Ngugi wa Thiong'o. Foto: Daniel Anderson

La vida de Ngugi wa Thiong'o, nacido James Thiong'o en Kamirithu, Kenia, en 1938, resume muchos de los horrores y miserias de África: creció en una empobrecida familia numerosa, con veinticinco hermanos y, siendo niño, su padre le expulsó de su hogar con su madre y sus cuatro hermanos carnales. Cada día debía recorrer descalzo 10 kilómetros para ir a la escuela, donde descubrió La isla del tesoro, de Stevenson, que cambió su vida.

En los últimos estertores del colonialismo, uno de sus hermanos se unió a la guerrilla local, los Mau Mau, mientras un hermanastro era Fusilero Africano en la milicia progubernamental. Su madre fue torturada en un centro de detención donde pasó tres meses confinada, y otro hermanastro, Gitogo, fue asesinado por la espalda por no obedecer una orden de un soldado británico (era sordo). Una época atroz, que Ngugi wa Thiong'o describe en el segundo volumen de sus memorias, En la Casa del Intérprete, que lanza estos días Rayo Verde, coincidiendo con su presencia en el MOT Festival de Literatura Girona-Olot 2018. En el libro, el autor recupera al joven inocente que fue, y que descubrió cómo su pueblo había sido arrasado y trasladado por las autoridades junto a otras aldeas a modo de campo de concentración. Más tarde, a finales de los 70, él mismo pasó un año en la cárcel. Sin juicio. Sin esperanza.

El lenguaje de los sueños

Todo empezó en 1977. Entonces, recuerda el escritor, ayudó a escribir una obra, Ngaahika Ndeenda (Me casaré cuando quiera) en gikuyu, que iba a ser interpretada por campesinos y trabajadores (hombres y mujeres) de Kamirithu. “El gobierno poscolonial prohibió la representación de nuestra obra por subversiva y el 31 de diciembre de 1977 fui arrestado y encarcelado en la prisión de máxima seguridad de Kamiti, sin juicio alguno. Fui liberado en diciembre de 1978 gracias a Amnistía Internacional. Lo he contado en mi libro de memorias carcelarias Luchando contra el diablo, que publica ahora New Press en Estados Unidos”.

Pregunta.- ¿Fue entonces, en la cárcel, cuando decidió escribir en gikuyu?

Respuesta.- Efectivamente. Antes, todas mis novelas -No llores, pequeño (1964); El río que nos separa (1965); Un grano de trigo (1967) y Petals of Blood (1975)- las escribí en inglés. El diablo en la cruz, que había redactado en papel de váter mientras estaba encarcelado, fue mi primera novela en gikuyu.

"El postcolonialismo sólo ha supuesto la normalización de las anormalidades de los sistemas coloniales"

Sin embargo, abandonar la cárcel no le dió la libertad: Thiong'o tuvo que dejar primero la Universidad de Nairobi y después el país. Tras pasar por las universidades de Londres, Estocolmo, Leeds, Yale y Nueva York, se instaló en Los Ángeles y comenzó a dar clases de Literatura Comparada en la Universidad de California sin dejar de escribir ficción.

P.- Escribe en gikuyu desde 1977, enseña Literatura Inglesa en la Universidad de California, pero ¿en qué lengua piensa?

R.- Pienso en el lenguaje de los pensamientos; sueño en el lenguaje de los sueños y cuando trato de articular un concepto, lo hago en el idioma en el que estoy escribiendo, ya sea en inglés o gikuyu. Sin embargo, el inglés puede controlar mis pensamientos porque desde la escuela es para mí el idioma de la conceptualización.

Los desafíos del gikuyu

P.- ¿Por eso se convirtió en su propio traductor?

R.- No tuve otra opción. Las lenguas africanas deben hacer frente a muchos desafíos, como sus escasas posibilidades de publicación o que existen muy pocos traductores especializados en ellas, pero en mi caso al menos tres de mis libros han sido traducidos por otros. Traducirse a uno mismo resulta muy aburrido. Uno revisa el mismo material dos veces, la primera vez cuando lo crea -lo que suele ser muy emocionante- y la segunda vez cuando lo traduce. Sin embargo, concibo la traducción como el lenguaje de los lenguajes. Y para que conste, ahora escribo toda mi ficción en gikuyu, mientras que mis memorias y obras teóricas las escribo en inglés. Después de todo, soy profesor de Literatura Inglesa y Comparada.

P.- Desde que escribe en gikuyu, ¿ha cambiado la actitud de sus lectores?

R.- Los lectores de gikuyu (unos siete millones) están encantados, y a los demás sólo les importa que sean buenas lecturas. No, no tengo queja de los lectores. En cambio, me gustaría que cambiaran las actitudes de los editores y de los responsables de las políticas educativas gubernamentales y que destinasen más recursos a los libros escritos en lenguas africanas.

