La conexión entre cómic y arte visual no requiere mayor aclaración. Entre la palabra y el trazo se ha establecido un diálogo que abarca la página de tantas formas como creadores se hayan puesto a la tarea. Por eso se pueden encontrar cómics donde lo visual domina a lo narrativo.
A veces las viñetas parecen de acuarela (Gipi), otras de un puntillismo preciso (Chris Ware), o mejor rotundas y voluptuosas (Charles Burns), quizá surrealistas y enigmáticas (Marion Fayolle). Así podríamos estar horas para confirmar la infinidad de estilos gráficos que inundan el universo del cómic. Entonces aparece Max Baitinger y nos pone encima de la mesa Röhner, un cómic donde el dibujo se transforma en diseño para convertir la anécdota cotidiana en protagonista de un discurso a mitad de camino entre la sinopsis de un logotipo y la perspectiva. Y comprobamos que aún había hueco para una nueva forma de narrar una historia desde las imágenes.
Pero no se trata de un simple ejercicio de estilo sino de una elección para contar lo que acontece a tres personajes cuyo punto en común es el apartamento donde conviven. Lo convencional se transforma en singular por la acción exquisita del trabajo gráfico de Max Baitinger, que es capaz de extraer emociones de la línea recta y del arco de un compás, donde hay momentos en que el hieratismo de una habitación provoca hasta la calma.
La precisión con la que surgen los elementos: mesas, sillones, macetas con sus flores, lámparas de inspiración arquitectónica, refleja la conexión y la influencia de los objetos que nos rodean en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana. Todo parece hecho con un criterio funcional que elimina la capacidad para la mejora. Por momentos se activa la memoria visual y encontramos detalles que recuerdan al constructivismo ruso, o a la exactitud pragmática que promulgaba la Bauhaus, como si el autor de Röhner fuese un delineante de principios de siglo XX preocupado por lo diédrico o las acotaciones.
Entonces pasamos la página y estallan formas sugerentes, a veces desbocadas, otras rítmicas y organizadas, cargadas de energía que se dispersa por páginas que parecen salidas del rotulador de un ilustrador setentero colocado de ácido. Una impregnación analógica empapa cada imagen, como si la tinta aún estuviera fresca y las planchas de la imprenta esperando volver al trabajo. Porque dentro del diseño hay una crítica a la forma en que vivimos, un combate entre la pulcritud y el alma.
Aunque Röhner también puede leerse en clave de humor negro. Los tres personajes no son más que arquetipos de una manera de entender la vida que nos proporcionan la combinación adecuada de chaladura y reflexión taciturna para combatir la monotonía y darnos un empujoncito para reflexionar. Memorable.