Aunque dice Socorro Venegas (San Luis de Potosí, 1972) que no hay lenguaje para el dolor, la escritora mexicana se adentra de lleno, sin vendas ni algodones, en el hueco de la ausencia en su nuevo libro. Autora de novelas como La noche será negra y blanca o Vestidos de novia, quince años le ha llevado volver a este género, el del cuento, con el que ya cosechó títulos como La muerta más blanca, Todas las islas o La risa de las azucenas.
En La memoria donde ardía (Páginas de Espuma) reúne un total de diecinueve relatos protagonizados por mujeres y niños que atraviesan estoicos la adversidad. Agrupados bajo un título que evoca a Quevedo en Amor constante, más allá de la muerte, la autora reconstruye la historia de los que sobreviven. Y sobrevive, como lo hacen todos sus personajes, porque lo suyo es, afirma, diseccionar la cicatriz y no la herida.
Pregunta. La memoria donde ardía hace alusión a un verso de Quevedo, ¿por qué ese poema y por qué Quevedo?
Respuesta. Más que pensar en Quevedo, el poema es el que me atrapó. Su poderoso desafío, decirle a la muerte, al olvido, que no pueden nada contra el amor. Tal vez suene un poco melodramático, pero no para mí. Y este verso sobre la memoria me parece deslumbrante. Una memoria combustible. ¿Luego qué queda?, ¿cenizas? Sí. Cenizas y nada. También la posibilidad de reconstruirlo todo, a nosotros mismos.
"'Perro semihundido' es la expresión de quien ha sufrido una pérdida: ¿podrá trascender el dolor o terminará por hundirse?"
P. Además, las pinturas de Goya también están presentes en alguno de sus relatos, ¿qué importancia tienen en su escritura?
R. La primera vez que vi las pinturas negras de Goya en el Museo del Prado sentí una gran atracción hacia esos mundos terribles y hermosos. No sabía, no podía saber, que un día se revelaría el sentido de esa fascinación. El Perro semihundido, uno de esos cuadros, es la expresión de la soledad, de esa ambigua situación en la que se encuentra quien ha sufrido una pérdida: ¿podrá trascender el dolor o terminará por hundirse? Me gusta pensar que algo de la atmósfera de ese cuadro está en mis cuentos, su austeridad, la belleza concentrada y terrible, una poética del dolor.
P. ¿Hay belleza en el dolor?
R. Muchas gracias por esta pregunta. La respuesta es no, ni belleza ni lenguaje. El dolor y su sintaxis son inteligibles sólo para quien lo vive. Yo creo que desde ahí, desde el derrumbe, desde la herida, no es posible articular o contar una historia. En mi libro no propongo una visión romántica del dolor. Lo conozco, por eso sé que debe pasar tiempo para volverse a mirarlo. Y en esa contemplación del dolor desde otro tiempo, otro lugar, sí puede haber belleza porque ya puede narrarse lo sucedido. La belleza está en la mirada de los sobrevivientes.
P. Hacía más de diez años que no publicaba relatos, ¿cómo ha sido su proceso de escritura? ¿Qué le permite el relato corto a diferencia de la novela?
R. He estado escribiendo este libro desde hace algunos años, configurando estas historias con un ritmo muy distinto al de una novela. Lo que me permite el cuento corto es trabajar con una mayor concentración, la posibilidad de construir historias esenciales, con imágenes poéticas que funcionen como dardos muy precisos. La novela es una exploración de un orden muy distinto, y aunque también ahí suelo ser breve, hay más espacio para que una historia se desarrolle y los personajes crezcan.
P. Su padre, su hermano, su marido… hay mucho de usted misma en esta obra. ¿Es su libro más personal? ¿Se puede escribir sin que la escritura, de algún modo, también afecte?
R. En lo que escribo suelo partir de alguna anécdota propia solo como punto de arranque, como detonador para la escritura, pero la ficción potencia, revela, completa. Si pensara solo en hacer un ejercicio catártico estaría escribiendo un testimonio y agotando la experiencia. La ficción no la agota, todo lo contrario.
"En estos cuentos mujeres y niños son poderosos. Vadean en la oscuridad, ordenan de nuevo el mundo desolado que heredan, sobreviven"
P. ¿Por qué todos los protagonistas de estos relatos son mujeres o niños?
R. Pienso que en mi libro se subvierte la realidad en la que vivimos, donde mujeres y niños son marginales, seres considerados débiles y tratados con condescendencia. En estos cuentos son poderosos. Vadean en la oscuridad, ordenan de nuevo el mundo desolado que heredan, sobreviven. Son capaces de hacerse preguntas ahí donde nadie preguntaría. Cuestionan, miran de frente, nos muestran verdades ocultas. La infancia es un universo que me atrae muchísimo, es un territorio lleno de misterios, de poesía. Un lugar sagrado, poderoso y frágil al mismo tiempo. En ese espacio de sombras y claroscuros ocurre la literatura.
P. Sus supervivientes viven, en parte, un proceso de reconstrucción, ¿puede la pérdida ser una parte constitutiva de nuestra propia identidad? ¿Somos también a partir de la ausencia del otro?
R. Una idea central que subyace en mis cuentos es que aquello que perdemos también nos constituye. Lo sabe el personaje femenino del cuento “El hueco”, que vive el alumbramiento como un pasaje hacia las sombras, deja de entenderse a sí misma sin el ser que la habitaba. El territorio de la pérdida es infinito, no sólo se circunscribe a la muerte. Mis personajes no son estoicos, pero sí son capaces de contemplar lo que se ha ido o se está yendo, de asumirlo de alguna manera. No hay fracaso o éxito aquí. Sólo la desnuda experiencia humana.
P. Llama la atención cómo reconstruye de algún modo el relato de la maternidad, ¿está demasiado idealizado el papel de la madre en la literatura? ¿Choca lo que nos han contado con la realidad?
R. Hay un relato publicitario de la maternidad muy dañino. Trivializa una experiencia que transforma la vida de la mujer, parecería que solo se trata de comprar los mejores pañales o las mejores fórmulas que reemplacen la leche materna. Parecería que se trata de pasar corriendo por la maternidad. Tal vez no haya una metamorfosis más trascendente para un ser humano que la gestación. Sentir cómo crece otra vida en el cuerpo, la mente, el mundo emocional y psíquico: todo colonizado por un nuevo ser. Por ahí no se pasa de largo, hay otros relatos ocultos, vivimos en una sociedad que condena cualquier cuestionamiento sobre la maternidad. Esos relatos son los que imaginé y quise contar. Si además estos cuentos permiten que salgan a flote otras historias, estaré muy contenta de que mi libro acompañe a los lectores. En España, por ejemplo, un periodista me contó sobre la depresión postparto de su mujer. Reconocía un subtexto íntimo, suyo, en mis cuentos. Fue emocionante escucharlo. En el libro nunca quise utilizar ese término clínico --“depresión postparto”--, preferí mostrar la anomalía, la adversidad, la incomprensión que pueden acompañar a la maternidad: aquí no hay espacio para el discurso publicitario.
P. Por último, como editora, ¿cómo valora la situación de la literatura actual mexicana?
R. He sido editora de literatura infantil y juvenil en el Fondo de Cultura Económica. El mundo de la LIJ está creciendo de manera impresionante: tenemos autores a los que no les pesa ninguna tradición ni vaca sagrada. Escriben con una gran libertad, se permiten explorar una gran diversidad de temas y registros sin dejar de ser rigurosos, sin dejar de buscar hacer literatura inteligente, de calidad. Actualmente, como responsable de Publicaciones y Fomento editorial en la Universidad Nacional Autónoma de México, estoy diseñando proyectos que se dirijan a la comunidad universitaria, me interesa rescatar una colección de poesía, reavivar otras, crear una colección que rescate novelas escritas por mujeres. La literatura mexicana es un potente escenario en el que tenemos voces como las de Cristina Rivera Garza, Antonio Ortuño, Ana García Bergua, Ana Clavel, Toño Malpica, Rosa Beltrán, Martha Riva Palacio, entre otros grandes autores.