"Quería poner en duda la fijeza de la memoria"
Publica Fosa común (Random House), una novela dividida en tres partes con estilos diferentes que giran en torno a un macabro parricidio cometido por un militar en las últimos años del franquismo.
Javier Pastor (Madrid, 1962) ha tardado más de seis años en regresar con una nueva novela tras el buen sabor de boca que dejó con la anterior, Mate jaque. En esta ocasión parte de un suceso que aconteció durante su adolescencia en Burgos y que le pilló apenas de manera tangencial pero que dejó una profunda huella en su memoria. Se trata del caso de la familia Moradillo, un espeluznante parricidio cometido por un militar en la misma barriada en la que vivía Pastor con sus padres en el mismo año en el que moría Franco. En Fosa común (Random House), título de esta novela, Pastor divide el conjunto en tres partes con estilos diferentes, casi tres nouvelles independientes que sin embargo generan un conjunto perfectamente hilvanado. En la primera parte, narrada en tercera persona, el protagonista, el adolescente Jaime Arzain descubre el amor, el sexo, la amistad, la música o la literatura en una ciudad de provincias castrense mientras el país asiste al desmoronamiento del franquismo. En la segunda parte, utilizando la segunda persona, Pastor nos cuenta el regreso de un Arzain maduro a esta ciudad para enfrentarse a sus fantasmas. Y, por último, en primera persona, Pastor realiza una exhaustiva investigación sobre el caso referido anteriormente, tan solo mencionado someramente en las dos partes precedentes.
Pregunta.- ¿Por qué se decidió a indagar en el caso de la familia Moradillo?
Respuesta.- Eramos vecinos cuando ocurrió el suceso. Mi padre era militar y vivíamos en la misma barriada que ellos, estuvimos allí hasta el 77 y esto ocurrió a finales del 75 y de algún modo se me quedó enterrado en esa fosa común de la memoria. Hace unos años este asunto volvió a salir a la superficie de una manera un tanto misteriosa y me surgió la idea de contextualizarlo en una narración más amplia. Pensé en el último curso que había pasado en Burgos como elemento generador de la trama, ya que me permitía trasmitir esa sensación de desarraigo que sentí al abandonar la ciudad y verme obligado a dejar atrás a los primeros amigos serios, a las primeras novias y a ese tipo de relaciones y experiencias. A partir de ahí concebí una vuelta sobre ese pasado, no tanto física como mental que se cerraba con la investigación periodística acerca del asesinato múltiple. Además quería que la historia pasará por la tercera, la segunda y la primera persona, esta última como una síntesis de las otras dos.
P.- ¿Podríamos decir que el caso de la familia Moradillo fue la chispa que encendió el motor de este libro?
R.- De algún modo sí aunque no podría decirlo con precisión. El comienzo de un libro suele ser como una especie de amalgama en la que es difícil determinar cual es el impulso inicial. Pero sí que estaba ese humus inicial, sin ninguna duda. Estaba la semilla enterrada porque ocurrió a 20 metros de mi casa y porque conocía a la hija mayor de la familia, era compañera mía de clase en el colegio y una presencia familiar en la barriada.
P.- ¿Siempre tuvo claro que las tres partes del libro formaban una unidad?
R.- Vino dado por el desarrollo, por la escritura. Lo que son mis novelas una vez acabadas normalmente tiene poco que ver con el embrión inicial, que sufre una considerable cantidad de modificaciones. Uno puede tener una idea más o menos precisa o más o menos difusa de lo que quiere escribir pero hasta que no se pone a ello no se da cuenta de los problemas que acarrea el proceso, de lo que va a tener que resolver y de que manera se va a estructurar lo que va escribiendo. Así fue apareciendo ese viaje de la tercera a la primera persona y ese visión primero de pasado, después de presente y después de pasado sobre presente. Mi primera novela, Fragmenta, fue un intento de coordinar cinco relatos independientes en una unidad superior, en una novela. En Fosa común afronte las tres partes de manera independiente aunque estableciendo determinados vínculos entre unas y otras pero supongo que vuelve a ser una exploración de como tres nouvelles se pueden articular en una unidad superior.
P.- ¿Cuál fue el motivo para que un caso tan espeluznante pasara casi desapercibido en la época?
