Mario Vargas Llosa: "La censura debe venir de la sociedad, no del poder"
"Era muy difícil para un joven latinoamericano que en los años 50 descubrió los problemas sociales y el racismo, no ver en el socialismo o el comunismo la solución para un continente asolado de punta a punta por dictaduras militares". Así recuerda el escritor peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) los inicios políticos en su juventud, muy lejanos ideológicamente de las doctrinas liberales que empuña hoy. Sobre esa transformación paulatina y no exenta de desencantos se ha explayado esta mañana en Madrid durante la presentación de su último libro, La llamada de la tribu (Alfaguara), un ensayo en el que el Nobel recorre su evolución intelectual y política, marcada por el profundo rechazo al devenir de la Revolución cubana y el deslumbramiento que le produjo el pensamiento político de la británica Margaret Thatcher. Es pues la política y no la literatura, nunca muy alejadas en la obra de un gran escritor, lo que ocupa a Vargas Llosa en los últimos tiempos.
A comienzos de los años 50, impresionado por la lectura de La noche quedó atrás, donde Jan Valtin narra su lucha como militante comunista clandestino durante la Alemania nazi, Vargas Llosa decidió matricularse en la popular Universidad de San Marcos con la idea de encontrar comunistas. "Allí había un grupo trataba de reconstruir el Partido Comunista, brutalmente represaliado por la dictadura del general Manuel Odría. Éramos pocos, pero muy sectarios", ha recordado el escritor. Sin embargo, de este sectarismo afirma que le salvo la devota lectura de Sartre y los existencialistas, lo que lo convirtió en un socialista moderado que se alegró enormemente "con el triunfo de la Revolución cubana, que toda América vio entonces como la victoria de un socialismo no dogmático y abierto a la discrepancia".
Fue la década de los 60 la que comenzó a resquebrajar la fe de Vargas Llosa en el proyecto cubano. Tras una serie de críticas, el Nobel fue invitado junto a otros escritores a una cena con Fidel Castro. "Fue una larga noche de doce horas en las que mi principal actividad fue escuchar a esa personalidad magnética y apabullante. Le escuché, pero no me convenció". Ahí comenzó la ruptura crítica de Vargas Llosa con el castrismo, y la izquierda en general, cuyo punto culminante fue el caso Padilla, con un escritor encarcelado y exiliado por el poder. "Me sentí tan perdido como deben sentirse los curas que cuelgan los hábitos, lleno de incertidumbre e inseguridad. Y paulatinamente fui descubriendo que la democracia no era la máscara del capitalismo, como decía la izquierda latinoamericana, sino que permitía una sociedad que podía discrepar del poder y cambiar a los gobernantes legítimamente", ha revelado el escritor.
Los años 70 en los que se gestó la revolución liberal que asoló Occidente, capitaneada por Reagan Y Thatcher, encontró a Vargas Llosa viviendo en Londres, donde se dejó seducir por esta "doctrina, que no ideología", como no se cansa de repetir. "En esa época comencé a leer a los grandes pensadores liberales, muchos reivindicados por la primera ministra como Hayek o Popper, autor del libro que más me ha marcado políticamente, La sociedad abierta y sus enemigos". Desde entonces, el escritor asegura que "todo lo que he dicho y escrito expresa convicciones liberales, convicciones muy firmes que anidan en la tolerancia de aceptar el error propio y el acierto ajeno".
Por eso en este libro, Vargas Llosa tiene dos objetivos. Por un lado, rendir homenaje a estos pensadores, además de los citados se incluyen Adam Smith, Ortega y Gasset, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel, que le ayudaron a desarrollar un nuevo cuerpo de ideas después del "trauma ideológico que supuso para mí el desencanto con cualquier forma política de izquierdas y con el pensamiento existencialista". Y por otro lado, "defender el liberalismo de las mentiras y calumnias que se han tejido en contra de esta doctrina, visceralmente unida a la democracia más reformista, primero desde la derecha conservadora, y actualmente desde la izquierda populista", expresa el autor.
Populismo y democracia
La defensa a ultranza del liberalismo que Vargas Llosa encabeza en los últimos tiempos cada vez que se coloca ante un micrófono se repitió esta vez con frases como: "La igualdad de oportunidades y su consecución a través de una educación pública de calidad es una idea fundamental del liberalismo". O "Las grandes transformaciones de la democracia son obra del liberalismo. Por ejemplo, el reconocimiento de los derechos de las mujeres, la libertad de expresión o el reconocimiento de la vida sexual privada".
Después, armado con estos postulados y ante las diversas preguntas de los medios, el escritor se enfrentó a la realidad, especialmente política. Por ejemplo, Vargas Llosa fue cuestionado por la actual salud política de Latinoamérica, a lo que respondió que "para juzgarla conviene compararla con la situación real del pasado, no con la ideal. Visto así debemos reconocer que hay un progreso muy notable", ha reconocido. "Tenemos democracias imperfectas, corruptas en muchos casos, pero dictaduras solo quedan dos, Venezuela y Cuba". Sobre las futuras elecciones mexicanas de julio, tema candente en todo el continente, asegura que "Hay posibilidades de que México se convierta en una democracia populista, pero ¿van a ser tan torpes los mexicanos teniendo tan cerca el ejemplo de Venezuela? Espero que no".
Precisamente sobre las futuras elecciones venezolanas previstas para este año, el escritor asegura que "una vez más serán una farsa. Quizá más que las anteriores, por la enorme impopularidad de Maduro". Otra catástrofe política sería para Vargas Llosa la vuelta al gobierno italiano de Silvio Berlusconi, muy próximo a volver al poder en las próximas elecciones. "El resultado parece que va a ser catastrófico, pero si son elecciones libres y es lo que quieren los italianos habrá que respetarlo. La democracia tiene estas cosas, pero de todas formas, muy mal tiene que estar Italia para elegir otra vez a ese payaso. Es para echarse a llorar", ha lamentado.
Censura y libertad
Igual de contundente se ha pronunciado el escritor sobre las recientes polémicas de censura en España, como la retirada de la obra de Santiago Sierra en ARCO o el secuestro del libro sobre narcotráfico Fariña. "Prohibir libros o cuadros es profundamente antidemocrático y hay que combatirlo. No debe haber censura, ni en la literatura ni en el arte. La cultura debe manifestarse con total libertad. La libertad de expresión es un principio liberal básico", ha defendido. No obstante, el escritor ha opinado que "ese cuadro era una estupidez, una burda provocación, y este asunto le ha dado una fama inmerecida e innecesaria. Sin embargo, no debe existir más censura que la que imponga la propia sociedad".
También se ha pronunciado el Nobel sobre la situación en Cataluña, otro tema recurrente, remontándose a sus años vividos en Barcelona a mediados de los 70. "En Barcelona viví los mejores años de mi vida y ya no reconozco la Cataluña de hoy en día. El nacionalismo es un monstruo, creado fundamentalmente a través de la educación, profundamente antidemocrático. Sólo en los países colonizados el nacionalismo puede ser progresista durante un tiempo muy corto. Después, se convierte en una cárcel en la que se nos hace creer que vivimos en el privilegio de ser parte de una nación", ha lamentado. "Espero que se imponga el seny catalán y los ciudadanos descubran que el nacionalismo es un anacronismo que no tiene razón de ser en la actualidad".