"El monolingüismo es el monóxido de carbono de la cultura y  el bilingüismo es su oxígeno"

P.- ¿De qué manera el hecho de sufrir en su juventud tanta violencia cambió su vida?

R.-La vida es siempre una lucha. Como el poeta inglés William Blake dijo una vez, sin contrarios no hay progreso. No podemos permitir que lo negativo gobierne nuestras vidas.

En su caso no lo ha hecho. No ha podido, a pesar de que, cuando cayó la dictadura de Arap Moi, y Thiong'o regresó a su país en 2004, fue asaltado en su apartamento por cuatro hombres armados que violaron a su esposa delante de él, mientras le golpeaban y quemaban el rostro.

La herencia del colonialismo

P.- La violencia que sigue devastando África ¿es consecuencia del colonialismo?

R.- En la mayoría de los casos, el postcolonialismo sólo ha supuesto la normalización de las anormalidades de los sistemas coloniales. Tenemos que seguir luchando por un mundo en el que todos tengan derecho a una alimentación adecuada, a una vivienda digna, a educación y salud, y sobre todo, a utilizar nuestros propios idiomas, y a desarrollar nuestra cultura.

P.- ¿Y qué pasa con el sida? ¿Se ha convertido quizá en otro instrumento de dominio?

R.- No hay razón alguna por la que no podamos eliminar todas las enfermedades. No podemos continuar construyendo palacios para unos pocos y prisiones para la mayoría. Un mundo así, de privilegios escandalosos y desigualdades sangrantes, es un mundo muy, muy inestable. Invirtamos en la vida y no en la muerte.

P.- Pero ¿que puede hacer un escritor ante tanta injusticia?

R.- El arte es siempre por la vida. Un autor como yo sólo puede mantener viva la esperanza, sólo puede seguir soñando y escribiendo en pos de un mundo sin violencia, sin injusticia, pobreza ni enfermedad. Un mundo de esplendor para unos pocos construido sobre la miseria de muchos es un mundo profundamente inhumano.

P.- A pesar de la distancia, ¿qué relación mantiene hoy con Kenia, vuelve a menudo?

R.- Kenia está siempre en mi mente. La democracia se ha restaurado, así que vuelvo a casa de vez en cuando. Hace unos dos años, el presidente Uhuru Kenyatta nos recibió a mi familia y a mí en el Palacio Presidencial, y me invitó a la reinauguración oficial del Teatro Nacional de Kenia.

"El panorama literario de África es emocionante. Cada año aparecen autores, con importancia creciente de las escritoras"

P.- ¿Cómo valora la narrativa contemporánea africana?

R.- El panorama literario de África es muy emocionante. Cada año aparecen más y más autores emergentes. Lo más impresionante de todo es la importancia creciente de las escrituras. Desgraciadamente, el ritmo de creación en lenguas africanas no es demasiado fuerte aún, pero nos esforzamos, tenemos que hacerlo, por nuestros idiomas, por nuestras culturas, y nuestro futuro. Lo que está mal en el mundo no es la existencia de muchos idiomas, sino que mantengan entre sí una relación de jerarquía, de dominio, que parece condenar a los minoritarios. Todos los idiomas tienen derecho a existir, tienen derecho a la literatura, a la vida intelectual. La relación y no la jerarquía es mi nueva religión. El monolingüismo es el monóxido de carbono de la cultura, el bilingüismo es su oxígeno. Dejemos a las naciones y a las palabras respirar oxígeno y no monóxido de carbono.

Primeras lecturas, últimos escritos

P.- ¿Cuál es su relación con los escritores africanos actuales? ¿a qué jóvenes lee y admira?

R.- Uf, hay muchos. No sé, me gustan mucho Chimamanda Ngozie Adichie, la zimbabuense NoViolet Bulawayo; el keniata Peter Kimani... Son demasiados, y con mucho talento, para mencionarlos a todos aquí.

P.- ¿Cuál fue el primer poema que leyó?

R.- Recuerdo como el más memorable un pasaje muy poético en gikuyi, Mathome re wa gikuyu. Escribí sobre él en mis memorias, Sueños en tiempos de guerra, porque hasta entonces sabía leer, comprender conceptos, pero fue este poético pasaje el que me descubrió que “las palabras escritas también podían cantar”.

P.- ¿Qué escribe ahora?

R.- Estoy trabajando en varias historias en gikuyu. La más importante es un relato épico, Kenda Miuyuru, sobre Gikuyu y Mümbi, los padres fundadores del pueblo gikuyu.

P.- ¿Sigue siendo su pasaporte de Kenia su talismán?

R.- Sí, aún me aferro a mi pasaporte keniata. Después de todo, es mi verdadero pasaporte al mundo. Yo llevo Kenia al mundo y llevo el mundo a Kenia.

@nmazancot