Todavía continúa de gira de forma esporádica con su exitoso monólogo Novecento, que "es tan bueno que no me lo cargo ni yo", que volverá al Teatro Maravillas el próximo marzo, pero Miguel Rellán (Tetuán, 1943) no quería perderse la oportunidad de subir a las tablas un clásico como Ninette y un señor de Murcia. Una llamada del también integrante del reparto Javier Mora le puso la miel en los labios, y cómo el mismo dice, "aquí nos tienes a todos". Ya llevan una larga gira que les ha llevado por buena parte de la geografía española y este jueves debutan en el Teatro Fernán Gómez donde recalarán durante un mes con la historia del viaje que lleva al normalito Andrés (el señor de Murcia), a París y que tendrá un desenlace totalmente inesperado. Al menos para él.
Pregunta.- Usted ya está acostumbrado a prácticamente todo, pero ¿cómo sienta un peso pesado como Mihura?
Respuesta.- Es indudablemente un clásico del s. XX. Esa trilogía que forman Maribel y la extraña familia, Tres sombreros de copa y Ninette y un señor de Murcia, son tres títulos que estarán reponiéndose in eternum. Porque "los clásicos", como decía Italo Calvino, "lo son en la medida en que nunca terminan de decir todo lo que tienen que decir", por eso se sigue tocando la 5° Sinfonía de Beethoven y se sigue representando Ricardo III. Ninette y un señor... habla del ser humano, de unos españolitos de los años sesenta si se quiere, pero las miserias del ser humano, siguen siendo las mismas. Allí había pesetas y no había móviles, pero en el fondo seguimos siendo los mismos.
P.- ¿Qué hay en esta obra del humor característico de Mihura?
R.- La obra ya empieza con un contraste casi berlangiano, un señor que regenta una tienda de artículos religiosos cobra una herencia y decide ir a correrse una juerga a París. Ahí entra en juego la habilidad del autor, que es capaz de con cinco personajes y ese argumento, empezar a retorcer de tal manera las situaciones hasta el punto de que nos lleva a preguntarnos cómo va a salir el guionista de esa situación en la que ha metido al personaje. Es un humor verdaderamente delirante y absurdo, que firmarían Tip y Coll, y que es una de esas cosas que nos gustan a todos. Aunque a veces la gente dice "nos hemos reído muchísimo, pero de pronto me he preguntado, de qué me estoy riendo". Y es cierto, porque muchas situaciones, si uno se pone a pensarlas, maldita la gracia que tienen. Un poco en la línea de Berlanga y Billy Wilder en películas como Con faldas y a lo loco o Bienvenido Mr. Marshall.
P.- Porque la obra también aborda temas espinosos de la época, de esos años sesenta tan grises en España.
R.- Justo. Como yo digo, entre col y col, lechuga. Con el pretexto del humor, que es el vehículo más rápido para decir una serie de cosas, Mihura aprovecha para dar sopas con honda a diestro y siniestro. Y entonces fustiga la represión, la grisura de aquella época, la mediocridad, y a la vez la miseria del ser humano. Todos los personajes son unos pequeños miserables, todos mienten como bellacos. Además pone en solfa una cosa que a mí me parece muy importante, que es la dificultad que tenemos los seres humanos para hacer coherente lo que decimos con lo que hacemos. Alrededor de una taza de café somos todos estupendos, pero cuando nos levantamos y llega la hora de la verdad...
P.- Precisamente en este aspecto destaca su personaje Pierre, el padre de Ninette.
R.- Pierre es el epítome de esta incoherencia. Es un político radical antifranquista, que por como habla nos hace pensar que el Che Guevara es una monja a su lado, pero a la hora de demostrarlo de verdad elude el compromiso y se muestra más acomodaticio.
P.- Otra cosa que llama la atención es la crítica que hace Mihura de la visión que se tenía en la época del extranjero como algo casi mítico y del exiliado como una figura exitosa.
R.- El exilio siempre es una faena. Solamente lo sabe bien el que de verdad ha estado exiliado. Estudiando el personaje de Pierre me di cuenta de que es un poco patético en el sentido de que lo principal que quiere es que le hagan caso, por eso mete esos discursos que mete, y por eso toca la gaita. Sólo reclama atención. Es uno de esos emigrantes que critica España con la boca pequeña diciendo "hay cosas que yo no tolero, si vuelvo me van a oír, yo por ahí no paso", pero en el fondo todo es mentira. Cuando llega la hora de la verdad dice, "yo me voy a Murcia, que hay mucha fruta, y mi hija se casa", y se acabó.
P.- Como se reinterpreta una historia tan conocida, con dos versiones en el cine y varias en teatro, que aporta esta nueva versión.
R.- El propósito de César Oliva (que por cierto es de Murica, todo queda en casa) y de los actores es precisamente no variar el espíritu de Mihura. No es una versión, el texto está tal cual y no se ha tocado ni una coma. No creo que haga falta reinterpretarla como hace la gente en general cuando coge clásicos y los representa en pelotas, en bicicleta, o con un ramo de alcachofas en la mano. Normalmente son ejercicios estéticos gratuitos frente a los que dices ¿por qué? ¿Por qué tanto artificio? El montaje es convencional y esto consiste en hacerlo en serio. Intentar hacer Mihura de otra manera distinta a como él pretendía no tiene sentido.
P.- Ha trabajado mucho en cine, en televisión, pero los actores que llevan en esto toda la vida siempre terminan volviendo al teatro. ¿Por qué?
R.- A mi desde luego es lo que más me gusta porque el cine es el arte del director. En el cine el trabajo del actor lo terminan en la sala de edición, en el montaje. Te puedes encontrar con que han desaparecido secuencias enteras. Pero el teatro es el arte del actor. Además paradójicamente el teatro es la convención más grande del mundo, se sientan unos señores se apagan las luces y empieza una cosa que todos sabemos que es mentira. Pero resulta que sale un señor y dice cosas divertidas y te ríes, de pronto se pone serio y luego se arrodilla y empieza a llorar. Y tienes a diez metros de ti a un ser humano llorando de verdad. Con eso no hay quien pueda, ni efectos especiales ni nada. El teatro es el arte del futuro.