María Folguera
La escritora publica Los primeros días de Pompeya, una novela crítica y divertida en torno a los años más duros de la crisis en Madrid.
Pregunta.- ¿Es una novela en la que el vaso esta medio lleno o medio vacío?
Respuesta.- La verdad es que ha generado mucho desconcierto. Creo que el final es abierto y no se decanta por ninguno de los dos lados. Hay un deseo muy fuerte de luchar contra la realidad a través del arte y del relato y de la construcción de la ficción pero, a la vez, hay una aceptación de que siempre va a ser una lucha fallida contra lo cotidiano y lo real. Nunca vamos a traspasar el ámbito de la ficción cuando queremos intervenir y cambiar el mundo a través del arte, porque al final, este siempre fracasa.
P.- ¿Cuál es la relación entre Pompeya y Madrid?
R.- Me interesaba relacionar las dos ciudades porque Pompeya es una paradoja; está más viva que nunca porque murió en un día, y como está congelada en su muerte, la sentimos viva. Madrid es todo lo contrario; es la ciudad que sobrevive una y otra vez a pesar de que la intenten ignorar, acorralar y destruir. Siempre se habla de la vitalidad de Madrid. Con Euro Vegas se pretendía un proyecto que alteraba profundamente su identidad; se quería convertir en una especie de Pompeya, ciudad frívola, de casinos, vacaciones… Aunque afortunadamente el proyecto no salió adelante. Me encantaría que existiese un género de ficción que tratara en profundidad este tema.
P.- Da la sensación de que no conocemos a la protagonista porque no tiene nombre. ¿Quién es realmente ella? ¿Hay tintes biográficos en el personaje?
R.- Sí, hay una conexión biográfica con la protagonista. No he querido ponerle nombre para conservar el misterio y que no me absorbiera por completo. He tomado elementos de mi vida para construir este personaje, pero también para construir el de Adriano. No hay una identificación plena con ella.
P.- El tono de tristeza, inconformismo, el sentimiento de impotencia ante la crisis que nos toca vivir y que no podemos controlar, ¿se ve reflejada?
R.- Si, trabajo en el ámbito del teatro y de las artes escénicas y al igual que ella, estoy cerca de esa vivencia. A menudo, la gente de las artes escénicas pecamos de un exceso de victimización, pero es cierto que uno mismo escoge esa fragilidad para vivir. Además, te apetece intervenir en la realidad y ves que no lo consigues. Comparto esa tristeza, ese sentimiento de fracaso a la hora de negociar con el poder y cómo al final acabas a su servicio, convirtiéndote en una especie de portadora de pétalos de los victoriosos, que es lo que le pasa a ella.
P.- Pero a la vez, existe ese sentimiento contradictorio y es que a la protagonista le gusta Madrid. Malvive pero no se quiere marchar, tantea la idea de emigrar por obligación.
R.- Madrid es una ciudad de una vitalidad sorprendente incluso para los que vivimos en ella. Es muy querida, muy amada y muy trabajada, por vocación, en el sentido de enriquecerla. Hacemos propuestas desde Madrid para Madrid, pero estas son invisibilizadas, aunque creo que esto está cambiando. Han sido unos años muy duros desde el punto de vista político. De pronto la ciudad se ha visto empobrecida a todos los niveles y sin propuestas desde la política. Han sido unos años de resistencia. Por una lado me quería marchar pero a la vez había algo que me comprometía con la ciudad.
P.- ¿Qué ocurre en España entre la cultura y la política?
R.- Creo que en España se ha cultivado desde hace siglos una relación, sobre todo con las artes escénicas, de ostentación de poder. Ha surgido cuando ha habido interés desde el poder en festejar, en conmemorar hazañas y logros desde el siglo de oro y hasta hoy. Se ha cultivado desde el punto de vista de la propaganda, no desde el punto de vista cotidiano, cívico, enriquecedor, de cultivo individual...
P.- ¿Vivimos hoy en día en una constante performance a través de las redes sociales?
R.- Sí, creo que somos la primera generación u hornada que estamos en las redes sociales, nos encontramos en un punto muy ingenuo que a veces hace que nos secuestren en nuestro propio uso de las redes, porque no las sabemos manejar. No nos damos cuenta de hasta que punto nos exhibimos, nos vendemos.
P.- La novela se contrapone constantemente entre la facilidad del personaje de Hannah, extranjera, capaz de encontrar la inspiración en todo lo que la rodea; y la dificultad de la protagonista para comenzar un proyecto, que busca excusas para posponerlo. ¿Cómo se relacionan estos dos tipos de perfiles?
R.- El personaje de Hannah tiene un tratamiento un poco mítico. La protagonista la ve con ojos de admiración y de un poco de distancia y, ciertamente, los adjetivos o elementos que le pongo tienen algo de diosa. Hannah es lo optimista de la novela. Es una mujer madura, quería abrir la posibilidad de que estas dudas y miedos de la protagonista pudieran evolucionar en la madurez, que se alcanza una tranquilidad y una lucidez. A parte, me he tomado una licencia y es que el personaje de Hannah está basado en una performance americana de los años 70 Hannah Wilke, a la que he resucitado y traído a Madrid para que guíe a la protagonista, que se convierte en su esperanza e inspiración.
P.- ¿Habrá una tercera novela?
R.- Sí, me gustaría que lo próximo estuviera entre el ensayo y la biografía sobre los mitos de la escritura y cómo nos guían o influyen a la hora de vernos a nosotros mismos y de trabajar.