Rafael Reig

Presenta en la Feria del Libro, que se inaugura hoy, su nueva novela, Señales de humo. Manual de literatura para caníbales I.

Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) atiende a El Cultural por teléfono desde Fuenfría, la librería que regenta en Cercedilla. Mañana, y también el domingo, baja desde esta localidad de la sierra madrileña a la capital para presentar en la Feria del Libro Señales de humo. Manual de literatura para caníbales I (Tusquets). "En la feria me encuentro siempre muy cómodo porque ni tengo mucho caché ni soy un autor muy famoso y siempre firmo acompañado, como si fuera de viaje en el vagón de un tren", explica el escritor. "Sin embargo ahora me parece un poco larga, no tanto en días como en casetas. Antes se recorría en un rato, ahora hay una infinidad de librerías generalistas en las que siempre hay más de lo mismo".



Desde luego su nuevo libro no responde a esa definición. Señales de humo es la primera parte que completa el Manual de literatura para caníbales que publicó hace diez años. Si en aquel se zambullía en la historia de la literatura española desde la Ilustración a nuestros días, aquí aborda el período que va desde la Edad Media a la muerte de Lope de Vega en 1635. Sin embargo no nos encontramos ante un simple manual, como tampoco lo era su predecesor. Reig utiliza los mecanismos de la novela para dar una visión gamberra y muy personal de la creación de la ficción narrativa moderna y de la lucha entre la cultura popular y los intelectuales, que llega hasta nuestros días. Y para ello utiliza a un catedrático de literatura que cuenta con la ventaja (o la maldición) de viajar en el tiempo.



Pregunta.- En Señales de Humo se compara a los libros de texto con la bollería industrial. ¿Estamos ante una impugnación de la literatura como objeto de enseñanza escolar?

Respuesta.- No soy muy partidario de la enseñanza escolar de la literatura. La asignatura que se imparte hoy trivializa y procesa demasiado. En eso se asemeja a la bollería industrial, que utiliza mucho azúcar y le quita proteínas. Además, desde mi punto de vista, se enseña justo al revés de como debería enseñarse, utilizando el concepto de progreso en el arte. Empezamos con el Cantar de Mío Cid y solo al final del bachillerato se llega a la literatura contemporánea. Esto provoca el desinterés de los alumnos que piensan que, por ejemplo, el Cantar de Mío Cid es más simple que cualquier novela que salga este año, que el producto acabado es lo que se está haciendo ahora. Pero esta obra tiene una complejidad que ya quisieran los libros que se publican en la actualidad. La literatura debe enseñarse justo al revés, empezando por el último libro que haya leído un chaval y diciéndole de dónde viene, remontando el río hasta el final. Con suerte, después de un bachillerato de lecturas que siga este modelo, el alumno llegará a leer y disfrutar La Celestina o el Cid. El resultado del método actual es el contrario, los alumnos detestan estas obras.



P.- ¿Este libro es una invitación a perderle el respeto a los clásicos?

R.- Yo no les tengo respeto. Hay que leer a los clásicos como si estuviesen recién publicados, como si fuera el libro de un amiguete. No puedes disfrutar un libro si lees intimidado, si piensas todo el rato que son autores clásicos, si tienes la sensación de que te estás perdiendo algo o si no lo entiendes. No creo que haya que leer sin pasión, como si estuviésemos rellenando un formulario. Pasa lo mismo si vas a París con la obligación autoimpuesta de ver la Torre Eiffel, el museo del Louvre... Soy más partidario de llegar a París y ver qué encuentras.



P.- El libro comienza en 1453, fecha aproximada del final de la Edad Media, y termina con la muerte de Lope de Vega. A grandes rasgos, ¿qué ocurre en ese tiempo en la historia de la literatura?

R.- Ocurre prácticamente todo. En primer lugar se desarrollan las primeras lenguas romances, que requieren la invención de una literatura propia. Ahí situamos a las jarchas, el Romancero, El Cantar de Mío Cid... Y después tiene lugar el hecho más importante de la historia de la literatura, lo que la cambió por completo: la invención de la novela con el Lazarillo. Ese es el origen de algo en lo que todavía estamos inmersos, lo estamos viviendo ahora mismo. Así como el punto de inflexión en la poesía fue Petrarca, aunque ya haya periclitado, en la novela es el Lazarillo, que sigue siendo absolutamente contemporáneo. Si lo publicaran este año estaría con total seguridad entre los diez más vendidos y mejor valorados por la crítica.



P.- En el libro la historia de la literatura se entiende como pugna entre la cultura popular y los intelectuales, entre François Villon y Petrarca por decirlo de alguna manera...

