“Tenía la fantasía de contestar una entrevista por mail mientras contestaba otra en directo, pero he visto que es demasiado ambicioso”, reconoce el escritor y traductor Javier Calvo (Barcelona, 1973), plenamente inmerso en la promoción de su nueva novela, Piel de plata (Seix Barral). Una ambición que comparte su nueva historia, el itinerario que emprende Pol, un joven de catorce años con problemas psiquiátricos, en busca de la trascendencia y la iluminación, un camino que Calvo define como “una especie de proceso de transformación personal cirlotiano”. Fascinado con huir de la realidad y alcanzar otro mundo, Pol nos arrastra por una Barcelona melancólica y tenebrosa, tan cara al escritor, a través de una espiral de alucinaciones, drogas y libros reales e imaginados, en busca de Bronwyn, una chica rebelde e inteligente, que le descubre un nuevo mundo.
Pregunta. Por primera vez el protagonista de una historia suya es un adolescente, ¿cómo nace Pol y por qué darle voz a alguien de esa edad?
Respuesta. Por muchas razones.Es cierto que es un poco arriesgado escribir una novela sobre un adolescente, porque se generan una serie de expectativas, como que el lector piense que es una novela juvenil de iniciación a la vida adulta, tipo salingeriana. Algo que no es. Sin embargo, necesitaba la pasión de esa edad, quería un personaje con cierta capacidad de rebelarse, que no estuviera contaminado mentalmente por el aprendizaje social. Un ser al que nadie hubiera metido en vereda todavía con la capacidad de imaginación para salirse de las convenciones y que si conoce a una chica un poco mayor pueda fascinarse de este modo superior al amor. Así que corrí el riesgo.
P. Es entonces el libro, a pesar de cierta oscuridad, ¿un canto a esa etapa adolescente?
R. Sí y no. En realidad la novela plasma una visión súper romántica de la adolescencia que no se corresponde con la realidad de ésta, que suele ser lamentable y descerebrada. Pero me parecía, como digo, una etapa de la vida en la que todavía puede haber esa apertura, esa fascinación que puede pretender llegar a un tipo de trascendencia como la que busca el protagonista de forma muy ingenua. Quizá se podría hablar de forma pretenciosa de la adolescencia como metáfora, como metáfora de simplemente un espacio de libertad mental que permite esa ilusión de conseguir una revolución mental. En el fondo, estaba convencido mientras lo escribía que estaba creando una historia que, al menos en la parte profunda, recreara el tema de Cirlot y Bronwyn.
P. Pero además de su edad, Pol tiene problemas mentales que le llevan a huir de la realidad refugiándose en mundos creados, ¿de dónde nace esta necesidad?
R. Hay por parte del narrador, nuevamente siguiendo a Cirlot, un intento de encontrar una realidad superior a la realidad que nos rodea, una especie de búsqueda de la iluminación o de la trascendencia. De forma ingenua y quizá instintiva, ese personaje entiende que para acceder a esa realidad superior tiene que negar la realidad que lo rodea, una realidad socialmente consensuada que es un engaño. Por lo tanto, para llegar ahí tiene que encerrarse en su mundo y buscar el otro a través del arte, de los libros y de la música, y no de cualquier libro, sino de una especie de tradición oculta, de libros olvidados, de autores raros y tal, una especie de romanticismo de lo impopular que supongo que el narrador ha aprendido de mí porque soy culpable de esa romantización todo el tiempo.
P. ¿Puede haber un equilibrio entre esa búsqueda y una convivencia social más o menos normal?
R. Sí, es posible que sí, claro, pero del mismo modo que la adolescencia, la enfermedad mental es una metáfora en el libro. De la misma manera en que no creo que haya que dar crédito al 99 % de las cosas que dice y piensa un adolescente, o quizá al 100, tampoco creo que la enfermedad mental sea un vehículo para alcanzar la trascendencia. Pero sí pienso que se puede utilizar ese caso de una persona que tiene problemas graves de conexión con la realidad como un ingrediente más que puede llevarlo a escapar de lo establecido y buscar la trascendencia en actos radicales como todas las barbaridades que se leen en la novela, las drogas, el nazismo… todo tipo de exaltaciones de la conciencia.