R.- Entrevisté para el libro al general que había sido el joven teniente fiscal encargado del caso en su momento y le pregunté a bocajarro si no creía que había habido censura. La situación general del país en aquel momento estaba extraordinariamente crispada. Acababan de acometer las cinco últimas penas de muerte que firmó Franco, los dos etarras y los tres miembros del FRAP, y España se encontraba en una situación delicada en cuanto a opinión extranjera. Además a Franco le quedaban dos telediarios y nada invitaba a aventar un caso en el que estaba implicado un militar y su arma reglamentaria. Mi opinión es que hubo censura pero este militar me aseguró que en absoluto la hubo, que no había recibido ningún tipo de presión y que sencillamente se había sobreseído el caso de manera más o menos automática por muerte del asesino. Sin embargo, Martín Serrano, redactor jefe del Diario de Burgos me confesó explícitamente que desde parámetros periodísticos actuales un suceso de esta envergadura nunca habría quedado en simple noticia. No sé de donde vinieron las presiones y como se ejecutaron pero resulta sospechoso o más bien sumamente coherente que se silenciara a la vista de cual era la situación en ese momento.
P.- Hay dos instituciones que no salen bien paradas en el libro: la Iglesia y el ejercito. ¿Qué generaba en un adolescente la influencia de ambas en un lugar como Burgos?
R.- Era algo realmente opresivo pero encontrábamos la manera de divertirnos.
En el libro nunca se menciona el nombre de la ciudad en la que trascurren los hechos, que es Burgos. Mi objetivo era que cualquier persona que hubiera vivido de manera más o menos consciente aquellos años pudiera extrapolar el relato a su propia ciudad. Una de las satisfacciones que me ha dado la circulación de la novela es de hecho que me haya venido gente de sitios diferentes, desde Palencia a Vitoria, a decirme que esa idea de ciudad en la que la sotana y el uniforme formaban parte de la vida cotidiana era bastante común.
P.- Hay un gran contraste por ejemplo entre la intención de la música que escuchan estos adolescentes y la opresiva influencia de estas instituciones...
R.- La música era indudablemente una de las fugas de la vida de un adolescente de la época pero también la lectura, a pesar de que no podías leer ni escuchar todo lo que querías. Eran modos de evasión apasionados dado que la escasez y la estrechez económica tampoco te permitía estar adquiriendo libros o discos cada dos por tres. Además, en este libro la música cumple una función marcadamente cronológica. No tenía pretensiones de escribir una novela social o histórica por lo que me veía obligado a restringir los pasajes de ese tipo. Por eso la música que aparece en el libro, que salió estrictamente antes de julio del 77 que es cuando termina la primera parte, era una forma eficaz de retrotraer a esos tiempos que no resultara excesivamente sociologizante.
P.- Parece indicar, sobre todo en la segunda parte, que nuestra memoria está en gran medida influida por ficciones que creamos nosotros mismo...
R.- Si, recordar es crear una ficción. Siempre intentamos dotar de sentido a los recuerdos que queremos reproducir, aunque estos recuerdos no lo reclamen. Sabemos por cuestiones neuro-psiquiátricas que los recuerdos no son entes inmóviles y fijados sino que cada una de nuestras rememoraciones implica una distinción respecto a la anterior. Cada vez que recordamos estamos inventando o reinventando. Esta novela pone en duda la fijeza de la memoria y apunta a que la memoria es inevitablemente ficción siempre que uno intente restaurarla.
P.- ¿Cómo se relaciona nuestro país con su memoria, con su pasado?
R.- España se relaciona mal con su memoria en un doble sentido. Primero como pasado porque por parte de cierta facción política ha habido un deseo de que haya cosas que se cierren absolutamente para siempre. Las razones para ello son variopintas, no solo porque en la derecha española se haya perpetuado una parte nada desdeñable de apellidos del franquismo en política pero también en finanzas, empresa o banca. También está el argumentito, cuando hablamos de la Ley de Memoria Histórica o de las fosas comunes de la guerra, de que es mejor no meterse a ello porque puede desenterrar viejos rencores y odios, lo que es una estupidez interesada. .Y después una mala relación con la memoria en los planes educativos, innumerables en los últimos 20 o 30 años. La relación de España con su memoria es bastante pésima.