Encriptaciones de 'Mr. Robot'
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Alerta: spoilers de la segunda temporada.
Después de su sorprendente primera temporada, era de esperar que Mr. Robot bajara el listón, pero lo que ha ocurrido más bien es que la calidad visual y la ambición dramática han ido a más, si bien el interés por ella, en mi caso, ha decaído en la misma proporción en que la ficción se iba abstrayendo y complicando. Elliot se ha precipitado todavía más a las profundidades de su psique fracturada y el creador Sam Esmail parece que ha confiado más de la cuenta en la inteligencia del espectador o, más bien, en que el barroquismo estético y dramático del mecano oculte todas sus inconsistencias. Creo que la falta de interés está en todo caso más relacionado con la ausencia de personas, de un toque humano en la serie, o con el modo en que los personajes casi devienen en caricaturas, a lo que sin duda ayuda la interpretación de Rami Malek, que en cualquier momento se quitará la máscara de susto perpetuo para revelar que es un lagarto. Son todos ellos seres extraños en un mundo que debemos descifrar constantemente, pues es Mr. Robot una serie encriptada que demanda demasiado esfuerzo para ser desencriptada.
Si tuviera la obligación de resumir la trama de esta segunda entrega, aparte de morir de aburrimiento tampoco sería capaz de ponerlo en orden y extraer algún claro sentido de todo ello. El factor sorpresa con el que terminaba la primera temporada, revelando como en El club de la lucha que la esquizofrenia dramatúrgica respondía a la esquizofrenia del personaje (quien imagina a su padre, su otro yo, como causante de sus demonios y pulsiones ‘hacktivistas’), quiere convertirse en el sello de la serie. Esto da lugar a que en el ecuador de la temporada tengamos que volver a ver lo que hemos visto con otros ojos, pues nos es revelada una información básica del estado de Elliot: que no vive con su madre ni se ha aislado del mundo conscientemente, sino que está encarcelado. Al final de la temporada, tendremos de nuevo que enfocar la lente, pues otras informaciones cruciales nos son reveladas en la maraña de saltos temporales (las grandes revelaciones siempre son en flashback), deformaciones de la realidad y engranajes perceptivos de una trama alimentada de múltiples subtramas que se expanden al Ejército Oscuro, al imperio financiero chino y a una infancia maltratada.
Lo cierto es que, con todo ello, el puzle al final dibuja un cuadro general más o menos lógico, si bien llegados a ese punto hemos perdido cualquier tipo de conexión emocional o empatía intelectual con el protagonista. Es más, esta segunda temporada desplaza esa empatía hacia otros personajes, como su hermana Darlene o su amiga de infancia Angela, incluso a una agente del FBI, interpretada por Grace Gummer, que roba la pantalla. Las motivaciones de todos siempre son opacas, y en determinado punto la serie siente que debe explicar por qué el dueño de E Corp es tan codicioso (es que quiere ser Dios) o por qué la mujer de Tyrell no pierde la esperanza de recuperar a su marido. Todo esto no quita que algunos episodios conquisten una suerte una autonomía plena en su forma de gestionar la intriga, o que el look y plasticidad de la serie trabaje en favor de un lenguaje capaz de articular los criptogramas cibernéticos y las perturbaciones de la mente, las conexiones virtuales y los fantasmas de la locura que ordenan un mundo sin materia, hecho de sustancia intangible. Esos retos, que estaban en la base de la primera temporada, siguen estando ahí en la segunda, y la atmósfera sigue siendo esencialmente fincheriana.
Me temo en todo caso que Mr. Robot se asfixia en su propia ambición conceptual. Me temo, de hecho, que a la postre funciona mucho mejor en el terreno de las ideas, en las notas a pie de página, que en la letra de unos guiones excesivamente engañosos en su legítima intención por abolir toda certeza en el televidente. El drama antisistema y bipolar que pone en forma basa su éxito, precisamente, en mantener siempre al espectador en ascuas, en arrebatarle la posibilidad de confiar en las imágenes que vemos, pues su protagonista tampoco puede confiar en sus percepciones, y porque la guerra cibernética que retrata está regida por un claro sentimiento de paranoia. La lucha central de esta segunda entrega es la que Elliot mantiene con Mr. Robot (Christian Slater), su subconsciente revolucionario, y descubrir hasta qué punto ha vivido engañado. En cierto momento parece que logra anular esa presencia, pero será un espejismo.
Es posible que Sam Esmail (que en esta entrega dirige todos los episodios) confíe en exceso en un genio del que realmente carece su teleficción. Un ejemplo paradigmático me parece el capítulo 2.4_“m4ster_s1ave” (episodio sexto), que se desarrolla bajo el formato artificial de una sitcom sin gracia (a pesar de las risas enlatadas), con Alfie como invitado especial, teóricamente para representar el estado cerebral comatoso de Elliot. La apuesta es alta y la jugada no sale del todo bien, de hecho se estrella contra el tono más bien solemne y grave que gobierna la serie, cada vez más oscura y violenta. No es que no se agradezcan los saltos al abismo y las contorsiones metaficcionales de Mr. Robot, pero la estética y el drama llevados a sus límites en esta segunda temporada siempre caminan al borde de la autoparioda inconsciente. Es lo que comúnmente se entiende como algo pasado de vueltas. Tanta acrobacia formal, más que comunicar, distrae del sentido de las secuencias, pero acaso la serie está demasiado ocupada en su exhibicionismo como para darse cuenta de ello.