Descubrir nuevos mundos es un placer especial para toda mente curiosa. Y si prestamos atención a los medios de comunicación parece que la única forma de satisfacer este deseo consiste en transitar por universos lejanos, paisajes abruptos o culturas recónditas. Sin embargo, algunos encontramos un singular deleite en revisitar territorios conocidos aunque sea por otros parajes a los caminados anteriormente. Sencillamente nos gusta reencontrarnos con quién fuimos.Con Poochytown, del aclamado Jim Woodring, ocurre algo de esto: volvemos al microcosmos de Frank para pulular por su ecosistema de seres híbridos y multiformes. Este cómic comparte de nuevo una aventura del singular Frank (cautivador ser antropomorfo de caminar lánguido). Tan silente, como en las anteriores entregas e impregnada de su espíritu resiliente, destapa un tour de force creativo que nos sitúa en un paraje surrealista sometido a unas reglas de convivencia inusuales. La intersección entre la desbordante fantasía, las creaciones surrealistas y los personajes imposibles proporciona un contexto idóneo para revisar nuestras anteriores exploraciones con una sana una actitud: dar con algo nuevo.Encontramos alumbramientos de entidades indescriptibles, exabruptos visualmente seductores, mientras deambulamos con nuestro protagonista desmenuzando un relato de creación-destrucción que devuelve la vida a su rutina paulatinamente.Con Poochytown no necesita comer ayahuasca para activar el viaje que busca para su mente. Basta con lanzarse a la lectura. Como aquel viejo adagio publicitario: “hay otros mundos pero están en este”. Razón no le falta.La genialidad de este autor radica en que sus propuestas, guión e ilustración, se imbrican de tal manera que resultan inimitables: visto una vez se recuerda para siempre.