No puede evitarlo. Aunque le resultaría más fácil conformarse con lo ya sabido, hace tiempo que Rosa Navarro Durán (Figueras, 1947) descubrió que no podía frenar su curiosidad, y que no había tópico invencible ni certeza que no necesitase al menos una revisión crítica y rigurosa. Filóloga, maestra y escritora, fue la primera especialista en atribuir el Lazarillo de Tormes a Alfonso Valdés, o en cuestionar la existencia de María de Zayas, desvelando en estas mismas páginas su posible identidad. Ahora, de nuevo embarcada en iluminar las zonas oscuras de nuestra literatura, ha obtenido el premio Jovellanos con Secretos a voces (Nobel), que ve la luz estos días.
Ahora explica que la idea de este volumen surgió "como respuesta a mis propias inquietudes y a las preguntas que me hacía una y otra vez sobre algunas obras literarias". Preguntas como por qué en la Carajicomedia se sitúa en Guadalajara con tanta insistencia a Diego Fajardo, de cuyo carajo se habla o por qué se está parodiando precisamente las Trescientas de Juan de Mena glosadas por Hernán Núñez. "O cambiando de obra, insiste, ¿por qué el comienzo de La vida de Lazarillo de Tormes se fecha por la gran derrota de Fernando el Católico y del heredero de los duques de Alba, la desastrada batalla de Gelves de 1510? ¿Y por qué el inicio de su mediocre continuación de 1555 se data con otra gran derrota, pero esta vez del Emperador, la de Argel en 1541? Son datos muy marcados en las obras y son significativos, ¿qué están diciendo con ellos los escritores? Esos son los secretos que dicen a voces y a los que se les ha puesto sordina al reproducirlos solo como tales datos, pero sin intentar encontrarles el por qué".
Camino hacia la verdad
Pregunta. ¿De qué manera y en qué sentido las manipulaciones y errores de interpretación de nuestra literatura clásica explican nuestro presente?
Respuesta. Los errores de interpretación de los textos clásicos pueden ayudarnos a entender nuestro presente pues nos hablan de la indispensable necesidad de dudar al emprender el camino hacia la verdad. Los seres humanos tendemos a aferrarnos a conocimientos literarios que creemos inmutables porque nos han llegado escritos en historias de la literatura, en diccionarios, que son para todos una aguja para navegar por el mundo del saber. Lo que hemos aprendido de chicos nos parece verdadero, artículo de fe; muchas veces me he encontrado con afirmaciones como "El Lazarillo fue anónimo, es anónimo y siempre lo será"; y cuando intento replicar: "Pero alguien lo habrá escrito, ¿no?", me miran como diciendo: "Una que quiere hacerse la lista". Hay que aprender a dudar ante lo que se intenta imponernos en muchos ámbitos, aplicar un instrumento esencial que es el sentido común y plantearse preguntas sobre lo que se nos dice. Solo así nos libraremos de las manipulaciones que sufrimos en el día a día; en estos tiempos en que se mezcla continuamente lo falso a lo verdadero es un aprendizaje esencial para sobrevivir con dignidad. Es facilísimo pasar a ser un "mouton de Panurge", un miembro del rebaño que puede ser conducido por pastores peligrosísimos, a los que solo les interesa figurar en los libros de Historia.
P. ¿Cuál y por qué es el mayor secreto literario que descubre?
R. En este libro reúno "secretos a voces", por tanto, lo son a medias; lo único que he hecho es olvidarme de mis prejuicios, de mis conocimientos adquiridos y escuchar sin interferencias esas voces. Quizás lo que me parece más útil para los lectores es poner de manifiesto que las historias prostibularias que se cuentan en algunos textos clásicos -en coplas de Rodrigo de Reinosa, en la Carajicomedia o La Lozana Andaluza- son solo un trampantojo que ocultan sátiras políticas contemporáneas, auténticos pasquines. No es todo lo que parece, y lo que se oculta era peligrosísimo.
"Aquí reúno 'secretos a voces', por tanto, lo son a medias; lo que he hecho es olvidarme de mis prejuicios y escuchar esas voces"
P. ¿Qué precio cree que ha pagado o sigue pagando por su manera de leer a nuestros clásicos siempre original?
R. Siempre hay que poner en una balanza lo positivo y lo negativo: en el plato del dolor están las desautorizaciones que se me hacen a menudo sin leerme; incluso a veces se aprovechan de una nueva investigación mía para negar todas las anteriores solo porque son mías (no hace falta decir que calificativo se me aplica, por tanto). En lugar de argumentar, de desmontar mis razonamientos, se prefiere la descalificación sin más. Pero en el plato del gozo está la inmensa satisfacción que vivo cuando descubro algo tras meses o años de plantearme preguntas ante lo que no entiendo. Y a ella se suma el placer que vivo cuando les cuento mis investigaciones a los jóvenes bachilleres porque los profesores de IES me piden que lo haga -el Ministerio de Cultura tiene un programa que se lo permite- y veo que ellos me escuchan atentísimos y contestan a las preguntas que me hice ante lo que no entendía en el texto de la misma manera que yo lo hago.
Los clásicos y sus zonas oscuras
P. ¿A qué se debe que hayamos leído tan mal a los clásicos? ¿nos falta imaginación, conocimientos, curiosidad, rigor, valor? ¿Es quizá más fácil seguir los caminos trillados?
R. No, no se han leído mal los clásicos, porque felizmente ya contamos con ediciones excelentes de la mayoría de ellos; pero algunos tienen aún zonas oscuras y nos ofrecen todavía preguntas que no se han respondido. Curiosamente la comodidad de seguir los caminos trillados es la que se convierte en muro ante cualquier nueva investigación razonada y basada en datos filológicos. La primera reacción es rechazarla en vez de leer los argumentos, ver si son sólidos, si se asientan en datos; y si no lo son, demostrar los errores.
P. ¿No es una temeridad, en estos tiempos de redes, vértigo informativo y prisas, dedicar un capítulo del libro a desvelar la verdadera identidad de los protagonistas de la égloga II de Garcilaso? ¿O es quizás una reivindicación de esos saberes que no deberíamos arrinconar?
R. Es totalmente cierto tanto lo primero como lo segundo: es una temeridad y también una reivindicación de la importancia de la Filología para entender bien nuestro patrimonio cultural. No es difícil encontrarse a veces como noticia destacada que acaba de descubrirse algo en una pintura renacentista, como detalles en el maravilloso cuadro de La Virgen de las Rocas de Leonardo de Vinci, en la supuesta primera versión que está en el Museo del Louvre. Fernando Checa ya me había señalado lo importante que fue para la historia de la pintura que Leonardo pintase la mano izquierda de la Virgen en esa dificilísima posición, porque había influido en otros pintores excepcionales. Al saberlo, pude luego darme cuenta y no lo he olvidado. En la espléndida égloga II de Garcilaso hago algo semejante: pongo de manifiesto la imitación del Orlando furioso de Ariosto en pasajes considerados cómicos y que Fernando de Herrera tachó por ello de mezcla inadecuada, y a la vez descubro en Camila el retrato de la hermosa Leonor de Toledo con datos literarios e históricos.
"El Lazarillo es una sátira erasmista tan aguda que día a día me releo pasajes para ver si acierto a ver lo que se esconde bajo alguna palabra"
P. Otro de los grandes protagonistas de su libro es el Lazarillo: ¿qué misterios encierra aún?
R. La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades, además de tener el nombre de su autor encriptado en el título (en su comienzo y final, lav / des: Valdés), nos ofrece peligrosos secretos que airea Lázaro, el pregonero de Toledo; por ejemplo, en el tratado del fraile de la Merced hay una denuncia contra la pederastia de miembros corruptos de la iglesia, que por desgracia sigue siendo muy actual. Es una obra tan perfectamente construida, una sátira erasmista tan aguda, que día a día me releo pasajes para ver si acierto a ver lo que todavía se esconde bajo alguna palabra. Que el capellán le dice a Lázaro que todo lo que gane el sábado como aguador es para él, pues con ello se indica que es un criptojudío… ¡Hay tanto oculto debajo de lo que se cuenta! Lo hay en el mismo nombre de Lázaro… de Tormes, porque no se utiliza nunca un río como sobrenombre de una persona, aunque lo tenga porque a su madre le tome el parto de noche en la aceña; pero el detalle de la noche nos dice que Lázaro ve el alba en el Tormes…
Medias verdades, secretos a voces
P. Después de haber desvelado la verdadera identidad de María de Zayas, y, sobre todo, que no fue una mujer, ¿en qué nuevo misterio literario anda enredada?, ¿qué nuevo secreto está dispuesta a revelar?
R. Yo no busco secretos, solo leo con gran atención los textos; y además como llevo cincuenta años en la profesión, he leído muchas obras de la Edad de Oro, que es mi campo de investigación, y cuando algo raro me sale al encuentro, lo veo e intento luego relacionarlo con algo leído en otros textos. Casi siempre veo incongruencias, frases que no entiendo cuando estoy trabajando en alguna edición que me han encargado (con eso quiero decir que yo no busco las zonas oscuras). Biblioteca Castro me pidió que les hiciera una edición del Retrato de la Lozana Andaluza, obra que nunca había entendido yo bien, y acepté para meterme en ella e intentar explicarme lo que no veía con claridad. Descubrí que en realidad era una sucesión de pasquines contra los grandes mandatarios hispano-italianos de la política contemporánea. Alianza editorial me encargó una antología de las novelas de María de Zayas y me topé con esa frase que me dejó fuera de juego: "Me conocéis por lo escrito, mas no por la vista". Luego tuve que deshacer el ovillo y no fue fácil; acudieron entonces recuerdos de lecturas: lo de "las almas ni son hombres ni mujeres", una de las bases de la defensa de las mujeres del marco de las Novelas amorosas y ejemplares de Zayas (1637) me sonaba: ¡la pone Lope de Vega en boca de la protagonista de La Dorotea -impresa en 1632-, y su interlocutora, Gerarda, añade además que los hombres "nos han privado el estudio de las ciencias"! Pero también confieso que no he perdido la esperanza de seguir viendo "secretos a voces" porque la investigación filológica es mi pasión.
"A los jóvenes entusiastas de nuestros clásicos les recomiendo que contrasten sus conocimientos, que busquen pruebas y que se hagan preguntas"
P. Las sucesivas reformas de los planes de estudios solo parecen coincidir en su desprecio a las Humanidades: ¿cómo hemos llegado a este punto? ¿cree que será fácil revertir la situación?, ¿cómo?
R. Es muy fácil, pero a la vez casi imposible porque supone un pacto de Estado de los partidos políticos en la materia de la enseñanza. Hay que poner de nuevo como obligatorio el estudio de la Literatura en todas las etapas educativas, y no como complemento de la Lengua; y basarla en un mínimo eje cronológico con sucintos conocimientos de la época que ordene los textos y luego dedicarse a leerlos, y hacerlo en buenas adaptaciones porque la letra no entra con sangre, sino con deleite. Hay que leer a nuestros clásicos, que son la herencia cultural que nos enriquece a todos, pero hacerlo a la medida del lector para que el gusto acompañe siempre al aprovechamiento.
P. Acaba de jubilarse como catedrática de filología: ¿ha encontrado entre sus alumnos algún discípulo que pueda seguir sus pasos? ¿qué le recomendaría a los jóvenes entusiastas enamorados de nuestros clásicos?
R. Tengo buenos discípulos, en España y en el extranjero, filólogos de vocación y ejercicio (y utilizo el masculino abarcador de los dos géneros). A los jóvenes entusiastas de nuestros clásicos no tengo más que decirles que los lean con sumo cuidado -puesto que ya lo hacen con deleite- y que no se dejen llevar por lo que saben, que contrasten sus conocimientos con lo que leen, y que apliquen la lupa a zonas que no acaban de entender con claridad; que se hagan preguntas, que intenten contestarlas con hipótesis y que luego busquen pruebas, datos, que le den visos de verdad, y, sobre todo, que no se olviden del contexto literario e histórico en el que están insertas las obras. ¡Que no los abandonen nunca, porque forman parte de nuestra herencia cultural, la que nos convierte en personas! Todos los necesitamos, y ellos nos necesitan a nosotros, los lectores.