Pero a pesar de que el protagonista afirme que “todo lo importante ocurre con 14 años” y de que el autor presente esa mitificación nostálgica de aquellos años de la adolescencia, Calvo asegura no adscribirse a esa idea engañosa a nivel vital. “Cuando escribí la novela no era mi intención prescribir ningún tipo de actitud en la vida, y menos tan ridículamente suicida como la de este niño, sino simplemente presentar una experiencia extrema como algo de lo que se puede extraer, paradójicamente, cierta sabiduría”.
Sin embargo, el escritor si cree que este romanticismo “puede ser válido desde un punto de vista literario, mitificar un espacio de libertad previo a que vendas tu culo, básicamente. Todo el mundo pasa por esa época de ingenuidad y lo que representa el libro es una defensa de esa actitud mental más allá de que tengas 30, 50 u 80 años”, asegura. “A mí, mi mujer me acusa muchas veces de tener mentalmente 14 años y yo le digo que si fuera verdad sería maravilloso, poder al menos conservar una parte de ese catorceañismo a los casi 50 que tengo”.
P. El mundo de Pol se construye con unos referentes culturales muy específicos, ¿de dónde salen, cómo los eligió?
R. Quería plasmar la búsqueda de una realidad superior y para eso elegí una serie de etapas por las que va pasando el narrador, representadas por los libros de Michael Marcook (que en la novela se esconde bajo el seudónimo de Cooper Crowe), los poemas de Cirlot y la música de Death in June. Marcook era una especie de emblema del aislamiento del artista. Cirlot era un patrón del hermetismo y Death in June, grupo acusado de nazismo, lleva la bandera de la confrontación, del enfrentamiento con todo el mundo, de ir en contra de tu época, de enfadar a todo el mundo. Los referentes los cogí porque eran cosas que me molaban a mí y conozco el potencial que tienen de ponerlo a uno en un estado mental de exaltación.
Sin embargo, Calvo confiesa que no las tenía todas consigo, “porque pensé que si escribía de estas cosas que no conocía nadie me iban a tirar, la primera la editorial, el libro a la cabeza. Estaba convencido de que me dirían que no podía desarrollar un discurso literario abierto a la gente basado en estos referentes tan desconocidos". Pero funcionó, así que "quizá sea verdad que puedes escribir sobre cualquier obsesión tuya y alguien puede leerlo sin conocerlo”.
P. Pero además de la cultura, el modo que encuentra su protagonista para huir al otro lado implica drogas, violencia, rituales… ¿son elementos necesarios?
R. No tiene por qué, claro, pero quería explorar hasta el extremo la idea del personaje de inmolarse en la búsqueda de esa iluminación por medio del arte. Está dispuesto a lo que sea. Si le dan anfetaminas, las tomará, si tiene que beber, se emborrachará, si sus amigos son nazis, coqueteará con estas ideas, y no porque sea influenciable sino porque se toma muy en serio todo este proceso. Es demasiado joven para saber hasta dónde puede llegar pero sí sabe que quiere estar ahí. Al final llega a un callejón sin salida que le conduce a una vida normal, pero por lo menos tuvo la valentía de ir hasta el final y eso le dignifica.
P. En efecto, al final de la novela Pol se rinde, se conforma, y se vuelve una persona normal, ¿es el único camino dejar esa búsqueda atrás y seguir viviendo?
R. Como decía no hay un sentido de prescripción en el libro. Me parecía que incorporar cierto ingrediente trágico al final le daba cierta oscuridad a la historia, cierto realismo. Antes de escribir esta novela hacía historias de crímenes que eran increíblemente oscuras en el sentido de que mi técnica era crear una especie de crescendo de mal rollo y al final matar a todo el mundo. Casi todas las novelas terminaban en matanzas sanguinarias con drogas, violencia y sexo de por medio. Esta novela es en cierto sentido más amable, por lo que quise darle un pequeño giro al final, una nota de oscura melancolía que es la que todos experimentamos al saber que esos años nunca volverán.