R.- Así es como yo la entiendo. Hay una literatura popular, de raíz popular y hecha realmente desde abajo, que ha sido sustituida a lo largo de la historia por una literatura pop, que es lo contrario de lo popular. El pop es el producto de consumo dirigido al pueblo y utilizado para seducirlo y manipularlo. Ahí encontramos la música ligera, las películas de Hollywood... Por su parte, la literatura popular siempre ha sido subversiva, intransigente e insurrecta y ha expresado una verdad profunda. A veces nos cuesta verlo con claridad y de hecho es un punto de vista que mucha gente no comparte, pero yo estoy firmemente convencido de ello. Tenemos que recuperar las raíces populares del arte en general y de la literatura en particular. Hoy en día nadie lee a Góngora, y con razón. Las soledades es una absoluta demencia, un ejercicio similar a resolver 30 sudokus seguidos. Sin embargo es muy fácil leer romances de raíz popular o villancicos o la poesía de François Villon. En este sentido creo que nos hemos ido un poco lejos con la novela experimental y demás pamplinas en nuestro tiempo y estamos perdiendo fuerza. Es urgente revisar cuestiones como desde dónde escribimos, para quién lo hacemos y por qué lo hacemos.



P.- ¿La creación del amor fue el principal arma de los poderosos para aniquilar la cultura popular al final de la Edad Media?

R.- Así lo creo. El amor como espacio para sentimientos delicados, en el que uno se ve embellecido, es un acto que subraya el individualismo. Nos debilita porque nos deja indefensos frente a todo el aparato de poder. La solidaridad, y la conciencia de que nadie es tan importante y de que nuestro propio ego no es tan decisivo, debería ser la base de toda nuestra formación social.



P.- El personaje que recibe más palos en el libro es Petrarca, el primer hombre moderno. ¿Su exaltación del mundo interior contribuyó a diluir la conciencia de clase?

R.- Sí, pero no fue culpa de Petrarca. Muchas veces se utilizan las cosas con fines distintos para los que han sido concebidas y la poesía de Petrarca fecundó tres siglos de poesía. El Petrarca quizás menos conocido es el de las epístolas y las cartas, probablemente porque está casi todo en latín, pero ya está rozando el ensayo. Podría ser un precursor de los ensayistas del siglo XVIII como Montaigne y me parece valiosísimo en ese sentido. Realmente no pretendo dar palos a nadie pero la poesía de Petrarca murió de éxito. Durante tres siglos se dedicaron a imitarle por lo que es imposible volver a leer a Petrarca porque ya lo has leído de distinta mano veinte veces. Además siempre fue un estilo monótono, una especie de mecano que con las mismas piezas va construyendo sonetos, como una máquina troqueladora. No creo que mucha gente aguante los dos tomos del Cancionero, ni siquiera uno.



P.- Define el petrarquismo como una peste bubónica...

R.- Fue tremendamente contagioso. La gente escribía a imitación por toda Europa. Mató la creatividad y la expresión original en defensa de una poesía amanerada e ilegible, una especie de juego de salón en la que solo algunos decidían qué era poesía. Hicieron falta varios siglos para que los poetas volvieran a utilizar ciertas palabras y eso es grave. Había un lenguaje poético y otro que no lo era. Realmente todo es poético.



P.- Frente a esta corriente de intelectuales al servicio del poder reivindica a Juan Ruiz, Rodrigo Cota, La Celestina, el Lazarillo, Cervantes, Lope de Vega…

R.- Quizás alguno más. Hay otras corrientes que se pueden reivindicar, la tradición se inventa. Cada uno elige en qué tradición quiere estar. Es más, cada generación debe construir su propia tradición, hasta ahora se ha hecho así. La Generación del 27 inventó una tradición en la que recuperaron las coplas populares, toda la poesía popular del Siglo de Oro, a Góngora... Antes, la Generación del 98 leyó El Quijote de una forma distinta a como se había hecho hasta entonces. Pero hemos abdicado de esa responsabilidad. Es cierto que toda escritura es una relectura, pero ¿una relectura de qué? ¿Cuál es la tradición que vamos a hacer visible? Desde mi punto de vista hay una tradición popular, que no iletrada, muy rica. Creo que desde ahí se debe escribir y leer.



P.- El libro no es un manual de literatura sino una mezcla de géneros en la que la novela trata de tomar el protagonismo...

R.- Para mí es una novela. Es la primera parte de un libro que publiqué hace diez años y que abarcaba desde la Ilustración y el Romanticismo hasta la actualidad. Me había quedado con ganas de escribir la primera parte y ahora las dos conforman una especie de novela sobre la historia de la literatura. Es parecido a lo que hace El mundo de Sofía con la filosofía pero con más marcha, con más whisky y con un poco más de pasión. Un manual es una cosa bastante inane.



@JavierYusteTosi