“¿Cuál es el peor de los miedos, el miedo a lo desconocido o a lo conocido?” De esta reveladora reflexión sobre nuestra forma de relacionarnos con el mundo parte la nueva novela del escritor Jesús Ferrero (Zamora, 1952), Las abismales (Siruela), Premio Café Gijón 2018. En un Madrid reconocible y real que podría ser el nuestro, empiezan a pasar cosas que nadie puede explicar ni controlar. Ante ese toque de lo desconocido las masas se revolucionan y comienzan a surgir profetas, periodistas, filósofos y teólogos que intentan sin éxito explicar lo inexplicable. “Era importante crear un espacio de apariencia real, para deslizar mejor, dentro de la normalidad, la extrañeza, la oscuridad. En todas mis novelas tiendo a seguir una pauta: hacer extraño lo familiar, hacer familiar lo extraño, lo que parece ajeno a ti, fuera de tus entrañas”, explica Ferrero, fiel a un estilo que huye de lo convencional y está plagado de referencias filosóficas y simbólicas. Una trama apocalíptica que reflexiona sobre el miedo y el mal, una espoleta imprevisible e inabordable que puede disparar resortes de consecuencias imprevisibles. Pregunta. El concepto del mal planea sobre toda la obra, ¿qué papel juega? Respuesta. La emergencia del mal es la espina dorsal del texto. Dos personajes se preguntan qué es el mal, y uno de ellos da una respuesta. Dice que el mal es una dimensión de la conciencia y más cosas que prefiero no desvelar. Me limitaré a indicar que uno de los protagonistas de la historia parece conocer bastante bien el problema del mal. Lo ha experimentado en carne propia. Es un maestro. P. Junto al mal, otro eje es su forma de representación, los mitos. ¿Qué función tienen? R. Los mitos son la argamasa de nuestra imagen del mundo y cumplen funciones muy específicas: cohesionan las sociedades, unas veces, y otras veces las enfrentan y las deshacen.
"Los mitos son la argamasa de nuestra imagen del mundo: cohesionan o deshacen las sociedades"P. Precisamente la aparición de lo desconocido provoca multitud de altercados y rompe el equilibrio social. ¿Por qué lo desconocido es siempre origen del caos? R. Lo desconocido va a ser siempre fuente de terror, como decía Canetti. Obviamente, no hay nada más vertiginoso que abordar lo desconocido. Se supone que eso son los héroes: personajes que se enfrentan continuamente a lo desconocido y salen airosos. La sociedad suele gestionar muy mal los miedos colectivos y las situaciones de emergencia. Lo vemos en la peste de Florencia, en la de Londres, en el terremoto de Lisboa, lo vemos en las revoluciones y contrarrevoluciones, en las guerras...
Explorando la extrañeza
Junto a esta trama dominada por lo extraño, avanza en paralelo otra de misterio, que entronca con las heterodoxas novelas negras de la detective Ágata Blanc que han ocupado al escritor en los últimos años. Sin embargo, afirma que este género “no me ha aportado ninguna mirada especial sobre la naturaleza humana. Volveré a él cuando me llame. De momento lo noto muy lejos”. Y es que Ferrero, escritor prolífico y versátil, ha encadenado a lo largo de su carrera incursiones en todos los ámbitos: cuento, poesía, teatro y ensayo, además de colaborar en la televisión y en el cine, aunque su escala recurrente sea la novela. “Antes de abordar la primera novela escribí unos cuantos poemas. No me costó pasar del verso a la prosa. Lo sentí como un paso natural”. Un paso que tuvo sus frutos en 1981, cuando publicó Bélver Yin, novela que obtendría el Ciudad de Barcelona y cuyo éxito de crítica y público irrumpió con potencia en la escena literaria de los 80."Mi literatura explora la extrañeza y cuestiona lo que entendemos por realidad apuntando hacia una forma mucho más compleja y paradójica"P. ¿Qué queda en usted y en su literatura de aquel debut y cómo ha cambiado ésta última? R. Bélver Yin sigue en las librerías, como Las trece rosas. Dos novelas bien distintas y a la vez hijas del mismo estilo y la misma necesidad de explorar la naturaleza humana en todos sus estados. Desde los años noventa la narrativa ha ido derivando hacia la autoficción por una lado, y por otro hacia un realismo tributario de Zola y Galdós, escritores bastante lejanos pero que siguen vivos en la memoria colectiva. Entiendo su influencia, aunque no la comparto. Si tengo que hablar de escritores decimonónicos, juraría que me ha influido Maupassant, por la belleza de su estilo y lo insólito de algunos de sus planteamientos. Respecto a la autoficción, hace años la practiqué en dos novelas, pero ahora estoy en otra dimensión de la escritura. Ando explorando la extrañeza. Las ciencias experimentales y humanas llevan años cuestionando lo que entendemos por realidad. Yo observo esos movimientos que apuntan hacia una forma de realidad mucho más compleja y paradójica de lo que creemos, y tomo nota. Esta exploración que alimenta la literatura de Ferrero se hace patente en todos sus textos, que independientemente del resto están unificados por el estilo, “tu pulso, tu talante, tu emoción, tu música, todo eso está en el estilo. Luego las novelas pueden ser muy diferentes, aunque en todo autor se detecten algunos leitmotivs”. Temas recurrentes que en las historias del escritor son “el deseo, como fuerza absoluta, el sentido de la vida, el territorio de la sexualidad, las imperfecciones de la condición humana y la naturaleza del mal”.
P. Concibe la literatura como “una fuente de modificación de la existencia”, ¿queda espacio para el entretenimiento? R. Entretener quiere decir “tener a uno en suspenso, cautivar”. Una novela podría cambiarte la vida y a la vez ser muy entretenida. Yo procuro que las mías sean un tejido de emociones susceptible de provocar una reflexión al lector, pero solo tras haberle provocado auténticas emociones. Primero la textura emocional, luego lo demás. Una novela es una máquina de imaginar. El autor propone al lector un tejido que se aviva en su mente, y al que el lector da vida con sus propias imágenes. En una novela el autor pone el texto, y el lector todo lo demás. P. ¿Y de esta simbiosis entre ambos, qué surge, cuál es la capacidad de la literatura? R. La literatura nos posibilita codificar el mundo, traducirlo y representarlo, a más velocidad que la filosofía y la ciencia. Desde antiguo, la humanidad le da sentido al mundo a través de los relatos. Un mundo sin relatos es un mundo sin sentido, además de aterrador. La literatura está soportando, ella sola, el gran edificio del mundo. “¿Para qué sirve entonces la literatura?”, se pregunta Ferrero. “Para sostener el mundo. Olvidamos a menudo que sin literatura el mundo no tendría la narración que necesita para existir. El mundo sería no-mundo, porque nada llega a ser real entre nosotros si antes no ha sido narrado”, sostiene. Esta visión se manifiesta en Las abismales, donde lo que está ocurriendo solo es abordable desde la ambigüedad de la literatura y desde el tejido interpretativo de los mitos, “que abren puertas pero nunca desvelan enteramente la verdad. Toda novela tendría que dejar tras ella la sombra de un misterio”, concluye enigmático el escritor.