Una imagen de La casa de Bernarda Alba de Mario Camus

Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...

Es algo en lo que nadie quiere pensar: un sol claro y desnudo, un verano eterno, un luto más allá de donde la vista puede abarcar. Opresión. Y, sobre todo, una España profunda que todos queremos olvidar, pero cuyas raíces siguen ahí, tan inclementes como ese calor que avasalla pueblos y cortijos. El blanco encalado de las casas no es sino un espejismo, un claro firmamento ficticio que encierra una realidad oculta (y no por ello menos real) que nos habla de celos, pasiones oscuras, duende y garra.



No es una Andalucía (una España) calma. Sus habitantes parecen estar poseídos por los sentimientos más bajos y, a la vez, más sutiles y eficaces a la hora de conseguir sus objetivos: venganza, traición, asesinato. Y, sin embargo, no puedo dejar de desear poder desentrañar semejante enigma. En una época tan desbocada y lanzada hacia el futuro, no deja el pasado de tener un halo de leyenda, solidez e imperturbabilidad. Una misteriosa fuerza me lleva a visitar y revisitar parajes que jamás querría habitar uno, pero que de manera irremediable lo atan a través de imágenes de apariencia ensoñada, pero de realidad innegable.



Lorca, genial y visionario. En sus líneas sentimos aquí, ahora, lo que tiene que ser el duende, que de tan escurridizo, solo es posible imaginarlo en el pasado, en esas regiones de mitos, pasiones desbocadas, pueblos desaparecidos y lenguas olvidadas.



Cuando eran cuatro puñales, y Antonio Torres Heredia, Camborio de dura crin, tuvo que sucumbir. Cuando nadie dijo nada, pues Adela había muerto virgen. Cuando hay que guardar las lágrimas para cuando se está sola. En fin, cuando nos hundimos todos en un mar de luto: es exactamente ahí cuando uno siente esa especial mezcla de horror y placer, ese sentirse afortunado de descubrir sitios de un magnetismo oscuro como el azabache que solo los más grandes nos dan.



Que solo el arte nos regala.

Juan Pérez Floristán (Sevilla, 1993) ganó el Primer Premio y Premio del Público en el Concurso de Piano de Santander "Paloma O'Shea" 2015, el Primer Premio en el Concurso Steinway de Berlín 2015 y el Premio honorífico a su trayectoria de Juventudes Musicales de Madrid. Es por tanto ya, por propio derecho un referente entre las nuevas generaciones de músicos españoles y europeos. En poco tiempo ha hecho su debut en las principales capitales de España y Europa. Ha tocado con orquestas como la Sinfónica de San Petersburgo, Malmö Symphony Orchestra, Orquesta de Radio Televisión Española, Real Orquesta Sinfónica de Sevilla o la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria.