José Ovejero. Foto: Lisbeth Salas
Pregunta.- Poco a poco, libro a libro, va perfilándose un Ovejero diferente, fascinado por lo extraño y cada vez más oscuro, a pesar del humor: ¿a qué podría deberse esa evolución, cuáles serían sus causas?
Respuesta.- Aunque a lo mejor no estaba tan marcada como ahora, esa fascinación ha estado siempre ahí y se encontraba ya en mi primer libro de relatos, Cuentos para salvarnos todos. También en mi ensayo La ética de la crueldad. Siempre he tenido esa curiosidad por las zonas de sombra, porque la oscuridad permite realizar descubrimientos sorprendentes. Aunque nos atraiga la luz, igual que a las polillas, lo oscuro es propicio para el descubrimiento, también para el placer, aunque sea más difícil de describir. Cuando escribimos sobre lo oscuro nos sucede lo mismo que en la realidad: avanzamos a tientas. Y es una sensación muy emocionante.
Experimentos literarios
P.- Ha tardado 10 años en volver a escribir cuentos: ¿qué le ha hecho superar ese síndrome Bartleby, y cómo descubrió que volvía a tener algo que narrar en unas pocas páginas?
R.- Tenía la sensación de haberme estancado en el género. Se suele decir que el cuento es propicio a la experimentación, pero la mayoría de los cuentos que leo son muy convencionales. Y temía que mi siguiente libro de cuentos se parecería demasiado a los anteriores; bueno o malo, no me iba a llevar a lugares distintos, así que para qué escribirlo. Hasta que encontré una manera de contar diferente para mí pero que dialogaba con la anterior. Mundo extraño es el resultado de tal diálogo.
P.-El libro comienza con un relato tan divertido como devastador sobre el suicidio de una abuela la noche de Navidad: ¿ha intentado marcar así el tono del resto del volumen o se trata de una elección accidental? ¿Es quizá una declaración de intenciones?
R.- Es deliberado, claro. Quería empezar por un cuento disparatado, continuar por ese camino con el segundo, y luego ir trenzando esos cuentos algo delirantes con otros aparentemente más realistas, para acercar al lector a ese mundo extraño usando a veces espejos deformantes y otras espejos lisos pero empañados. Escribir no permite reflejar la realidad, sino reflejos alterados de ésta. Un libro que pretende reflejar el mundo con claridad tiene que resignarse a una simplificación inaceptable.
Explica Ovejero que la extensión de los relatos no esconde una decisión previa “salvo en los microrrelatos, que me planteo como un juego: tomo una escena mínima y procuro condensarla aún más sin perder intensidad”. Los otros relatos, en cambio, van creciendo según los escribe y no se pone metas sobre su extensión. “Desde luego. -afirma- Me limito a dejar respirar a los personajes y las atmósferas, encontrar cuál es su aliento... algo por supuesto muy subjetivo, pero no tengo otra fórmula”. Y todo, para lograr provocar en el lector “emoción, perplejidad, alegría, tristeza, interés, miedo, esperanza, placer estético...”
"Quiero provocar en el lector emoción, perplejidad, alegría, tristeza, interés, miedo, esperanza, placer estético...”
P.-La sensación de extrañeza que tizna el libro ¿era necesaria para tratar, aunque sólo sea sugiriendo, temas como la pederastia o la violencia?
R.- Como decía antes, la literatura no permite mostrar la realidad con claridad -ese es el fracaso inevitable del realismo-, sólo sugerirla. El acto de conocimiento no lo producen una frase o un relato, sino que se produce en el lector: al leer descubre en sí mismo su relación con una parcela de la realidad, genera afectos en él, positivos o negativos, que son originales, únicos. No puedes decirle a nadie mediante un libro lo que significa sufrir la experiencia de la violencia, sólo puedes conseguir que el lector intente insertarse mediante la imaginación en un contexto de violencia y reconocerse dentro de él (como espectador, testigo, cómplice, verdugo, víctima... o como una mezcla de todas esas categorías).
Desequilibrio constante
P.- ¿Por qué es este un "Mundo extraño"?
R.- Diría, con Spinoza, que las personas conocemos nuestras acciones pero no sus causas, y como necesitamos una narración que les dé sentido, las inventamos. Pero ese invento es un artificio, tiende a tambalearse, las auténticas causas pugnan por salir a la luz sin conseguirlo. Así que hay un desequilibrio constante en cómo contamos lo que somos y lo que de verdad somos, y de ese desequilibrio salen monstruos, todo lo que reprimimos se nos reaparece desfigurado, amenazante a veces, ridículo otras. Ésa es la extrañeza del mundo: que nuestras explicaciones no son verdad pero nos aferramos a ellas con todas nuestras fuerzas.
P.- ¿Y quiénes son , jugando con otro de sus relatos, los escritores (de cuentos) que le gustan?
R.- Muchísimos: Chéjov, Fleur Jaeggy, Alice Munro, A. M. Homes, Flannery O'Connor, Ignacio Aldecoa, Vila-Matas, Borges, Cortázar, Judith Hermann, Samanta Schweblin...
P.- Alguno de los personajes encuentra extraño incluso el idioma, el español, con tanto anglicismo asumido: ¿quizá esos préstamos pueden acentuar la sensación de vivir ajenos a los nuevos tiempos?
R.- Todos vivimos sensaciones que no sabríamos expresar; el hecho de que a veces tengamos que usar palabras de otro idioma porque no encontramos el equivalente en el nuestro es sólo una muestra de esa incapacidad que sentimos todos para expresar con precisión lo que sentimos o pensamos. El lenguaje es una herramienta mucho más limitada de lo que solemos asumir, de ahí la importancia de la ficción: nos permite expresar lo inexpresable dando un rodeo.
P.- ¿Qué importancia tiene el humor, para hablar de las extrañas relaciones de amor, deseo y dolor (pienso en "Adoración" pero también en "Mamá eligió..." y en "Orfeo en La Habana")?
R.- Mi humor no es premeditado; no me propongo escribir algo divertido; pero a veces cuando miro a mis personajes y la situación en la que se encuentran enseguida descubro esa parte ridícula, excesiva, algo penosa que descubro también a veces en mí mismo y que oculto cuidadosamente. Con ellos no tengo la misma compasión que conmigo o con mis amigos, porque yo creo que en la ficción el escritor debe ser más honesto que en la vida real. La ficción es el espacio en el que tenemos que contar la verdad para no fracasar; en la vida real se da justo lo contrario.
"La ficción es el espacio en el que tenemos que contar la verdad para no fracasar; en la vida real se da justo lo contrario"
P.- ¿Cree que podría representar alguno de estos cuentos en los escenarios? ¿Cómo nació esa pasión teatral y qué se prestan mutuamente, cómo se enriquecen y condicionan, el actor y el creador?
R.- Sí, claro, todo cuento puede representarse en un escenario. Aparte del juego y del reto que supone subirte a un escenario -cosa que me atraía desde hacía tiempo- en realidad actuar era una consecuencia lógica de cómo planteo la escritura. A primera vista puede parecer que soy un escritor disperso, que cambia de tema, de estilo, de género por coleccionismo o capricho. Y no diré que hay un sistema en mi obra, pero sí una lógica. Intentaré explicarla en pocas palabras: Soy un escritor ambicioso; mi objetivo imposible es pensarlo, sentirlo, expresarlo todo. No importa que esto sea un delirio; una vez asumido el fracaso como poética, puedes ponerte manos a la obra sin complejos y contar desde lo íntimo a lo público, desde la emoción individual a las leyes que gobiernan nuestras sociedades, desde lo que está a la vista a lo más escondido. Y cada género y cada estilo te permite acercarte a la realidad desde distintos ángulos. No piensas igual si estás escribiendo un poema que si estás escribiendo una novela, y estás obligado a expresarte de forma distinta y por tanto a decir cosas distintas. Interpretar mis obras en el escenario es sólo un paso más allá en ese deseo de aprovechar al máximo mis posibilidades de pensar y de expresar.
Compromisos con el autor
P.- Ha cambiado varias veces de editor, creo que por razones extraliterarias. ¿Qué exige (o al menos qué necesita) para comprometerse en exclusividad con un sello?
R.- Suelo decir que no cambio de editor, son las editoriales las que los cambian. Nunca me he ido de una editorial por dinero ni por promesas de más promoción. Si lo he hecho ha sido porque la editorial ha sido absorbida por otra que no me interesa o porque la nueva impone a la absorbida unas prioridades que no me convencen -la exigencia de ser más comercial, por ejemplo-. (¡O yo no convenzo a los nuevos!) Publicar en Páginas de Espuma y Galaxia Gutenberg es un privilegio, porque son dos editores que se comprometen con el autor, respetan su obra y tienen un cuidado impecable en la edición. Espero no tener que cambiar nunca más de editor. De hecho, Galaxia va a empezar este otoño a recuperar toda mi obra dispersa en otras editoriales, alguna de ellas desaparecida.