Ilustración de un océano de Solaris realizada por Dominique Signoret

Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...

Este verano, tal vez por la ola de calor que se nos viene encima, más que un viaje físico, me gustaría hacer un viaje espacial y, sobre todo, un viaje "mental". De entre todos los imaginarios posibles o imposibles elijo el planeta Solaris que describe Stanislaw Lem en su fantástica novela. Un espacio físico que es, al mismo tiempo, un espacio mental. Un planeta donde todo puede surgir, donde crecen las plantas más bizarras y de entre las olas de los océanos espaciales se alzan figuras inmensas de niños de cuatro años. ¿Cómo nos relacionaríamos con la idea de vivir en un lugar donde todos y cada uno de nuestros pensamientos, proyecciones y deseos más inconfesables se materializan frente a nosotros? ¿Nos atreveríamos siquiera a desear? A mí, desde luego, aunque sólo fuera por escapar del calor madrileño durante unas semanas, me encantaría enfundarme un traje de astronauta y hacer una pequeña excursión mental a ese lugar fascinante.

Narrador, ensayista, traductor y poeta, Andrés Barba (Madrid, 1975) es, sólo o en compañía de otros (ganó el Anagrama de ensayo con La ceremonia del porno, coescrito con Javier Montes, y acaba de traducir con su hermana Teresa Alicia en el País de las maravillas) un letraherido incapaz de conformarse con lo ya logrado. Si uno de sus libros infantiles tiene éxito, prepara una novela, si la novela interesa, se vuelca en el ensayo. O, como acaba de hacer con su último trabajo, escribe por primera vez un libro de poemas, Crónica natural (Visor) dedicado a la muerte de su padre.