemplo, afrontar óperas como Devereux compensan por su magnífica escritura.

P.- ¿Tiene intención de 'entrarle' a Wagner?
R.- Es una cuestión que me persigue. Wagner es muy especial compositor para un tenor: muy exigente y en cierto modo es un laberinto en sí mismo, en el que puedes quedar atrapado y no poder volver a tu repertorio habitual, en mi caso el italiano. Eso me asusta un poco: la imposibilidad de regresar de sus dominios. No me da miedo cantarlo, me siento capaz de hacerlo pero supondría ese riesgo. Diría que puedo pero no estoy preparado. Esa es la paradoja. Además, llevo cinco años en el universo verdiano y quiero seguir profundizando en él. Quizá más adelante pueda hacer Lohengrin, no sé, veremos.

P.- ¿No se ha planteado alquilar una casa España? Se va a pasar por aquí buena parte de la temporada.
R.- Bueno, quizá en Valencia. Allí empiezo este año un proyecto en el Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo. Davide Livermore me ha llamado para ejercer como mentor de los alumnos. Impartiré una serie de lecciones magistrales.

P.- ¿Qué diferencias ve entre los cantantes jóvenes de hoy y los de su generación?
R.- Ellos parecen muy bien preparados pero, en mi opinión, van demasiado rápido. Hoy ves cantantes de 16 años en el escenario. Yo no empecé a cantar profesionalmente hasta los 23. Esto es un largo camino. Hoy si tienes 30 años y no has cantado en algunos de los grandes teatros tu carrera se considera un fracaso. Yo recuerdo que estuve haciendo de comprimario los diez primeros años de mi carrera. Fue un gran aprendizaje. Hoy no se curten a fuego lento. También hay que decir que cuando yo empecé en este mundo éramos cuatro. No había tanta competencia. Hoy lo frustrante es que ves a muchos jóvenes con un gran nivel que no tienen la más mínima oportunidad. Es muy difícil ganarse la vida cantando. Frustrante y triste.

P.- ¿Lo de esta temporada tan española es casualidad o algo deliberado?
R.- Bueno, España es muy importante. Cuando cambié de tesitura mi primer gran éxito fue en La Coruña, con un Guillermo Tell dirigido por Zedda. Aquel concierto me puso en el mapa como tenor spinto. Luego también fue muy importante cuando hice Otello en Valencia con el maestro Mehta. Desde entonces los teatros españoles empezaron a llamarme regularmente. También es importante porque fue tras terminar mis funciones en la Zarzuela L'italiene in Algerie cuando me fue diagnosticado el cáncer. Y lo primero que hice, tras recuperarme, fue cantar Otello, también en la Zarzuela.

P.- ¿Cómo le afectó a la voz el cáncer?
R.- Esto es duro. La quimioterapia mata todos los glóbulos rojos. Las cuerdas vocales se debilitan. Me recomendaron que no cantara, e incluso que no hablara demasiado durante el tratamiento. Cuando terminé, fui al doctor y, para su sorpresa, comprobó que tenía las cuerdas muy frescas. Como las de un niño, me dijo. Cuando regresé mi voz no había cambiado, sólo había ganado frescura. Mi voz se empezó a expandir cinco o seis años atrás, y fue cuando di el salto del bel canto a Verdi.

P.- ¿Diría que está en el mejor momento de su carrera?
R.- Sin duda, es un renacimiento. Nunca lo hubiera imaginado. Hace unos 10 años, cuando dejé el belcanto, pensaba que estaba acabado. De hecho, empecé a buscar un puesto de profesor en alguna universidad. Lo de ahora es casi un sueño.

P.- Es muy crítico con el culto a la imagen en la ópera. ¿Cuáles son los efectos perniciosos de esta tendencia?
R.- En los últimos años existe una tendencia que creo muy equivocada: se piensa que para atraer al público joven hay colocar sobre el escenario a cantantes jóvenes y guapos. Pero esto no es cine. No se trata de fichar a Nicole Kidman. Lo priotario es escoger buenas voces. Pero ahora molestan hasta las arrugas de los cantantes. Eso es lamentable. La ópera no requiere el realismo del cine, de siempre ha sido la suspensión de la veracidad. Si nos rigiéramos por ella, no habríamos visto a Montserrat Caballé en la piel de Mimí, una mujer consumida. Hoy es una de las interpretaciones históricas. Igual que la primera retransmisión del Met, en 1977: una Bohème con Pavarotti y Freni. A sus cincuenta y tantos era difícil creer que fueran jóvenes bohemios pero ¡qué importaba: eran los mejores del momento!

P.- ¿Qué futuro le augura a la ópera? ¿Teme una desconexión total con el público joven?
R.- Yo no tenía ningún interés en la ópera. Pero a los 19 años, cuando estaba estudiando en la universidad en Viena, un amigo me propuso ir. En principio, me negué (tenía el prejuicio de que la ópera era algo muy aburrido) pero al final me convenció. Aluciné desde el loggione. A los 30 segundos, estaba ya con la boca abierta. Le preguntaba a mi amigo: pero ¿dónde están los micrófonos? Me parecía increíble lo bien que se escuchaban las voces delante de una orquesta con 80 músicos. Así que en algunos casos no está de más forzar a alguien a hacer algo hacia lo que siente un prejuicio. A veces funciona y cambia la perspectiva. La ópera no está muerta, quien lo asegure no sabe de lo que está hablando o es una excusa.

@albertoojeda77


Kunde, renacer y campear en España

Gregory Kunde no descarta alquilarse una casa en España: quizá en Valencia, donde ejercerá como mentor en el Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo. Y es que su periplo esta temporada por aquí aparece cargado de escalas. Acaba de bajarse del escenario del Palacio de Ópera de La Coruña, donde ha encarnado a Manrico en Il Trovatore. Estos días acomete al Conde Essex en Roberto Devereux en el Real. En octubre se dejará ver en la Maestranza de Sevilla en un Otello bajo la batuta de Pedro Halffter. En noviembre reincide con Devereux en Bilbao. En enero descorchará una versión concertante de Otello en el Liceo. Al mes siguiente, vuelve a Puccini y a Bilbao con un montaje de Manon Lescaut, y empieza su intensiva estancia en el Palau: Sanson y Dalila e Idomeneo (abril). Entre ambas citas, dirigirá un recital belcantista en su sala Martín i Soler.

A sus 61 años, tras mutar de tenor ligero a spinto y superar un cáncer, el cantante estadounidense se ha instalado en la cúspide de su trayectoria. "Es un renacimiento. Casi un sueño", explica a El Cultural. No es para menos: primero salvó su vida, luego su voz y por último su carrera. Tras dejar el bel canto, se veía como un cantante acabado. "Hace diez años empecé a buscar un puesto de profesor en alguna universidad", reconoce. Pero Verdi le ha propulsado de nuevo. ¿Hasta desembocar en Wagner? El laberinto lírico del gigante alemán le intimida y a la vez le tienta. Rumia hacer pie algún día en Lohengrin. Veremos.